Lo primero que tuve la oportunidad de conocer de este talentoso músico colombiano que es Daniel Correa, compositor, pianista, guitarrista, baterista, productor, experimentalista, agitador cultural de la música, fue un tema curiosamente titulado Cuando Ovejas no era Sucre, incluido en un álbum antológico del nuevo jazz colombiano, del sello MTM de 2005, que pretendía rendir cuentas de los pasos en que andaba la nueva música colombiana desde la perspectiva de sus contactos con el jazz.
Apenas un año más tarde me encontré con Daniel en el marco del Festival Internacional de Jazz de Barranquilla, Barranquijazz, y allí, en medio de las discusiones de lo que se hablaba, se discutía y se escuchaba en el festival y fuera de él, me hizo entrega de su álbum Samurindó, que contenía el tema anteriormente mencionado, y daba nombre al grupo que en ese entonces había formado en Nueva York al lado de Juan Pablo Uribe, Trifon Dimitrov y Sebastián Cruz, mientras adelantaba estudios en el Brooklyn Conservatory of Music y en el Institute of Audio Research en la capital de los Estados Unidos.
De regreso en Colombia, y ya en 2009, vino un encuentro accidentado con su disco Amante en bruto que parecía ser un paso indeciso en el ritmo firme de su vocación creativa, para hallarlo luego reivindicado en 2011 con su disco Huracán, y apreciarlo también en vivo al lado del clarinetista Daniel Linero, otro gran músico colombiano de hoy, y el resto de la patota de Los Locos del Ritmo, en un concierto súper gratificante en el marco de la Feria Internacional del Libro de Bogotá de 2012.
Más tarde, en una sucesión de formatos, conformaciones y reintegraciones, y nuevas ideas – porque Correa no sabe estar sin reinventarse permanentemente - otros álbumes y experiencias concertísticas y performáticas se han sucedido sin cesar, como Pólvora pura, en 2013, en el que profundiza su manera de poetizar no sólo unas letras que intentan redefinir lúdicamente los lugares comunes, sino sus arreglos y sus recursos sonoros y de producción. Le seguiría el disco Chaval, en 2015, el hermoso homenaje a un perro amigo suyo, disco que tuve la oportunidad de recibir de sus manos en mi casa de Salgar en el marco de una visita inesperada y grata; y Reptiliana, en 2016, un trabajo que funda su pretensión temática en un tópico de ciencia ficción postmoderna mientras dispersa sus modos en muy diversas elecciones rítmicas; a finales de ese mismo año se presentó en Barranquilla en el concierto Navijazz & Rock, desdoblado esta vez en un trío de jazz de altísimos quilates. Estas tres producciones le han servido bien a Daniel Correa para ratificar esa estética en permanente movimiento que nos muestra a músico colombiano conectado con los sonidos y los conceptos del mundo de hoy en posesión de una visión ecléctica, y sin embargo propia, de la música.
Este último diciembre que acaba de terminar me ha traído en las manos de su padre Hernán Darío Correa, sociólogo y escritor, este bello trabajo que con el título de Lunático (2017), nos entrega a otro Daniel Correa que es, como siempre, el mismo, llevando en algunos temas las raíces de la gaita montemariana a diálogos y discursos de otros alcances, como en realidad lo ha hecho desde sus comienzos con instrumentos y ritmos criollos del Caribe colombiano, insertados excéntrica e inteligentemente en ese bloque de atmósferas sonoras que quieren significar claramente un proyecto que convoca muy diversos intereses musicales de la vida de hoy.
Un claro ejemplo de esto que digo es el tema con el que abre esta producción, No rush, en el que una nota obstinada de un teclado sintetizado espera una frase de gaita cabezae´cera que abre a su vez el camino a la voz del cantante que volverá a encontrar la gaita reclamante al final de cada estrofa en la que él repite su leitmotiv: ¡nosotros no vamos a hacer este trabajo! Todo esto envuelto en un bajo que marca y controla el destino de la canción para dejarnos la experiencia gratificante de un gran tema.
“Donde calienta tu sol”
es una canción de sabor y ritmo arrolladores
El reggae titulado Donde calienta tu sol es una canción de sabor y ritmo arrolladores, que tiene en la permanencia de las acotaciones del trombón extraordinario de Juan Sebastián Poveda la clave para convertirse en una interpretación casi hipnótica que va improvisando mientras el cantante repite una y otra vez los dos versos en donde reposa todo el peso del tema.
"Dulce María", un son gaitero, doblado con eco, poderoso y nostálgico,
que pareciera llevarnos a otro lado
En Dulce María, un son gaitero, doblado con eco, poderoso y nostálgico, que pareciera llevarnos a otro lado, introduce nuevamente el tema en otra nueva modulación de reggae, que es el ritmo básico que Correa recrea en casi todo el disco, sin que ello resulte inconveniente, y mientras una lluvia de efectos electrónicos – muy caros a Correa - atrapa la gaita y se apodera de la atmósfera del tema hasta el final.
Nadie es otro tema que en la línea del reggae vuelve a regalarnos otro de los altos momentos de este disco de Daniel Correa, antes de que la producción cierre con Viento, un merengue que a veces es puya, y que luego de un introito electroacústico se desenlaza en solos de gaita y de sintetizadores que improvisan y que le dan cierta elevación jazzística, antes de que regrese la gaita a reclamar el tema para llevarlo invicto a un momento crucial de la experiencia.