En el ocaso de los últimos exponentes del fútbol fantasioso, surge de las tierras del cardón y el flamengo un carajito tímido, deslumbrando con sus cabriolas a la meca del fútbol en el Liverpool de los Beatles.
Los "reds" acuden al Anfield con la ilusión de ver al hijo de Macondo con el realismo mágico, que reflejan sus pies en el manejo de la esférica, que se escapa de ese fútbol atrofiado por lo físico y los esquemas ortodoxos que últimamente ha matado la pasion de un deporte en el cual la picardía y el repentismo es la garantía del goce del espectáculo.
El Pibe Valderrama no se equivocó al convocarlo a la selección indigena nacional que fue subcampeona del campeonato amerindio y, posteriormente, recomendarlo al Barranquilla fútbol club, la cantera del Junior de Barranquilla, adonde recaló después de debutar en un suramericano juvenil con los colores patrios.
Su carrera meteórica lo llevó al fútbol europeo, en donde se convirtió en un baluarte del Porto Portugués. En la selección de mayores tuvo carta de presentación en la Copa América de Brasil, donde con sus goles sacados del cubilete le sirvieron de catapulta para que el técnico alemán Jurge Klopp fijara sus ojos en él y lo solicitara para el Liverpool inglés. Aquí no necesitó de tiempo de espera o de adaptación, porque el talento no se improvisa, y en las primeras de cambio empezó a mostrar su casta hecha en las áridas tierras de la península de La Guajira, y que parodiando aquella canción vallenata de los Betos que dice:
"Y no se por qué La Guajira
se mete hasta el mar así
como si pelear quisiera
como engreída
como altanera
como para
que el mundo supiera
que hay un nuevo heredero del fútbol bien jugado aquí".
Hoy el mundo del fútbol se rinde literalmente a sus pies y esperamos que Lucho, con su humildad, sepa retribuir con su especial don y decirles que el fútbol es así de sencillo, como lo es él en su vida personal y se habla en un solo idioma, sea inglés, alemán o wayunaiki.