Como la mayoría de colombianos, mí día a día era una rutina, me levantaba, iba al colegio, jugaba, regresaba a casa y hacia mis tareas.
Era una mañana del año 1998, estaba en el colegio, como de costumbre, y pensé que sería como cualquier otra, sin imaginar que en ese momento, mi vida se partiría en dos. El colegio está ubicado en corazón del Tolima, en una zona que a lo mejor muchos desconocen pero que para nosotros es todo: donde generaciones de nuestra familia habían vivido y construido todo lo que tenemos, pero también donde hemos aprendido y conocido lo que era ver la guerra a los ojos, sintiendo que todo puede cambiar en un abrir y cerrar de ojos.
Siendo las 11:00 a.m. llegaron hasta el colegio unos hombres que portaban botas de caucho,machete y saco negro, en el primer contacto preguntaron por el párroco, quien se encontraba trabajando como docente en el grado séptimo B. Uno de los hombres se acercó al salón y llamó al padre Jesús Adrián; el padre, sorprendido, tuvo un pequeño diálogo con esa persona, luego le dijo a los estudiantes que mantuvieran mucho orden, que se portaran juiciosos porque él pronto estaría de regreso.
Mi labor de aquel día fue interrumpida intempestivamente por el desorden que se produjo, mi reacción fue salir corriendo hacia donde estaba aquella multitud. Apenas me acerqué, me encontré de frente con dos hombres que me miraban con cara de sorpresa. Sin dudarlo, le pregunté a uno de ellos: ¿Qué es lo que está pasando? Él, sin mayor reparo y con un pequeño gesto de desprecio, me dijo: pasó lo que tenía que pasar.
La intriga, los nervios y el desconcierto se apoderaron de mí. Seguí caminando en medio de la multitud y pude divisar a unos metros de distancia al padre Jesús Adrián. Estaba postrado sobre la cancha de fútbol, rodeado de sangre. No podía creer lo que había sucedido.
Este hecho marcó mi vida por completo. Diferentes sentimientos se me cruzaron en ese momento: impotencia, rabia, desconsuelo, ganas de ir a la ciudad. Este genocidio dio lugar a que la comunidad y varios líderes y valientes se tomaran la osadía de averiguar el motivo de aquel acto, el cual nunca se supo con certeza.
Durante muchos años he vivido con este sentimiento de rencor, pero en mi participación en las Escuelas de Perdón y Reconciliación he podido descubrir muchos aspectos que afectan mi vida, he podido ver la situación desde otra perspectiva y puedo decir que me he reconciliado conmigo mismo.
Hoy puedo hablar de estos temas sin que me afecte porque vivo en paz conmigo, con mi familia y la sociedad.