No creo que a Luisa Fernanda W le interese demasiado ser una mejor cantante, superarse, pulir su arte. Lo de ella es la fama por la fama. Es lo que los argentinos denominaron a principios de este siglo, años antes de la explosión de las redes sociales, como mediáticos. Ella ama los medios y necesita estar marcando pauta todo el tiempo. "Que hablen mal de mi pero que hablen" es su precepto. No tengo el dato de cuanto le pagan por click, por promocionar algo desde sus redes pero debe ser mucho.
Antes, cuando todos éramos más jóvenes, pretendíamos ser reconocidos por dominar algún arte. Ser cantantes tan buenos como Freddie Mercury, showmans como Jagger o Chayanne, hacer las letras tan hermosas que creaba Bob Dylan o escribir como Gabo. No, ahora sólo quieren ser famosos. No importa si se es famoso como Jeferson Cosio, que se mandó poner unos senos por una apuesta, o como Epa Colombia, capaz de transmitir en vivo la destrucción de una estación de Transmilenio. Esto último pudo ser interesante, una especie de performance a lo Marina Abramovic, un escupitajo al machista, excluyente y caro servicio de Transporte. Pero Epa Colombia sólo lo hizo por el ansia de romper un nuevo record de audiencia en sus redes sociales.
Es la dictadura del click y ante ella sólo podemos inclinarnos. Miren no más la política, en donde los grandes analistas le han dado paso a influencers lamentables como Levy, Polo Polo o Wally. En eso quedó la tal revolución de las redes sociales. En personajes como Luisa Fernanda W a quien se le olvidó por completo el lugar de donde había nacido y quien vivió una explosión después de haber perdido, por una bala perdida, a Legarda, su novio. Luisa a partir de ahí comenzó una meteórica carrera que hoy la convirtió en un referente para cientos de miles de jóvenes en el país que quieren ser como ella.
En el país donde está penalizada la dosis mínima se puede ser impunemente tonto y arribista. En medio de una crisis sanitaria, económica como la que vivimos hoy en día, en un país en donde, sumado a toda la violencia tenemos que soportar los más de doscientos muertos que deja el tercer pico de la pandemia, es inmoral demostrar la riqueza de la forma torpe, casi uribista, con guardaespaldas rodeándola, como hace Luisa Fernanda W. Es tan anticristiano como comer un pan al lado de un pobre y escupir el suelo donde caen sus mendrugos.
Con políticas jugándosela por el feminismo, con un movimiento cada vez más fuertes de mujeres empoderadas en su revolución, capaces de jugársela toda por el gran cambio, el que busca liberarnos -también a los hombres- del patriarcado. A gobiernos como el de Duque claro que les viene bien jóvenes como Luisa Fernanda W, lobotomizadas frente a un celular, creyendo que el mundo es un I Phone y que la única vida que merece ser vivida es ese oropel, el engaño que sólo desatan las redes, algunas tan planas como el propio Instagram o TikTok.
Señores, ha terminado la guerra y han ganado los Nazis.