Viendo a su padre durante las extensas jornadas de pesca, Luis Acosta Zapata comprendió su lucha, emprendida años atrás al lado de su pueblo. Moises Acosta, un curtido indígena nasa a quien su comunidad en Caloto en el Norte del Cauca le creía y participó en la fundación del Consejo Regional Indígena del Cauca —CRIC—. La charla alrededor de aquel querido y ancestral oficio le revelaba también los secretos para lanzar la vara al agua y en un golpe certero atrapar el pez pero también le enseñaba pacientemente el valor de ese trabajo que debía defender con la misma fuerza con la que ponía el pecho para acompañar a sus hermanos indígenas.
Hace 25 años Luis lo vio partir hacia las profundidades del Naya, aquella región entonces controlada por las Farc que se levanta sobre la cordillera occidental y esconde con su espesa selva el Pacífico colombiano, dispuesto a recuperar junto a otros líderes unas tierras que la guerra les había robado. Nunca regresó. Era el año de 1984 y Luis era un niño de 11 años. En su casa supieron más tarde que las Farc lo había desaparecido.
Luis vio llorar a su madre en silencio. Ana Tulia Zapata se puso al frente de la familia y madrugaba a diario a trabajar para sacar adelante a sus hijos. Combinaban el estudio con el trabajo en las parcelas recogiendo ají, compartiendo todos el intenso ardor que quedaba impregnado en las manos al final del día. Su mamá era también la gobernadora indígena del resguardo Huellas, en Caloto, y su ejemplo los guió y arraigó a la lucha que sus papás daban en la región.
Luis se dedicó a la educación y durante más de 15 años ha construido con cientos de sus alumnos el sistema que dio las bases para los planes actuales de etnoeducación. Pero en su pueblo aumentaban los asesinatos, las agresiones a la gente humilde y sus propios compañeros le pidieron cambiar la tiza y el tablero por el bastón de guardia indígena. Se había preparado desde los 13 años cuando se acercó a la recién creada Guardia en 1971. Empezó combinando su bastón de mando con su trabajo de profesor hasta que el 28 de mayo de 2001 Luis se entregó de lleno y fue escogido por la Asociación de Cabildos Indígenas del Norte del Cauca para coordinar la Guardia Indígena que a partir de entonces tendría una presencia permanente, convirtiendo la protección de la tierra y el reconocimiento de su identidad como indígenas sus banderas en la formación de los jóvenes que ingresan a la Guardia.
Llevaba tres años como coordinador cuando las Farc secuestró al alcalde de Toribío, Arquímedes Vitonás y al exalcalde y secretario Gilberto Muñoz. Los internaron en la selva del Caquetá. Junto a otros mil indígenas, Luis viajó hasta San Vicente del Caguán para presionar a la guerrilla para que devolvieran a los secuestrados, hasta lograrlo en septiembre de 2004 después de quince días secuestrados. Fue una prueba para la Guardia que mostró su fuerza como un gran ejército sin armas.
Su trabajo ha sido el de fortalecer la organización, primero desde lo local y ahora nacionalmente con una potente Guardia compuesta por casi 60.000 hombres y mujeres en 23 departamentos del país. Se define no como un jefe sino como “un pedagogo de la resistencia y mi tarea es formar a personas para defender la vida, para defender el territorio y para defender nuestra cultura”.
En las mingas de Resistencia para presionar al gobierno de turno a cumplir con los pactado, la Guardia cumple un rol clave como líderes de la comunidad. Su responsabilidad es aún mayor ahora con la Minga en Bogotá y su complejo desplazamiento por las calles de la capital donde Luis tiene que garantizar no solo la seguridad de los marchantes sino cercar el grupo con los bastones de mando para evitar que sea infiltrada.
La tensión con el gobierno de Iván Duque viene casi que desde el comienzo de su gobierno. En marzo y abril del año pasado midieron al recién posesionado presidente Duque con un bloqueo de 27 días para exigir el cumplimiento de acuerdos desde el gobierno Gaviria, en los años 90, y hacia adelante. Duque tiene un compromiso con los indígenas del Cauca que no lo olvidan, cuando en abril de este año canceló a última hora el viaje. Los indígenas apuntan. Son pacientes, pero no olvidan.
La Guardia indígena ha sido blanco de grupos armados ilegales, de guerrilla, paramilitares, narcotraficantes y ahora disidentes como los que los atacaron el pasado 30 de octubre del 2019. El resguardo Nasa de Tacueyó estaba en alerta y la gobernadora Cristina Bautista lo advirtió. Sin embargo no pudo hacer nada y terminó asesinada junto a cuatro guardias indígenas.
La guardia reaccionó inmediatamente y hasta la vereda La Luz, dentro del resguardo, llegó Luis Acosta para atender la situación y apoyar a sus compañeros, que horas antes habían intentado detener al grupo de disidentes que se desplazaba dentro de la zona. Su velocidad y fue inútil porque las disidencias reaccionaron con violencia y acribillaron a la gobernadora y a cuatro indígenas más. Agotado por la violencia, Luis no ha podido y no ha querido acostumbrarse al dolor cada vez que entierra a su gente, que en solo el primer año del gobierno de Duque llegaron a 234 guardias asesinados.
A Bogotá llegaron más 7.000 indígenas desde lo profundo del Cauca y entre ellos Luis Acosta y la guardia, armados de radios portátiles para conectarse. Con bastones de mando cercan la marcha para evitar que entren saboteadores o provocadores que salpique de violencia la protesta.
* Texto original escrito por Julián Gabriel Parra