Lucho Bowen, el cantor de la nostalgia que aún nos pone a llorar

Lucho Bowen, el cantor de la nostalgia que aún nos pone a llorar

Se cumplen 15 años de la partida del guayaquileño que cantó 'Lamento caleño', tema basado en la explosión que mató a 1200 personas en La Sultana en 1956

Por: Jorge Eric Palacino Zamora
abril 30, 2020
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Lucho Bowen, el cantor de la nostalgia que aún nos pone a llorar

Son las siete de la mañana y desde el radio Sanyo, empotrado en una de las vigas del herrumbroso rancho, viene una voz aguda y bella. La canción habla de charcos y de árboles musgosos, de decepciones y despecho. Uno de los recolectores de café pregunta quién canta y otro responde “esa voz pertenece a Lucho Bowen”, un cantante ecuatoriano que tiene como compañero a un mago de la guitarra llamado Julio César Villafuerte.

A las fincas de aquí y allá, a todos los rincones de la Colombia cafetera llegan legiones de trabajadores procedentes de Caldas y Quindío para apoyar las labores de beneficio del precioso grano. A mediados de los ochenta se vive una bonanza que convoca a estos peones de cosecha con sus canciones de nostalgia cosidas a sus trastos y carrieles, y a sus nocturnos juegos de cartas. Esos temas que evocan traiciones rastreras y amores perdidos, una sonoridad de la congoja que lucía en las voces de Bowen, Villafuerte, Olimpo Cárdenas, Julio Jaramillo o los Trovadores del Cuyo. Cantos y lamentos que aún suenan en las radios que habitan los amaneceres campesinos.

Todos estos recuerdos para rendir homenaje a uno de los artistas que llenaron las tardes de infancia y acompañaron la adolescencia de muchos con su música, muy pesarosa y atormentada, pero adoptada como propia por varias generaciones. Hace 15 años partió el cantautor ecuatoriano Lucho Bowen.

El maestro, oriundo de Guayaquil, hizo parte de esa pléyade de cantores venidos del sur que a partir de los años cincuenta se consolidó en el gusto de los colombianos. Con un inicio de carrera en el entorno del trío Ecuador, conformado además por el ya citado Villafuerte, un guitarrista que marcaba la pauta en su país y de Pepe Jaramillo, hermano del icónico Julio Jaramillo. Posteriormente integrado en un dúo muy celebrado por los seguidores, Bowen y Villafuerte graban en Medellín para Discos Fuentes en el primer lustro del cincuenta, dejando sentidas canciones como Cartas marcadas, Mi muchachita y Amargo ñicor.

El productor Luis Jorge Martínez quien presentó a Lucho Bowen en el teatro Jorge Eliécer Gaitán de Bogotá, refiere en una pequeña biografía audiovisual del artista, que la decisión del artista de radicarse en la capital antioqueña obedeció a un contrato que la emisora La Voz de Antioquia le extendió al cantante guayaquileño para que en compañía del destacado guitarrista Julio César Villafuerte, deleitaran con su música a los oyentes hacia 1952.

La anécdota triste

En sus primeros años de presencia en Colombia Lucho Bowen nos enseñó que hasta el drama más profundo se podía cantar, al interpretar la crónica con música compuesta por Nano Molina, a propósito de la explosión de cajas de dinamita que eran traídas en camiones desde Buenaventura. El hecho ocurrió el 7 de agosto de ese trágico calendario en la ciudad de Cali. Reportes del diario El Tiempo de la época estimaron en más de 1.200 personas el número de víctimas fatales.

Según recuerda el tanguero Luciano Marín: “El recuento de ese pavoroso accidente de los camiones que estallaron en Cali sirvió de base para que Nano Molina —Lubín Nazario Escarria Molina, un compositor caleño de música guasca— hiciera la canción Lamento caleño que no pudo grabar porque para esos días estaba enfermo de la garganta, y escogieron a Bowen por su estilo triste al cantar”. El tema grabado en sencillo todavía es buscado como una rareza de colección, según refiere el coleccionista de música del recuerdo.

A ritmo pausado como el de sus canciones, Bowen ya con reconocimiento en emisoras de Medellín, Bogotá y Cali se fue enamorando de esta tierra, al tiempo que los seguidores se enamoraron de su particular forma de cantar. Un estilo único, quizá equiparable con el tono de su paisano, el guayaquileño Julio Jaramillo, dueño de una tesitura que le valió el apelativo de Ruiseñor.

Famosas eran las contiendas musicales programadas en ferias y festivales. Lucho Bowen era invitado de lujo a los duelos de artistas populares. Hasta finales de los ochenta fue prenda de garantía en los encuentros musicales al lado de Julio Jaramillo, Olimpo Cárdenas y Oscar Agudelo, una nómina tan exitosa, que se grabaron vinilos conmemorativos de estos artistas, a manera de testimonio de una época de oro de la música de antaño que hoy se atesoran como auténticas piezas de colección.

Tenía 78 años cuando nos “dejó de arrullar con su canto” parafraseando su inmortal tema Yolanda del autor Rafael Otero, que hoy recordamos con añoranza, aparejado al Corazón prisionero de Kiko Bejarano, Tu duda y la mía de Julio César Villafuerte, o Espejo de mi vida de Felipe Pinglo

De su impronta Lucho Bowen legó páginas memorables de sentimiento, esquelas que en su voz brillaron en escenarios de Ecuador y Colombia como los valses Mi destino, Tú fuiste, Olvídame y Siempre tuyo, este último un bello poema que da cuenta de la calidad de su condición de cantautor.

Se fue un sábado lluvioso, seguramente se embarcó a tiempo para “perderse en los mares y vivir en el olvido”, como reza un estribillo de Hoja seca, una de sus más emblemáticas canciones grabada en 1958, una pieza trazada en arpegios tristes de guitarra que todavía nos pone a llorar

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