Lucas Villa ondea la bandera entre las nubes

Lucas Villa ondea la bandera entre las nubes

Él era un amante de la risa y del baile. Con vitalidad, salió a las calles a gritar y a denunciar "que nos están matando". Pero hace un año fue acribillado

Por: Iván David Bejarano Celis
abril 19, 2022
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Lucas Villa ondea la bandera entre las nubes

“Salgo a marchar,
porque los adultos no saben votar”

Niño en las marchas

Desde luego que la vida de las personas es distinta, desde su lugar de origen ya determina una energía vital distinta, de hecho, la alineación planetaria en el momento de nacer también lo hace, desde la forma de su nacimiento, si fue de cabeza, de costado, por cesárea; su familia, sus padres, si tuvo ambos padres, si no tuvo hermanos, o si por el contrario, tuvo una tracalada de gente que lo acompañó en su desarrollo. Inconscientemente eso va moldeando una psique y una forma de ser de los humanos. El entorno educativo desde luego que es fundamental, si era montador, bravucón, nerdo, ñoño, cansón o juicioso. El barrio, las conversaciones, el pensamiento y las dilaciones del parche. Las novias, las relaciones y demás.

Todo está exactamente constituido para que las personas seamos lo que somos. Y hay personas que por esa amalgama de circunstancias se forjan como son. Es el caso de Lucas Villa, un docente en potencia al que le fascinaba la vida. Que, por lo que se conoce, era un amante de la risa y del baile, y que con vitalidad, salió a las calles a gritar y a denunciar que “nos están matando en Colombia”. Desafortunadamente no fue una frase suelta, fue algo más cercano a un presagio, pues horas más tarde, fue acribillado a varios balazos en un viaducto de Pereira.

En mayo de 2021, se decreta que ya el cerebro no le aguantó más, y se diagnosticó su muerte cerebral.

A pesar que hay muchísimos muertos, desde el 28 de abril, y que los medios revelan algunas cifras, (aún no se sabe lo de Siloé y las torturas y desapariciones generadas en esa fatídica noche maldita) fue él, Lucas, quien se convirtió en un estandarte de lucha, de pujanza, en estos momentos de efervescencia y calor en que nos vemos sumergidos como colombianos.

Ha salido con su puño en alto, exhortando a la juventud que siga soñando por una Colombia renovada, una Colombia inteligente, sonriente, tolerante y crítica que sea la esperanza de las nuevas generaciones. Es gratificante ver a Lucas en todas las redes; se convirtió en un símbolo de resistencia. Es una conmemoración a un alma que se eleva tempranamente hasta los misterios del Cosmos.

Uno no se explica cómo cabe en la cabeza esta idea fascistoide, de la “gente de bien”, que trata al otro con asco, con repugnancia y con intolerancia. El otro, como ve la vida desde otra perspectiva, entonces hay que eliminarlo. Como es un indígena, entonces es sucio. Como piensa distinto, entonces es terrorista. Como critica al Estado y al gobierno, entonces pertenece a las filas subversivas.

El virus ya no es el covid, sino el desacuerdo intolerante, intolerado. Hay un sentimiento de odio acérrimo, es como una costra inamovible. Es el odio incrustado en el corazón de los que no pueden ver más allá, porque no entienden que los indígenas llevan la sabiduría y lo sagrado en sus pasos y en sus huellas. Hasta tienen el descaro de afirmar que son “usurpadores de tierras”, cuando, por el contrario, han sido siempre los desplazados y condenados a su exterminio cultural. Tampoco entienden que en la juventud está la esperanza, y que en el conocimiento está la libertad.

Uno no entiende cómo alguien es capaz de editar un video, culpándolo a él, a Lucas, afirmando que fue él quien disparó primero. Que fue culpa de él no dejar pasar el oxígeno para los enfermos. Que se tomó “un poder […] sin autorización”. Es que los derechos no se deben tomar, se deben garantizar. Son derechos.

No es posible creer cómo las personas festejan o justifican la muerte, como es el caso de una modelo, que por muy buena que esté, sale diciendo que Luquitas “no fue un héroe, sino un bandido”. Hay que estar muy ajeno a la realidad para pensar así. Es no tener una capacidad objetiva de entender las complejidades de nuestra Historia.

Hasta que no se cambie de chip, nada que hacer. Apague y vámonos. A veces uno piensa que solo la culpa es del gobierno, de la mezquina y pusilánime actitud puerquina del “dirigente”, de salir a hurtadillas a las dos de la mañana para “ponerle la cara” a los manifestantes en la ciudad que ha tomado protagonismo en el conflicto; pero si “la gente de bien” sigue pensando así, y reproduciendo esas ideas de odio, no solo la culpa proviene de ese mal gobierno de la clase alta, sino del de a pie, o el que anda en esa camioneta echando bala a diestra y siniestra.

¿Quién es el que ganará en este enfrentamiento? ¿Seguiremos cayendo en la trampa de enfrentarnos los unos con los otros, como ha sucedido desde hace décadas y siglos a lo largo del territorio colombiano? ¿Seguiremos inundando de sangre inocente los campos y las calles de las urbes? ¿Se combatirá irremediable e inevitablemente y se extirpará aquella llamada Revolución Molecular Disipada?

El caos y la muerte se han apoderado de esta nación. El argumento para la Conmoción Interior está dada. Pero es momento de ser inteligentes y no caer en la trampa. Hay que estar en la trampa, como se dice.

Todo se juega en las urnas. La gente piensa que es solo por el presidente, pero si se vota mal en Cámara y Senado, paila. Si se vota mal en Concejo, paila también. Ojalá por primera vez se vote a consciencia. Sería el acto más revolucionario. El acto más valeroso en estos momentos es que se vote bien, por primera vez en la vida de esta nación agobiada y doliente.

Pero aún falta tiempo para los sufragios.

Por el momento…

 

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