Bien me lo dijo mi padre con los ojos aguados y refiriéndose al anuncio, no voluntario, que hizo Santos de que llevaba varios meses de negociaciones de paz secretas con las FARC-EP en La Habana, y que desde entonces sus garantes serían, el coronel Hugo Chávez y un gobierno escandinavo: “Este tipo Santos es capaz de llevar al país a una guerra civil y lo peor es que lo va a hacer después de haber engañado a todo el mundo. No se le pueden creer ni las mentiras”.
Y aquí permitimos que le dieran un Premio Nobel. Y no faltó quien lo vitoreara, quienes lo acompañarán hasta Estocolmo, y quienes, lanzaran tarrayas a ver que contrato atrapaban, y quienes inocentemente se tragarán ese anzuelo con todo y pescado. Hasta escuché una vez en un foro en Cartagena al presidente, del que fuera en una época el gremio más importante del país, decir la barrabasada de que el resultado de los acuerdos de Cuba le valdría un incremento de 6 puntos porcentuales al PIB del país.
Para quienes fuimos criados con conciencia moral y social, resulta decepcionante y duro el despertar con una amarga resaca después de la farra y la borrachera de ocho años que le ofrecieron los hermanos Santos a sus amigos los criminales de las FARC-EP, al ELN, y a todo tipo de estafetas de la anarquía con la cual nos amancebamos como sociedad con una ilusión de falsa Paz y con la disculpa de que llevamos 50 años matándonos a cuenta del mal llamado “conflicto armado” y la falsa guerra. Señores aquí desde los años 70 lo que ha habido es un narco-terrorismo con máscara ideológica que esconde el crimen organizado más despiadado y más sanguinario del mundo.
Pero lo peor es que con la historieta de tener que cumplir unos acuerdos desfinanciados de benevolencia, reconciliación y perdón, que violan y supeditan los derechos de las personas de bien a los de los criminales, y con el cuento de la responsabilidad que debe asumir la sociedad en favor de supuestas víctimas (que no lo hace con las verdaderas) en lo que denominan “posconflicto”, y con el reconocimiento legal obligado a los acuerdos que democráticamente rechazó el pueblo, al que nos llevaron personajes nefastos como los que defendieron toda esa farsa en el parlamento, ahora somos las personas de bien las que les quedamos debiendo a los delincuentes.
Colombia amanece con la moral social en llamas, el pacto social se derrumba y los resortes éticos llegaron a su limite perdiendo toda capacidad de resistencia y sanción social ante los ataques sanguinarios de toda suerte de criminales dedicados al Narco-Terrorismo, ante la estupidez mamerta de nuestros insensibles intelectuales que se recrean hablando de “intolerancia”, ante la cínica indolencia de la clase política, ante la vergüenza del espectacular lenocinio de la justicia y la dolosa complicidad de los apólogos medios de comunicación.
Le doy gracias a mis padres por haberme educado con el ejemplo de los principios éticos que me dan la independencia para llamar las cosas por su nombre y sin temor a equivocarme. Agradezco las oportunidades que he recibido en la vida y valoro haber nacido en un país democrático y libre. Pero hoy, al igual que en el 2002, me muero de la vergüenza con quienes tienen hijos y sus empleos dependen de mi. Veo en su cara la desesperanza que causa un Estado sumido en la criminalidad y la corrupción que multiplica la droga, en la zozobra que crea la critica destructiva de la diaria radionovela matinal, y ya no se qué decirles.
No comprendo el grado de insensibilidad e indiferencia al que hemos llegado, en el que vivimos como colectivo frente a la dura realidad cotidiana de los más desvalidos, de los campesinos y de los citadinos del común, de quienes no pueden presumir de estatus suficiente para tener escoltas, carros blindados y esquemas de seguridad para pasearse por la línea este del centro al norte de la capital.
¿Hasta dónde hemos llegado Dios mío? ¿Cuánto más tiene que pagar la gente del común por crímenes que no ha cometido? ¿Cuánta basura mediática más tenemos que escuchar cada día? Aquí parece que hay que ser bien hampón para poder sobresalir. ¿Cuánta inseguridad tiene que mamarse la gente humilde y trabajadora por la corrupta actitud de nuestros políticos, que contadas las excepciones, viven del engaño y se anotan a la rifa de todo lo que aunque sea falso, les puede representar algún beneficio personal?
Yo ya no comprendo cómo es nada aquí. Decimos que la esperanza y el futuro son nuestros hijos, los niños de todo Colombia. Y de ser ello así, entonces se pregunta uno y todo el que tenga algún grado de sensatez:
¿A dónde están los cientos de niños secuestrados de familias campesinas inocentes que tenían las FARC-EP?
¿No sea que los mataron para que no fueran testigos en su contra ante la JEP?
¿Por qué permitimos que los que violan los niños y queden impunes?
¿Qué beneficio le trae a la sociedad haber montado toda una Justicia Transicional (la famosa JEP) para condonar crímenes de lesa humanidad contra niños indefensos?
¿Por qué permitimos que secuestren niños, y no protestamos si no son los nuestros?
¿Por qué permitimos que envenenen niños en las calles, en los colegios, en las discotecas, en los parques y hasta en los propios hogares?
¿Por qué permitimos que padres y familiares abusen sexualmente de los niños y no decimos nada, ni somos capaces de exigir para que no se repitan esas atrocidades?
¿Por qué permitimos que las mafias políticas y las autoridades le nieguen el derecho a la debida nutrición y literalmente les roben la comida?
¿Cómo es eso de que podemos alimentar optima y balanceadamente un pollo, una ponedora, una ternera, un novillo, un marrano, una babilla, un camarón, una tilapia, un potro, una mula, pero no somos capaces de invertir en nutrir adecuadamente una mujer en embarazo ni a nuestros niños?
Hoy más que nunca, mientras los autores intelectuales de la miseria ética, jurídica, legal y moral en la que vivimos, se pasean por el mundo dando conferencias de paz y haciendo alarde de un premio comprado, mientras sus cómplices cambian de parecer con tal de preservar una corbata, es ahora cuando más tenemos la obligación de ayudar y exigir al Gobierno que hagamos valer el interés general sobre el particular, a que sea implacable con los corruptos, a la formación de una cultura de legalidad, es hora de que respaldemos a un Presidente que quiere recuperar la libertad y el orden, crear oportunidades para todos a partir del respaldo al emprendimiento, y darle estabilidad social a todos los factores de equidad.
Reflexionemos, despertemos de la borrachera y entendamos la gravedad del problema nacional, la cuantía del desfalco, el grado de corrupción, la falta de sanción social, pongámonos todos a trabajar para solucionarlos. Ayudemos en la construcción de país al Presidente y su gabinete. De lo contrario más vale qué entendamos a tiempo en que tipo de sociedad nos hemos convertido.