Lucho Díaz y los días de lucha

Lucho Díaz y los días de lucha

En el partido contra Brasil hoy se retomará el espectáculo y los reflectores les apuntarán a Lucho y a su papá, para exprimirles hasta la última gota de dignidad

Por: Lizandro Penagos Cortés
noviembre 16, 2023
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Lucho Díaz y los días de lucha

Los medios de comunicación suelen pregonar que su papel en la democracia es higiénico. Es decir, limpio, transparente, diáfano, y –como si todas esas lindezas fueran pocas– libre e independiente. Ya está bien de tanta… de tanta… de posición.

Esa retórica, como bien lo dejó entrever Gerardo Reyes, sirve a lo sumo para escribir apasionados y lacrimógenos discursos para el día del periodista. Hoy juega Colombia y desde hace días se armó otro show mediático con la llegada de Lucho Díaz para unirse a la selección en Barranquilla, tras el secuestro de su padre a manos del ELN y su primer encuentro, a todas luces emotivo. Los medios desempolvaron su discurso moralista, juzgador y esa prédica impostada contraria a su práctica cotidiana, para cubrir desde el lugar de la notica la liberación del ‘Mane’. Después, dejó de importar. Ni siquiera su mensaje de paz fue atendido en rigor.

Hasta corresponsales permanentes pusieron los canales privados de televisión en Barrancas, ese punto olvidado de la ya olvidada y desatendida Guajira. Y como suele ocurrir en estos casos, un discurso lleno de comodines del lenguaje no para crear conciencia, sino para suscitar lástima y animadversión –al gobierno y la seguridad o la inseguridad–, pero falso, como el que reza: “Estamos cubriendo esta noticia desde todos los ángulos”.

No, no se cubrió la noticia desde todos los ángulos, no se analizaron las circunstancias, ni las intenciones, ni el momento histórico, ni los intereses de los implicados, nada. Solo la revictimización de un muchacho humilde que como muchos sacó a su familia de la pobreza a punta de darle patadas a un balón de fútbol y al que le secuestraron al papá.

Los 2 obispos a quienes el ELN les entregó al papá de Lucho Díaz

Los medios de comunicación son organismos vivos, y como tal, atienden las dinámicas del entorno en el que nacen, viven y mueren, cada vez con más frecuencia. Son negocios –la mayoría de ellos privados– que atienden las lógicas del mercado, de la producción, de los intereses económicos que los fundan, las políticas que los rigen, las ideologías a las que pertenecen y, por encima de todas las cosas, los públicos a los que ofrecen un derecho por el que cobran.

Pero es un descaro buscarle el acomodo a los Char en este episodio y relacionar una y otra vez al Junior de Barranquilla con Lucho Díaz y la oportunidad que le dieron estos señores de jugar y proyectarse ante el mundo.

Los canales privados de televisión que por estos días emiten desde “la Arenosa”, desde “la casa de la Selección”, la muestran como un milagro redentor, una ciudad faro y luz, un prodigio de buena gobernabilidad. Y paso a los Deportes, para exprimir más la tragedia de Lucho.

Es cierto que en cada país de Latinoamérica dos o tres familias son las dueñas de los medios de comunicación. O de incomunicación, como sentenciara Eduardo Galeano. Las mismas que en la Colonia trajeron las primeras imprentas. Las mismas que lucharon por la independencia de sus castas y no la de sus pueblos.

Las mismas que hoy difunden la información con sesgo, manipulada, manoseada, acomodada con calculada estrategia, con la intención de provocar una reacción, una caída, una imposición, una percepción, un comportamiento. Y la familia Char hace parte de esta orquestación en la Costa Atlántica (La Costa Nostra), de esta infamia que han cometido con Luis Díaz, pues como a ningún otro de sus jugadores han explotado tanto en procura de sus mezquinos intereses.

La información que sobre el jugador y su papá secuestrado y liberado, se conoció en los días recientes no es ni inocente, ni limpia. Y hoy arrancó de nuevo. La vocación no ha sido de servicio a la comunidad y al jugador, su padre o su familia, sino de comercio través de ella.

Sacarle réditos publicitarios y políticos a una tragedia. Llenos de banalidad y espectáculo, no tuvieron la visión crítica del impacto que el grupo ilegal buscaba, según los cánones del terrorismo. Urgencias superfluas como especular sobre el paradero o la muerte de secuestrado.

No se trataba de cambiarle el nombre a las cosas y los hechos, un secuestro es un secuestro y se debe proscribir de nuestra realidad, pero era preciso matizarlo con interpretación, análisis y rigor histórico. Todo se espectacularizó y nada se contextualizó. La información nacía y moría con cada emisión, sin antes ni después, sin explicación alguna de las causas y las consecuencias.

Los noticieros de televisión han sido arrollados por la ilusión tecnológica. Por el aparataje ilusorio que trasmite la idea de acceso a todo, cuando en realidad no sabemos de nada y estamos en los tentáculos del pulpo mediático que lo determina todo.

Y son ellos, sobre todo, los telediarios –por el influjo activo de la televisión y el consumo pasivo y acomodaticio de la misma–, donde la información sobre el secuestro del padre de Lucho Díaz, sufrió los peores embates y los más furibundos desafueros lingüísticos, sociológicos, antropológicos, sicológicos incluso, que dan cuenta del poder y el abuso del poder y cómo este es producido y reproducido por el texto, la imagen y el habla. Hasta memes se hicieron con el mensaje bajo la camisa del Liverpool, que rezaba: “Libertad para papá”.

El asesino será siempre el asesino. Tanto como guerrillero el guerrillero o secuestrado el secuestrado, pero como la realidad –todos deberíamos saberlo– es una construcción del lenguaje, cada bando nombra y renombra las situaciones y las cosas, en procura de construir una imagen propia y deconstruir la del otro.

La de la contraparte, la del adversario, la del enemigo. Hace parte de la vieja estrategia de dominación discursiva. Y en esa dinámica, han caído no sólo todos los actores armados, legales e ilegales, sino la sociedad y los medios.

En el partido contra Brasil en Barranquilla hoy, se retomará el espectáculo y todos los reflectores les apuntarán a Lucho y a su papá, para exprimirles hasta la última gota de dignidad.

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