No hay atardecer habanero en el que Lucas Carvajal no se vuelva una sombra de esas que alarga el sol en el Malecón justo en el momento en el que el mar Caribe se lo traga. Se escapa del lejano y frio barrio El Laguito donde permanecen los cuarenta delegados de las Farc en La Habana para no aburrirse. Al fin y al cabo tiene 33 años.
Su lugar está entre los amantes arremolinados en un abrazo dentro de un Chevy del 56, los muchachos tomando la incipiente cerveza nacional, el andar gozoso de las cubanas y, sobre todo, los balcones republicanos inmunes al paso del tiempo y a la tristeza, en donde Carvajal se muerde la frustración de no haber sido un arquitecto o tal vez, si la naturaleza le hubiera concedido el don, un músico como tantos que crecen al natural en Cuba.
Llegó a La Habana en Mayo del 2013. Como todos allí, por requerimiento de alguno de los comandantes negociadores. Fue Pablo Catatumbo, su jefe en el terreno, en los quince años de vida guerrillera, de combates y de muerte, de asaltos a pueblos en el Cauca, en el Valle, en la cordillera, quien lo solicitó para acompañarlo en la subcomisión técnica de la cual surgió el Acuerdo de Garantías de seguridad y lucha contra las organizaciones criminales que leyó este medio dia el representante noruego Dag Halvor. Redactar esos informes que derivaron en el documento que se hizo público después de casi dos años de trabajo al lado de Pablo Catatumbo y del general Oscar Naranjo, le resultaban a veces más agobiantes que los húmedos mediodías del Cauca donde llevaba, en sus manos, la pesadez mortal de un fusil. Igual le sucede a su jefe Pablo Catatumbo, quien nunca niega cuanto extraña la tranquilidad de la selva.
Por eso, con el placer de quien visita un museo, se pierde cuando termina la jornada de textos, libros, largas discusiones, documentos electrónicos en El Laguito, se pierde en los colores de una ciudad que sintió el cimbronazo de una revolución, la misma que Lucas soñó para su Colombia desde cuando era un indomable estudiante de Historia de la Universidad del Valle a donde llegaba después de la larga travesía desde Palmira la ciudad donde nació. Allí se integró, desde un primer momento, a las Juventudes Comunistas en donde empezó a escalar en la Asociación Colombiana de Estudiantes Universitarios hasta convertirse en su representante máximo. En cada congreso se destacaba por su potente oratoria, capaz de electrizar cualquier escenario, pero escogió el camino de las armas con las Farc.
Dicharachero y directo, el calor habanero le recuerda las soleadas calles caleñas y el verde del campus universitario en el sur de la ciudad. A sus 33 años ya es un guerrillero curtido que combatió en el Bloque Alfonso Cano bajo las órdenes de quien es su jefe en La Habana con quien ha pasado las duras y las maduras juntos.
Lucas Carvajal está lejos de ser un rojo recalcitrante y ortodoxo. Disfrita del trashmetal, Led Zepellin y Pink FLoyd. Salta con el Ska y, por supuesto, el rock proletario Prefiere Crimen y castigo a Así se forjó el acero, la novela de iniciación para cualquier fariano. Conversador y rumbero, canta con pasión a Héctor Lavoe e Ismael Rivera, sus soneros preferidos y sigue por radio las tragedias del equipo de sus amores, el El América de Cali con una pasión futbolera que lo desborda e, incluso, en los artículos que publica en Anncol, se escapa la referencia a un gol, a una acrobática atajada. De todo escribe en el portal de las Farc.
Cuando el sol termina de esconderse Lucas Carvajal regresa al refugio del Laguito, a devorar documentos mamotréticos, a seguir andando el sendero que seguramente lo llevará, dentro de pocos años, a retomar la plaza pública, la que abandono para empuñar el fusil.