Vean los malos de sus series favoritas. Si no le despiertan simpatía cambien de proveedor. Los malos aborrecibles ya están mandados a recoger. A mi me gustan los malos, cuando, de pequeño, mi mamá me llevaba a ver Blancanieves al viejo cine Guaymaral, yo salía enamorado de la bruja sexy. Me gustan las tóxicas. Me gusta Luisito Rey, el peor papá que hayamos visto jamás en una telenovela. El actor que le interpreta es Oscar Janeada. Está tan bien actuado, tan bien escrito ese papel, que es inevitable no sentir atracción por ese monstruo, capaz de meterle anfetaminas a su pequeño hijo, Luis Miguel, y de matar a su esposa.
Creíamos, después de verlo morir, que esta segunda temporada nadie podría llenar el hueco que dejaba Janeada. Pero nada qué hacer, van tres capítulos y ya, el ritmo es trepidante, hasta el punto de que se vive al filo del asiento, hasta el punto de convertirse en una adicción. No se puede pensar en otra cosa. La serie es tan grande como él. Y eso que se nos había olvidado de los hermosas de sus canciones. Han sido años de oscuridad, del eclipse que ha tapado al Sol de México. El alcoholismo, los problemas con su oído después de un descuido imperdonable de uno de sus representantes en un concierto en Lima, los traumas que lo acompañan después de ser explotado por su padre, le pasaron mella. Solo la serie revivió al último de los grandes artistas que ha dado México.
Esos elementos que lo condenaron es, a su vez, paradójicamente, lo que convierte la vida de Luis Miguel en la apasionante telenovela que vemos cada domingo. Van apenas tres capítulos de esta segunda temporada y los comentarios no pueden ser más positivos. A mi no me gusta Luis Miguel pero la trama trasciende esos intereses. Hay un momento, al final del segundo capítulo, en el que Micky empieza a grabar una canción de Juan Luis Guerra que ya se nos había olvidado lo hermosa que era. No voy a revelar el nombre, véanla ojalá un sábado para que les quede las ganas de acompañarla con un buen tequila. Cala hondo en el corazón.
Los que la critican sin verla la acusan de ser un melodrama mexicano cualquiera. Por favor, como si eso fuera malo, como si no estuviéramos hablando de la cinematografía de los maestros Emilio Fernández, Manuel Gavaldón. Nos hace falta llorar, poner en contacto nuestros sentimientos, sentirnos vivos que de eso se trata y, encerrados por esta maldita pandemia, la única manera de vivir es a través de los otros, del arte, de las novelas, de meternos en la casa de uno de los grandes artistas latinoamericanos de la historia. Si no tienen nada qué hacer arranquen ya. Igual, en la calle, sólo hay virus y policías tirando balas.
