La construcción de una democracia verdadera, que en Colombia requiere ampliarse y profundizarse radicalmente, no puede significar para valientes y curtidos luchadores sociales como Gustavo Petro y Francia Márquez dejar de ser revolucionarios, tal como lo han sido orgullosamente toda su vida.
Un pacto social de grandes dimensiones y alta legitimidad en una sociedad ideológicamente diversa y culturalmente heterogénea no significa dejar de ser revolucionario. Es necesario hacer pedagogía política, porque se cree erróneamente que luchar por la paz y la democratización del país es dejar de ser revolucionario y volverse unos “medias tintas” despersonalizados del “si pero no, sino todo lo contrario”, una postura ideológica casualmente derrotada en las urnas sin piedad por el nuevo país; y esa percepción sólo puede ser producto del analfabetismo cultural.
Ser revolucionarios no significa ser de las Farc, como seguro aprendieron algunos de la filosofía unanimista que marcó tan mal al país en las últimas décadas y que se sigue prodigando como el discurso de la bobería política nacional.
Tampoco aquellos que dejaron las armas en un proceso de paz para utilizar vías institucionales de acceso al poder tienen que dejar de ser revolucionarios en etapa de posconflicto si ese era su real talante político en estado de rebelión.
Por el contrario, la paz es el camino necesario para hacer posible los cambios revolucionarios que requiere el país, esto es, transformar las estructuras de la sociedad sometida histórica y lapidariamente a odiosas relaciones de poder y dominación, de exclusión, de privilegios.
Por esa razón en Colombia ser revolucionario es perseguir grandes transformaciones sociales, políticas, científicas, culturales, que deben concretarse en cambios verdaderos y no sólo de maquillaje. En Colombia durante doscientos años hemos tenido muchos cambios, pero no para democratizar al país, sino para que todo siga igual.
Hoy llegan a la presidencia dos verdaderos revolucionarios, Gustavo Petro y Francia Márquez, y las expectativas no pueden ser distintas a la de esperar cambios de alcance revolucionario. Petro se enorgullece y se ufana de ser un revolucionario, y eso se traduce en su disposición a asumir los grandes retos que implica construir una sociedad democrática en nuestro país.
En el nuevo gobierno de la Colombia Humana significa hacer una revolución en el sector agrario, que actualmente se encuentra en las mismas condiciones de la época de la Colonia; significa revolucionar el manejo de la economía para generar riqueza y no más miseria; significa proteger el medio ambiente de las amenazas de la depredación capitalista; significa reformar la educación y la salud para que vuelvan a ser a un derecho y no unos negocios altamente lucrativos que comercian con los sueños de gente humilde y con la muerte; y especialmente significa que el nuevo gobierno se compromete a hacer una revolución social con el fin de reducir la enorme y vergonzosa desigualdad que ostenta hoy negativamente el país en la comunidad internacional; así como se propone condenar radicalmente la corrupción, eliminar la histórica violencia estatal y paraestatal que representa el 80 por ciento del volumen de violencia política en Colombia, e incluso desincentivar la rebelión con instrumentos radicalmente democráticos en lugar de recurrir siempre al uso de la fuerza.
Un programa de gobierno de grandes cambios revolucionarios, para que Colombia sea por fin una verdadera democracia, que haga efectivo el estado social de derecho consignado en la constitución nacional, y no una simple simulación como le encanta a la clase política tradicional, que margina social y políticamente a las mayorías. Todo esto señoras y señores será posible sólo y exclusivamente sin dejar de ser revolucionarios y verdaderos luchadores por la paz.