En contra de lo que las encuestas vaticinaban, Luiz Inácio Lula da Silva, del Partido de los Trabajadores, no logró ganar la presidencia de Brasil en primera vuelta. Al término de los comicios electorales para presidente y vicepresidente el pasado 2 de octubre, el expresidente de izquierda obtuvo 57.259.504 votos que corresponden al 48.43% del caudal electoral, mientras que su principal contendor el candidato presidente Jair Bolsonaro, por el Partido Liberal, le escoltó con 51.072.345 votos equivalentes al 43.20%. Muy lejos, los dos más cercanos seguidores fueron Simone Tebet del Movimiento Democrático Brasileño, con 4.915.423 sufragios y Ciro Gomes del Partido Democrático Laborista, con 3.599.287 votos. Es decir, el 4.16% y 3.0% respectivamente.
Cabe destacar que en paralelo se realizaron las elecciones para el Congreso Nacional, donde se eligieron a un tercio de los 81 escaños del Senado Federal y los 513 escaños de la Cámara de Diputados. Además, las elecciones de gobernadores y vicegobernadores estatales, Asambleas Legislativas Estatales y Cámara Legislativa del Distrito Federal. Pese al segundo puesto del derechista Bolsonaro en las presidenciales, su partido se alzó con las mayorías en el Senado y la Cámara, por lo que dominará ampliamente el Congreso Nacional en el periodo legislativo 2023-2026.
En consecuencia, Lula y Bolsonaro medirán sus fuerzas en la segunda vuelta el próximo 30 de octubre, por lo que se alargará la campaña electoral hasta entonces, en medio de una población exacerbada por la extrema polarización. Por tanto, lo que en un comienzo parecía una victoria fácil y contundente del expresidente Lula, se vislumbra como un reñido enfrentamiento entre los dos candidatos que se disputarán la presidencia del país más grande de América Latina. Si bien en la historia de Brasil, Lula se convirtió en el primer candidato de la oposición en obtener más votos que el presidente en ejercicio, sin lugar a dudas, Bolsonaro resultó más fuerte y afianzado de lo que informaban los sondeos, logrando conseguir un bastión muy fuerte de fieles votantes para quienes se ha convertido en un gran líder.
Así se demuestra con el respaldo obtenido de los gobernadores de Sao Paulo, Río de Janeiro y Minas Gerais, los tres estados más importantes de la federación que pueden ser definitorios, ad portas de una contienda donde la suma de apoyos y las alianzas serán fundamentales. De ahí que la segunda ronda electoral estará signada por los logros, las propuestas y la ideología de ambos candidatos que son diametralmente opuestas, en un Brasil que bordea los 214 millones de habitantes.
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El expresidente Lula, de 75 años, quien ya gobernó a Brasil (2003-2010) y terminó su gestión gubernamental con una aprobación por encima del 80 %.
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Por un lado, se tiene el expresidente Lula, de 75 años, quien ya gobernó a Brasil (2003-2010) y terminó su gestión gubernamental con una aprobación por encima del 80 %. Según sus partidarios, sacó a millones de personas de la pobreza, creó más empleos e impulsó una potente agenda económica y social, dejando una de las economías emergentes más prometedoras. Mientras que sus opositores le endilgan la responsabilidad de los graves problemas de narcotráfico y violencia sufridos durante su mandato, así como el excesivo personalismo en materia de política exterior. Además, lo rechazan debido a la condena de ocho años y diez meses que le mantuvo preso durante más de 19 meses, desde abril de 2018, por corrupción pasiva y lavado de dinero. Su libertad fue ordenada por la Corte Suprema, bajo el argumento que un condenado solo puede ir a prisión una vez haya agotado todos sus recursos.
De otro lado, está el presidente Bolsonaro, de 67 años, quien tiene la ventaja de estar en el poder. Su condición de militar retirado explica la admiración que profesa por el régimen militar que gobernó Brasil, entre 1964 y 1985, cuya mano dura dejó un gran saldo de muertos y desaparecidos. Los detractores lo señalan de ser un populista de extrema derecha y el artífice de la polarización que se vive, en buena parte por sus firmes actitudes y discursos beligerantes. También ha generado la indignación y preocupación por su políticas que aceleraron la deforestación de la Amazonía, al mismo tiempo que se le cuestiona el deficiente manejo de la pandemia y los duros ataques a rivales políticos, al sistema electoral, periodistas, profesionales de la salud y minorías.
