Sí, señores, la naturaleza es muy sabia. Bastante nos dijeron esos nubarrones y ventiscas ocurridas en la posesión presidencial de Iván Duque aquel 8 de agosto de 2018: paraguas caídos (y algunos, doblados casi más de la mitad), rostros largos, húmedos y arrugados. Los resultados actuales no son más que un reflejo de ello o, mejor aún, un recordatorio constante de la crónica que se anunciaba y que viviríamos todos. Todos, sin excepción.
Ahora, otra historia se cuenta con las caídas de Marta Lucía. Como pepa de guama, ya se cuentan dos. Una célebre (y por qué no, clásica) en el buque de la Armada Nacional. Otra en la reunión entre el gobierno y los jóvenes que tuvo lugar ayer en Bogotá. Con la primera, confirmó que mirará a los mares de Colombia de frente. Vaya que sí lo cumplió. Con la segunda, el batacazo se produjo por intentar alcanzar un papel a pocos centímetros de distancia. Me pregunto si ella pensaría que la vía rápida (porque como todo vale) era mejor para alcanzarlo.
¿Por qué no ponerse de pie y tomarlo de inmediato? Quizá porque el hacerlo era más forzoso. Para sus adentros se convenció de que era un riesgo y de que era peligroso. Si bien sí costaba más, dado que implicaba erguirse, girar no tan a la verónica, exponer más su derrière sencillo y en un alto de súbito impulso, porque ella atenida si no es, agarrar el papel. Si hubiese optado por esa vía, hubiese hecho lo correcto. Empero, después de la caída, ver todos los que se acercaron a ayudarla y que la única pregunta fuerte que deslumbró fuera "¿estás bien, Lucy?", supongo que no ayudó en nada. Lucy vio lo que le pasó por ahorrarse el esfuerzo.
Después de esto, no quisiera imaginarme que este declive número dos (y ojalá se quede en esa cifra) signifique otra señal de lo que pueda ser (o convertirse) el resto de lo que queda de este gobierno, si es que podría así denominarse. Ojalá sea algo no tan dantesco.