Los virus en la literatura (III)

Los virus en la literatura (III)

Recopilación de libros y lecturas en los que las pandemias juegan un rol fundamental en sus mensajes

Por: Mario Arias Gómez
junio 03, 2020
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Los virus en la literatura (III)

A propósito del COVID-19 que se pasea victorioso por el mundo, agregué -simbólicamente- en la columna "Despirta Colombia", al libro del Nuevo Testamento, al presidente Duque, como quinto jinete del Apocalipsis, que encarna igualmente la plaga y la guerra, sin que ayer como hoy, no falta quien sostenga la inhumana tesis que, ambas, ayudan a controlar el inmoderado crecimiento poblacional, la presión social, económica, higiénica.

Literariamente, escritores e historiadores, desde tiempos inmemoriales, se han ocupado de los padecimientos de la humanidad. El griego Tucídides y el italiano Boccaccio, dejaron páginas magistrales; tema en estos momentos de preocupación, zozobra, desgraciadamente de rabiosa actualidad; referencias consonantes con las derivas de epidemiólogos y virólogos, reviviéndose -de paso- el ‘sino de Casandra’. Sacerdotisa de Apolo que, a cambio de un encuentro carnal (incumplido), pactó la concesión del ‘don de la profecía’.

Luego de acceder a los arcanos de la adivinación, el traicionado dios la maldijo, escupiéndole en la boca. Casandra que predijo el engaño del caballo de Troya; la muerte de Agamenón, no pudo hacerlo con su propia desgracia. ‘Don’ que conservó, convertido en fuente de frustración, pues nunca, nadie más creyó en sus oráculos.

SNOWDEN, autor de, ‘Epidemias y sociedad, sostiene que el coronavirus no debería ser confrontado con la plaga que azoló a Europa (1347-1743). La viruela (XVIII) mató más de la mitad de los infectados, desfigurando a muchos sobrevivientes que terminaron por aceptarla como cosa del destino.

En ‘El Decamerón’, Boccacio (1351-1353) relata la tragedia que golpeó a Florencia (1348), en la que diez señoritos (siete mujeres y tres hombres), huyeron de la plaga, refugiándose en una villa fuera de la ciudad.

‘El miedo en Occidente’ (Delumeau, XIV-XVIII), describe cómo los europeos recibieron la pandemia que afectó (1580-1581) a los parisinos, curados con apostólica abnegación por los capuchinos, contrario a otras órdenes religiosas que huyeron despavoridas.

‘Los novios’, (Manzoni, 1628-1630), narra cómo en plena peste milanesa, los prometidos, Renzo y Lucía, mediante criminales maquinaciones fueron separados; tras múltiples aventuras se reencuentran, casándose finalmente. SNOWDEN habla de “cuatro españoles acusados de propagar intencionalmente la plaga, siendo cruelmente ejecutados”.

El miasma en ‘El rey Lear’ (Shakespeare 1603), obliga al cierre en Londres, entre 1606-1610 de los teatros. El ‘Diario del año de la peste’ (Defoe), es un sobrecogedor, escalofriante relato, coetáneo con el azote extendido a la ciudad (1664-1666), en que las cifras de víctimas eran manipuladas, atribuyéndolas a supuestas dolencias distintas.

En 1720 arribó a Marsella un navío procedente de Esmirna y Trípoli, cargado de finas telas, con el médico y algunos marineros infectados. La cuarentena, por presión del comercio, se acortó a diez días, sin que la mercadería fuera incinerada, expandiéndose el contagio que afectó más de la mitad de sus cien mil habitantes.

La tuberculosis en el siglo XIX, mataba lentamente, lo que era un poco romántico padecerla. La gente prescrita con la plaga bubónica, caía muerta en lugares públicos. Napoleón, en su ambición por extender sus dominios al Nuevo Mundo, envió (1800) a Haití un contingente de 60.000 soldados, con la tarea de sofocar una rebelión de esclavos en la explotación del azúcar; muriendo la mayoría de fiebre amarilla. