Dicen que Franz Kafka murió sin saber que era Franz Kafka. Incluso en su agonía, el autor pidió a su mejor amigo que quemara sus obras. Por fortuna, Max Brod lo traicionó publicando La Metamorfosis. Kafka diría que lo traicionó doblemente, pues aparte de querido lo volvió universal.
Decía la prensa que el compositor vallenato Omar Geles escribió 900 canciones; todas ellas sentidas y románticas. La semana pasada todos los medios lamentaban la muerte de un señor llamado Luis Egurrola; alguien que había escrito no menos de 100 vallenatos; todos ellos buenísimos; pero casi no lo conocíamos, a lo mejor también era kafkiano. Hay personas que sin buscar merecimientos los alcanzan todos. No sé cómo hacen si García Márquez se demoraba una semana en un párrafo.
El talento, la voz y el amor (más el desamor) forman una simbiosis perfecta; solo así se explica la existencia de las obras cumbre de la música. Jairo Varela componiendo se fumaba 80 cigarrillos en una noche; solo en una mente exitada por el amor y el humo podía bailar “Ana Milé”. Cruzar la voz de Diomedes Díaz con la virtuosidad del maestro Egurrola por supuesto iba a hacer dar a luz un éxito.
No sería lo mismo un Luis Alberto Posada sin Luis Estrada o un Julio Jaramillo sin Benito de Jesús; no sería igual el trío los románticos sin el pensamiento del nariñense Miguel Ángel Montenegro. La misión de los compositores es dolosa; básicamente consiste en volver famosos a los cantantes y en hacerlo enamorar a uno; ahora comprendo porque a Bob Dylan le dieron el Nobel de literatura sin jamás haber escrito un libro; ahora supe cual era el “loco paranoico” que estaba detrás de Silvestre Dangond.