Claudia López anuncia su precandidatura presidencial con la lucha contra la corrupción como eje de su programa de gobierno. Su mensaje constituye un avance por dos razones. Por una parte, desfarciza la campaña: honra los acuerdos de paz, pasa la página del conflicto armado, y le quita vigencia a los discursos tradicionales de izquierda y derecha, que mantienen la opinión pública en pugna. Por otra parte, centra el interés del electorado en la solución de un problema estructural: el régimen político corrupto. Estos dos elementos –acuerdos de paz y derrocamiento del régimen corrupto– son requisitos para una transición a la sostenibilidad.
Sin embargo, su mensaje también permite ver dos sombras enormes de nuestra política, que es necesario poner a contraluz. La primera es la pobreza de miras. El control de la corrupción es fundamental como objetivo institucional de cualquier país que se proponga construir resiliencia ecológica, económica y social. No obstante, además de diversos objetivos institucionales, un programa de gobierno demanda la reasignación de recursos, así como el diseño y la ejecución de programas y planes de crecimiento estructural y de protección de los recursos. Tal como se ha planteado, la propuesta de Claudia López no configura un programa de gobierno; a lo sumo, esboza uno de los varios ejes que un programa completo requiere.
La segunda sombra se vislumbra en la conexión exigua de su propuesta con el ideario que caracterizaría un partido autodenominado verde. Ratifica una vez más que los partidos políticos en Colombia no se conforman alrededor de ideales, sino de personalidades de pensamiento independiente. Este mostrenco defendido a capa y espada por los caudillos, es funcional a la corrupción. No es casual que en nombre del partido Alianza Verde el actual alcalde de Bogotá esté acabando con la reserva forestal Van der Hammen. No se escuchan disidencias que condenen esta actuación y exija rectificación, ni se apela a ningún principio, ni se aplica protocolo alguno de control. Así, existe la posibilidad de que la Alianza Verde pase como el partido que acabó con la más importante reserva forestal de la capital. Si la Alianza Verde no puede controlar la intentona espuria del alcalde de Bogotá, es ilusorio creer que podrá derrocar el régimen corrupto. De no lograrlo, el país tendrá que asistir al ciclo de daños, decepción, resentimiento de la opinión pública con los políticos, caos organizativo y falta de rumbo, que siguen al fracaso de un proyecto político. Ahí está el ejemplo del Polo Democrático, partido de caudillos que aún pretende desconocer su responsabilidad en el latrocinio de Samuel Moreno.