Luis Suárez jugaba al balón con su padre en los pocos momentos que él permanecía sobrio. Tenía nueve años cuando el llanto de su mamá le hizo saber que ese hombre de mal carácter que la golpeaba y que portaba, con su orgullo de borracho, su uniforme militar, los había abandonado para siempre. Los seis hermanos Suárez se habían quedado sin papá y sin el sustento diario.
El pequeño Luis tuvo que dejar a un lado su afición al fútbol y la escuela, para dedicarse de lleno a ayudar a su familia. Limpiaba ventanas y barría las frías calles repletas de hojas del otoño en Montevideo. Miraba con nostalgia a los niños pateando pelotas en los potreros de la ciudad que describió Onetti y se comía la rabia. Esa rabia que le reapareció por primera vez cuando, ya como futbolista profesional y jugando con el Liverpool le dijo 16 veces negro de mierda al francés Patrice Evra, zaguero del equipo rival el Manchester United. Reacciones incontenibles que se repitieron cuando le dio un puñetazo en el rostro al chileno Gonzalo Jara en un partido de eliminatoria mundialista y le pegó un codazo, una patada y después un mordisco a Ivanovic, zaguero del Chelsea en un mismo partido, y en un salto para disputar el balón, le cayó con sus dientes a la yugular al jugador turco del PSV de Holanda de Otman Bakkal.
Estamos en Montevideo y Lucho Suárez tiene 15 años. Ya juega en las divisiones menores del Nacional, uno de los dos clubes más populares del Uruguay. En la cancha es todo un pequeño crack, una rutilante promesa, de eso no tienen duda sus entrenadores. Lo que si les preocupa un tanto es la parte humana. Al díscolo jugador le gusta el alcohol, el tabaco y la noche. Lo poco que gana como barrendero se lo gasta bebiendo o con prostitutas. Su familia tiene necesidades y si no fuera por su abuelita seguramente que pasarían hambre. Está a punto de ser echado del club cuando conoce a Sofía Balbini, una jovencita de 13 años perteneciente a la clase media alta montevideana a la que le gustan los muchachos que gambetean y hacen goles. Se enamoran, Luis se enfoca en su carrera, deja la noche y aparecen los resultados. Suárez debuta, a los 16 años, con el primer equipo del Nacional enfrentando al Junior de Barranquilla en plena Copa Libertadores. Dos meses después de su estreno, convierte su primer gol como profesional.
Duran un año y por fin, el pichón de crack, encuentra la estabilidad emocional perdida desde aquella madrugada en que su padre lo abandonó.
Todo iba bien hasta que los padres de Sofía, quienes aceptaban y querían a Luis, deciden emigrar a Barcelona. A pesar de las promesas de que nunca se van a dejar de amar, El pistolero cae deprimido y reaparecen las borracheras y los trasnochos. Su rendimiento como jugador se resiente y a punta de mails Balbini lo alienta a no caer “Mira que vos tenés el talento para venir a Europa y ser una estrella” Gracias al aliento que le daba su novia y el apoyo de un entrenador que lo obligó a centrarse, Suárez, en su primera temporada como titular, convierte 12 goles y su rendimiento es tan bueno que es comprado por el Ajax de Holanda.
Tenía 19 años y Sofía 16 cuando ambos se fueron a vivir solitos a un lujoso apartamento en Ámsterdam. Hoy, diez años después, siguen juntos y tienen una niña que bautizaron como Delfina.
Entonces, mientras se convertía en el ídolo del club más ganador de Holanda, Luis Suárez tiene su primer brote sicótico. En un clásico contra el PSV clava sus protuberantes colmillos, como si de un vampiro se tratara, contra la garganta de un defensa rival. Su equipo decide castigarlo con ocho fechas de suspensión.
En Ámsterdam, mientras jugó y fue figura del mítico Ajax, el club le aconsejó varias veces tratarse por un sicólogo pero El pistolero, apodo que se ganó por un hecho confuso en donde murió un periodista, no quiso hablar del tema. Su círculo íntimo afirma que el ariete sabe muy bien cuál es la raíz de su mal: su genética competitiva no admite la palabra derrota. Marco Van Basten, quien fuera su entrenador en la escuadra holandesa, le aconsejó varias veces someterse a sesiones de yoga para rebajar su estrés. Pero a Lucho ver un salón repleto de doce tipos en licra sentados en flor de loto le parecía “Una completa mariconería”.
Sin que el delantero lo supiera el Ajax contrató a un grupo de psicólogos para estudiarlo. Esto fue hace cinco años, cuando el uruguayo apenas tenía veinte y sólo había tenido un par de sus ahora célebres episodios. Los especialistas llegaron en ese momento a esta conclusión “A Luis le pierde el veneno de ganar que corre por su sangre. Ni más, ni menos. Está infectado hasta los huesos y no tiene cura. No puede soportar la idea de perder y eso en ocasiones le nubla el raciocinio. De hecho, durante su etapa aquí se quejó varias veces de que los jugadores más jóvenes no se sacrificaban lo suficiente para ayudar al Ajax a ganar títulos. Eso le enfermaba”
De Holanda se va a Inglaterra en dónde encuentra la gloria y el escándalo en la encopetada Premiere League. Allí reaparecen los mordiscos, los codazos y planchazos que le cuestan millonarias multas y muchas fechas de suspensión. Nada impidió, ni siquiera el mordisco que le propinó a Chiellini en pleno mundial y la drástica suspensión que le impuso la FIFA, que el Barcelona lo comprara. Sus 84 goles con el equipo culé lo confirman.
Hoy en el Metropolitano su garra incontenible hará temblar a Colombia. Qué mejor escenario para hacerlo que el Metropolitano, el estadio que lo vio nacer como futbolista.