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El presidente Bolsonaro, de 67 años, quien tiene la ventaja de estar en el poder
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En tanto que los seguidores de Bolsonaro, valoran la defensa a ultranza que hace de la familia tradicional y las manifiestas posturas en contra del aborto. Así mismo, su visión “anticomunista” que se antepone a ciertos avances progresistas y al discurso políticamente correcto, aspectos que son rechazados por el sector ultraconservador de la sociedad que le apoya. De aquí que el eslogan de campaña es “Dios, familia, patria y libertad”.
En cuanto a las propuestas conviene decir que Brasil con casi 700.000 muertes por la pandemia, viene de ser el segundo país del mundo con más fallecidos, detrás de Estados Unidos y con enormes pérdidas económicas, lo que se constituye en la principal preocupación de los brasileños. Por consiguiente, con una inflación que supera el 8 % y una pobreza que está llegando al 30 % de la población afectada, las propuestas ahora mismo convergen hacia esta problemática.
Por lo tanto, Lula insiste en una millonaria inversión pública impulsada por el Estado, con el fin de generar más empleos y buscar la reactivación de la economía. Al fin y al cabo, tratará de replicar lo realizado durante sus dos gobiernos como presidente, aumentando también el salario mínimo y prometiendo una reforma tributaria como la que se está tramitando en Colombia, donde los que más tienen serán los que más paguen. En otras palabras, aumentar los impuestos a los ricos para incrementar la cobertura de servicios a los pobres en seguridad social, alimentación y vivienda. En lo que se refiere al medio ambiente, se ha propuesto frenar el cambio climático mediante la creación de una autoridad nacional, aplicar restricciones en el desarrollo de la Amazonía y se ha comprometido a cumplir con las metas de emisiones del Acuerdo de París.
Por su parte, Bolsonaro sustenta una propuesta que parte de la recuperación económica que inició en 2021 y ha continuado, al punto que para finales de este año se pronostica un crecimiento del 2.7%. En contraposición a Lula, se aparta del Estado protagonista para proseguir con las privatizaciones promovidas a lo largo de su gobierno y continuar con el impulso vigoroso de la minería, agricultura y ganadería. A la vez que seguirá con su plan de subsidios para las familias más pobres, similares a los 600 reales brasileños mensuales que ha estado entregando, gracias al paquete millonario que le aprobó recientemente el Senado. Es decir, una cifra cercana a los 110 dólares. Y frente a las denuncias ambientalistas en contra de su gobierno, se propone contrarrestarlas contratando contingentes de bomberos que combatan los incendios forestales y adoptar planes para contener la deforestación que flagela a la Amazonía.
Finalmente, se advierte que estas elecciones serán las más decisivas de las últimas décadas, no solo para Brasil sino también para la región latinoamericana, toda vez que en la lucha ideológica entre derechas e izquierdas se han ido imponiendo y consolidando las segundas, con sus agendas radicales o progresistas. Basta mirar el panorama regional con las más recientes elecciones en Perú, Honduras, Chile y Colombia, sumadas a las ya existentes Cuba, Venezuela, Nicaragua, Bolivia, México y Argentina.
No obstante, más allá de los conceptos de izquierda o derecha, lo realmente útil es comprender las dinámicas que giran en torno a la configuración del nuevo mapa regional. Entre otros factores, la división de América Latina partiendo de un Norte cercano a Estados Unidos y un Sur con mayor autonomía; las diferencias políticas, económicas sociales y culturales entre los países del Atlántico y los del Pacífico; y la competencia por el liderazgo regional, puesta de manifiesto con las dificultades de Brasil por mantener su tradicional lugar que le corresponde en América del Sur y su aspiración de ser un jugador global de primer orden, frente a pretensiones mediáticas emprendidas por presidentes mesiánicos y advenedizos, como Chávez en su momento y, aparentemente, Petro en la actualidad.