Desde muy temprano la séptima comenzó a llenarse de muertos en vida. Nadie tuvo un ataque de pánico o intentó huir espantado. Los zombies en ese sábado resplandeciente no daban miedo, al contrario, despertaban curiosidad. Un niño de 7 años se paraba al lado de un enfermero con los dientes saliéndole por la mejilla y los ojos carcomidos por los gusanos y con su espadita de plástico le pegaba una y otra vez a este muerto que caminaba, mientras que una pareja de enamorados se tomaba una foto con una mujer de piel verdosa y tripas salientes que gruñía por el andén. El parte de tranquilidad era absoluto: Los zombies eran pacíficos y estaban controlados.
En la acera artistas callejeros fabricaban más y más monstruos. Incluso por mil pesos los transeúntes podían convertirse en uno de ellos. La témpera roja se volvía sangre y con la ayuda de papel higiénico y un poquito de pegante se podía lucir una escabrosa herida en el rostro. A medida que pasaba la tarde la calle se llenaba de criaturas de todo tipo; desde soldados de rostro amenazante -que aún exhalaban el tufo hediondo de sus tumbas-, hasta una monja que llevaba enterrada una cruz en la mejilla. Todos subían por la séptima hasta la entrada de la extinta plaza de toros de la Macarena, allí se reunían estos seres salidos del infierno, no se unían con el propósito de tomarse a Bogotá, no, lo que pretendían era caminar hasta la plaza de Bolívar y así conmemorar la IV Marcha Zombie.
Desde el 2010 se organiza esta fiesta en varias ciudades del planeta. El propósito de este año era recordar a las víctimas del conflicto armado en Colombia. Los muertos en vida que caminaron por la carrera séptima salían de las cientos de miles de fosas comunes que hay en el país. Gente que ha sido enterrada sin un juicio previo, cuyos cuerpos han desaparecido para siempre. Nuestros zombies son horrendos pero también tristes: casi todos murieron de un balazo en la nuca. Algunos muchachos además aprovecharon la marcha para protestar, por ejemplo, por el servicio militar obligatorio. Uno de ellos expresaba en un cartel: “Primer zombie que recluta”.
Para ser parte de esta fiesta tan solo bastaba con tener ganas. La organización no cobra inscripción alguna, a pesar de que ellos no reciben ayuda económica de nadie y que la convocatoria se hace exclusivamente por redes sociales. El rumor circuló y la fiebre desatada por series como The Walking Dead hizo que este año la marcha tuviera un record de participantes. A las seis de la tarde frente a la plaza de toros había por lo menos 5.000 personas. Familias enteras llegaban con maquillajes que algunos, de verdad, daban miedo. En el parque de la independencia cientos de monstruos esperaban el momento de arrancar.
Antes de la hora estipulada hicieron su arribo cuatro caza-fantasmas, desde el parque un tipo verde al que le faltaba un ojo gritó indignado “Somos zombies, no fantasmas”. Otra persona que está cerca de él comenta “La organización ha dejado bien claro que esto es una marcha de muertos en vida, no de monstruos, vampiros o de fantasmas. Esta gente de verdad que se tira el espectáculo”. Es cierto, en su reglamento los que están detrás del evento han estipulado que nadie puede venir con camisetas alusivas a un equipo de fútbol o representando alguna corriente política, evitando que surjan conflictos dentro de la marcha. Pero para los que no somos fanáticos ver a Jason amenazar con cortarle la cabeza con su sierra eléctrica a Jesucristo o a un Freddy Krueguer posar con sus garras de acero mientras cientos de personas le toman foto… es una maravilla.
A las seis en punto un muchacho con megáfono va convocando a la multitud. Docenas de Harlistas, como si fueran los mismísimos Hell’s Angels encienden sus motos. Los que no participamos nos hacemos a un costado del observatorio. Las motos arrancan y detrás los miles de muertos vivientes empiezan a bramar. Novias desmembradas, niños carcomidos por la muerte, mujeres embarazadas que llevan sus fetos colgando en las barrigas marcharon hasta la plaza de Bolívar. Delante de ellos, un carro con seis soldados trataban de detener la invasión a punta de balas de salva. Ningún Zombie resultó herido y según las autoridades locales ningún cerebro fue succionado.
Gracias a la exitosa convocatoria Bogotá espera romper el próximo año el record guinnes de la mayor concentración de zombies del planeta. Estamos seguros que con un par de patrocinadores lo pueden conseguir.