Los argentinos creían que ganarían caminando el partido de semifinales por la Copa América. Muchos, como el campeón del mundo Oscar Ruggeri, no conocían a Luis Díaz. De opaca temporada en su equipo, el Porto, supo convertirse, a los 24 años, en la gran figura de un equipo que estuvo a punto de disputarle la final a Brasil. Los argentinos vivieron una verdadera pesadilla por su culpa. Muchos lo compararon con el propio Garrincha. Mucha agua ha pasado por debajo del puente después de su descubrimiento.
En el 2015 Luis Díaz tenía 18 años, era la figura de la Selección Colombia que jugó la Copa América de Indígenas y estaba desnutrido. Desde que nació en la ranchería de Barrancas en La Guajira, este wayúu presentó un peso muy por debajo de su ideal. En el desierto el pequeño se distraía escuchando la música de Diomedes Díaz. La sombra del Cerrejón, la mina más grande de Colombia, fue secando el río Ranchería que alimentaba a su familia, a sus amigos, a su pueblo. Siempre tuvo sed, sobre todo cuando se dedicaba a hacer lo que más le gustaba en la vida: jugar al fútbol bajo el calor insoportable de La Guajira.
Pesaba menos de lo normal pero siempre comía chivo tres veces al día. Su papá tenía una escuela de fútbol y, aunque él era el alumno más destacado, no lo ponía siempre, para que no fueran a decir pues que había nepotismo. De ahí el muchacho aprendió que ser el mejor no bastaba, que tenía que darlo todo en cada entrenamiento.
En ese lugar, a más de 100 kilómetros de Riohacha, la civilización, la única distracción de los muchachos era el fútbol y ver al tren atestado de carbón pasar todos los días rumbo a la mina del Cerrejón. En la noche, como no había televisión en la ranchería, se mecía hasta el sueño con las historias que le contaba su abuelo. Su mamá lo regañaba, su mamá le inculcó que si no terminaba el bachillerato no podía patear más la pelota. Cómo le gustaba el fútbol que decidió hacer el sacrificio, tragarse el malestar que le causaba garrapatear los cuadernos y terminar 11. Cuando le preguntaron qué quería hacer dijo: jugador del Junior.
Un día, a los 17 años, se fue a Bogotá con la escuela de su papá a una preselección Colombia indígena. El técnico, John, el Pocillo Díaz, lo vio tan raquítico que pensó que no podía estar a la altura. Y sin embargo nadie fue más rápido, más efectivo, más habilidoso. Quedó en el equipo que disputaría la Copa América de los Pueblos Indígenas. Viajó a Chile, fue figura, hizo dos goles. Era alegre en la cancha y fuera de ella. El técnico Díaz recuerda que muchas veces tuvo que tocarle la puerta de su habitación para decirle que le bajara volumen a esas canciones de Martín Elías que no paraba de cantar. Con la selección de indígenas viajó el Pibe Valderrama. No dudó un segundo en hablar con Arturo Char Chaljub, dueño del Barranquilla F.C, un club que servía como filial del Junior. “Pruébenlo que ese pelado es bueno” le dijo el Pibe y así lo hicieron.
Tenía 18 años y era más flaco que todos. En el Barranquilla lo mandaron a engordar 10 kilos. Pastas y carne en el desayuno, una dieta que sólo comen los campeones del Tour de Francia. Además le metían multivitamínicos para mejorar su masa muscular. Ahora es capaz de jugar en Europa, los Char lo vendieron en el 2019 por 20 millones de Euros al fútbol portugués y después de su descollante participación en la Copa América nos hizo olvidar de James y los mejores clubes del mundo se disputan su pase.