Sentados a la sombra de un centenario almendro, el mismo que les ha prodigado su frescura desde que estaban en la escuela primaria cuando le escuchaban las eternas catilinarias al profesor Monterrosa, un grupo de jóvenes, sin más afanes que tratar de cambiar el mundo desde sus taburetes de madera y cuero, se detuvieron un momento para escuchar lo que decía la radio: durante la celebración de los 30 años de la Fundación Universitaria María Cano, en Medellín, el gobernador de Antioquia, Luis Pérez Gutiérrez, aseguró que no hay persona más inútil que un bachiller. Aquellos amigos no querían dar crédito a lo que decía aquella incógnita voz y se miraron al tiempo para exclamar: “Miércoles, nosotros también caímos en esa colada”. Y muchos tenían toda la razón para sentirse ofendidos, así ellos hubieran sido de la reciente hornada de bachilleres que acababa de salir del colegio de aquel pueblo, el que a duras penas contaba con una esmirriada planta de profesores, varios con los sueldos atrasados, y los demás dedicados a esa noble tarea solo por el puro instinto de supervivencia y el deseo de saber que con ello contribuían en algo para tratar de mejorar la salud del país y quizá la del mundo: en resumen, teorías e ideales que no daban siquiera para llevar el pan diario a la mesa. Y eso sin hablar de las destartaladas aulas en las que estudiamos aquellos deliciosos años, dijo el siempre nostálgico Pedronel.
Entonces Jaime, que se ha caracterizado por ser el más respondón del grupo se hizo la pregunta de que si algún día aquel emperifollado personaje, embullado en su fino traje de lino cosido por la vanidad, no había tenido el privilegio de asistir a los seis años del bachillerato, sino que por la voluntad del Altísimo se había saltado los peldaños obligatorios del régimen académico para caer justo en la fecha y en el sitio en el que le entregaron su pergamino dorado, el que lo acreditaba como Ingeniero Industrial de la Facultad de Minas de la Universidad Nacional de Colombia, sede Medellín; y no hubiera sido otro de los estudiantes anónimos que perdió el tiempo en el Liceo Nacional Marco Fidel Suárez en esta misma ciudad, luego de haber hecho, como muchos colombianos y antioqueños, el tránsito de su natal Cañasgordas para abrirse espacio en la capital.
Aquella conversación parecía tornarse un poco agria porque había defensores del mandatario que le daban la razón por cuanto la realidad de hoy le daba todos los argumentos de peso para sostener esa idea; pero los que se mostraron contrarios atinaron a decir que sí, que estaba bien, pero había que ver que la persona que lo dijo ha trasegado por un sinnúmero de cargos relacionados con la educación y nunca había presentado una idea para mejorar el cuadro de lástima que hoy le producía un egresado de bachillerato, y fue cuando alguien recordó que dentro de sus títulos ostentaba el de Máster of Arts, Statistics and Operations Research de la Universidad de Michigan en los Estados Unidos, con Investigación en Modelos Matemáticos para la Industria de la Agencia Internacional de Energía Atómica, IAAE, por sus siglas en inglés, en la hermosa y sentimental ciudad de Trieste, Italia. Además, dijo otra voz, se ha desempeñado como asistente de Investigación en la Universidad de Michigan, Director de Planeación de Antioquia y profesor Asociado de la Universidad Nacional de Colombia.
No solo eso, recordó Enrique, el fue rector de la Universidad de Antioquia en los primeros años de la década de los 90, y por allá en 1993 fue nombrado director del Icfes por el entonces presidente César Gaviria Trujillo, y por si fuera poco en el mandato del alcalde Sergio Naranjo Pérez ocupó la Secretaría de Educación de Medellín, razón por la cual tiene todas las justificaciones para decir lo que dijeron que dijo. Arturo, quien se distingue por su moderación sacó su propio argumento para revalidar que el cartón de bachiller si servía para algo y recordó que el gran maestro Rafael Calixto Escalona Martínez había sentado cátedra sobre el tema con aquella canción que dice así: “Como yo no tengo diploma de bachiller/ En el valle dicen que no puedo enamorar / Miren como aprecian las mujeres el papel, con tantos de sobra que se ve en el basural / Felices aquellos los que puedan presentar el grado bonito que conquista a las mujeres / Como no lo tengo yo me voy a desterrar para La Guajira donde no haya bachilleres / Porque eso si es digno de compadecer / Todo el que no tenga el grado de bachiller / Por ese motivo yo me voy a desterrar / pa’ tierra lejana de Valledupar / Adiós mis amigos yo me voy a desterrar pa'l sur de Colombia donde hay paludismo y fiebre / Si me notan triste es porque me duele dejar mi patria querida tan llena de bachilleres”.
Fabio, que estaba que se hablaba, pidió la palabra para sentenciar lo siguiente: Compadres —les dijo en tono conciliador— la vaina es más compleja si nos detenemos en una cosa muy sencilla, y por sencilla muy grave. Y entonces recordó que el mandatario de los antioqueños había proferido aquella frase en el recinto de una institución que le hace homenaje a una gran mujer, que fue la primera de su género que se dedicó a la política en el país, que dirigió la lucha por los derechos civiles fundamentales de la población de los trabajadores asalariados y que en muchas ocasiones encabezó la convocatoria y agitación de las huelgas obreras, razón por la cual se le conoce como la “Flor del Trabajo”; ni más ni menos que doña María de los Ángeles Cano Márquez, que nació en Medellín el 12 de agosto de 1887, es decir, la carajadita de 130 años y ¿saben qué es lo peor? dijo con su voz impostada, que esta señora jamás pisó una escuela porque ella fue autodidacta, que siguió el pensamiento libre e independiente de su padre Rodolfo, quien la orientó en su formación elemental. Y a pesar de todo, incluso con eso a su favor, María Cano se vinculó entonces como obrera de la Imprenta Departamental de Antioquia, en 1930; en 1934 apoyó la huelga del Ferrocarril de Antioquia y luego pasó a trabajar a la Biblioteca Departamental, donde laboró hasta 1947. En 1945, el movimiento de mujeres sufragistas le ofreció un homenaje en Medellín, que fue lo último que se supo de ella. Y fue precisamente aquel recinto, cuya institución le rinde tributo a su nombre y a sus aportes sociales, el escogido para empañetar sus paredes con la frase en cuestión.
Dicho esto, le pidió a sus amigos llevar presente lo que algún día sostuvo Matthew Kelly al respecto: “Si juzgas a un pez por su habilidad para trepar árboles, vivirá toda su vida pensando que es un inútil” y los invitó a irse a callar a otro lado y que tal vez hizo falta un amigo como Iván para que le ayudara a salir de estas vainas al ilustre señor gobernador.