Esta no es una noticia, tampoco una columna de opinión, ni mucho menos pretende aclarar discusiones sobre la política nacional, o sobre el mundial de fútbol. Este es un pequeño espacio para los lectores, y para un escritor pequeño, nuevo, y que quiere algunos comentarios. De antemano muchas gracias por dedicar su tiempo a leer esta historia, espero la disfruten tanto, como lo hago yo cada vez que la leo.
Luces de Medianoche
‘’Esa morena que me entusiasma cuando me mira, ha despertado en mi un sentimiento para cantar, con toda el alma le cantaré a la mujer más linda, en una noche de luna llena en Valledupar’’
Tan solo si mi compadre supiera que no estamos en Valledupar, ni siquiera cerca del Cesar, estamos en el medio Sinú, en un pequeño pueblo llamado La Esperanza, un corregimiento del municipio de Planeta Rica. Recuerdo que llegamos aquí porque nos citó un ganadero de la región, para que nos tomáramos algo y peleáramos con nuestros gallos. Nuestros gallos siempre han sido reconocidos por todo el caribe, mi compadre Genaro y yo éramos temibles. (Si, éramos)
Ese día habíamos llegado a Montería, y tomamos rumbo hacía allá, no sabíamos que esperar. Llegamos luego de tres horas por caminos de herraduras, y de vislumbrar grandes haciendas. Al final se divisó en el horizonte un pequeño conjunto de casitas, acompañado de una torre de agua y antes de llegar al pueblo una estatua de la virgen de Fátima adornada con muchas velas y flores, esta estatua era la que recibía a todos los visitantes del pueblo; al girar hacia la izquierda observamos lo que al parecer era una casa, pero más alta que el resto, con un letrero desgastado y bastante demacrado, en el que se leía <>. Detuvimos la camioneta ante la atenta mirada de los vecinos, empezamos a bajar las cajas de la parte de atrás, hasta que llegamos a las jaulas donde estaban nuestras fuentes de ingresos, nuestras bestias y por lo que vivíamos, nuestros gallos.
-Buenas Tardes- dijo el ganadero que nos había invitado a estas tierras sabaneras, con olor a pasto recién cortado y una brisa que consiente. La voz gruesa y áspera del dueño de la gallera resonaba. –Bienvenidos, todo corre por cuenta de la casa- dijo, y soltó una fuerte carcajada
-Muchas gracias- comentó mi compadre Genaro, de quien en realidad yo no era compadre, le decía así porque había estado junto a él desde hacía ya muchos años, desde mucho antes que su esposa la difunta Gabriela muriera. La difunta Gabriela era una mujer hermosa, con una sonrisa siempre en su rostro, de piel morena como el chocolate, mi compadre Genaro estaba completamente enamorado de ella, era su adoración, es que ella trataba bien a todo el mundo, a mí nunca me dijo una grosería, siempre tenía un tono amable en sus palabras, y una mirada expresiva, casi comparada con los atardeceres en Santa Cruz de Mompox. Recuerdo que el día que Gabriela se nos fue, estábamos solo los tres en la habitación del hospital, ella le dijo a mi compadre, -Te amo, y siempre lo hice, no llores por mí, nos volveremos a ver- al recordar esas palabras, aún se me hace un nudo en la garganta, saber que ese día lluvioso de septiembre cambio la vida de mi compadre, su semblante era distinto, y solo lo veo sonreír luego de que su nivel de alcohol en la sangre se aumenta por el licor que ha consumido, creo que su única expiación son los gallos, pero al final siempre lleva presente a Gabriela en sus pensamientos.
Cayó la noche, la gallera se llenó, la música sonaba con alto volumen, el licor se paseaba por todos lados, las seis tablas que formaban un hexágono en el centro de la gallera, con aserrín en el centro conformaban la arena de lucha, algo sutil para las galleras de Montería, Valledupar, o Riohacha. En las paredes se promocionaba la pelea estelar. A eso de las doce de la media noche, se escuchó un disparo fuera del salón de eventos, pero la gente ni se inmutó.
El dueño de la gallera se paró sobre la arena de batalla, el sombrero no dejaba casi que se le viera el rostro, la música se detuvo y el empezó a hablar con su voz gruesa.
-Damas y caballeros, ha llegado el momento que estaban esperando, la pelea estelar de esta noche. El gallo más fino de los que tiene el señor Genaro Mantilla, frente a frente con El Diablo’’- y señaló hacia uno de sus ayudantes que sostenía un gallo perfectamente negro adornado con una cresta imponente de color rojo vivo, y una mirada asesina. Y finalizó con la siguiente frase. –Hagan sus apuestas señores-
El dinero se movía por delante de nosotros, mientras yo me ocupaba de preparar las espuelas. Llegó el momento de la pelea y el dueño de la gallera se salió de la arena y tomó a ‘’El Diablo’’ en sus manos mirando a Genaro con una risa burlona, mi compadre no hizo ningún gesto en especial solo tomó por las patas a El Criollo, y mirándolo al pico le dijo. –Sal vivo de esa arena-
Los dos animales cayeron en la arena ante la expectativa de todo el mundo fuertes aleteos iban y venían mientras se miraban con furia, uno que otro intento de clavar la espuela en el pescuezo del otro animal, pero ninguno lo había logrado. El tiempo corría, y la gente entraba en el desespero, gritos y abucheos, Criollo estaba tratando de evadir a la otra ave, mientras el Diablo tenía la intención de matar. El dueño de la gallera solo reía mientras acariciaba su enorme barriga.
Las dos aves entraron en una danza mortal, por los aires, la euforia se hizo comunal, al caer, observamos que El Diablo había clavado la espuela en el cuello de Criollo, los que habían apostado al Diablo celebraban. En una movida rápida, las cosas cambiaron de repente, Criollo giró y le propinó un corte al ave de color negro en el cuello, la sangre empezó a brotar en la arena de la gallera, todos estaban estupefactos, viendo la agonía del ave conocida como el Diablo, Genaro sonreía, y al dueño de la gallera se le notaba preocupado. El juez de la pelea declaró el fin de esta.
El Gordo dueño de la gallera se levantó furioso, sacó de su pantalón un arma y la apuntó a Genaro.
-¿Qué carajos le hizo a mi gallo? ¡A él nunca le habían ganado!-
-¡Pero esto no se queda así!- Y retumbó por toda la gallera el disparó que le entró por el pecho a mi compadre.
El Criollo, reaccionó y se le abalanzó al asesino de su amo; yo me arrodille, ante mi compadre empapado en sangre, quien con una mano en el corazón, cantó una parte de la canción Te Necesito de Diomedes Díaz y me dijo –Esa era la que le gustaba a Gabriela, voy a llegar donde ella está cantándosela- Cerró los ojos y no logró ver como las espuelas de El criollo le cortaban el cuello al gordo asesino, ante la impotencia de los que allí estaban. Con las patas de color rojo, goteándole sangre mezclada del Diablo y de su dueño, El Criollo se paró con aires de grandeza y victoria, sobre el cuerpo de su amo, de mi compadre Genaro, allí se agacho, y se acomodó, y por ultimo cantó, un sonido que nos hizo entender que todo había acabado.
Hoy en Día en La Esperanza, cuenta la leyenda que en la antigua gallera, está enterrado el cuerpo de un señor que era de los lados del Cesar, y que su tumba es vigilada por un gallo de color rojo con aires de victoria, y que siempre canta a las doce y 43 minutos de la noche.
Oliver Mercado Cotera
(NO AL MALTRATO ANIMAL)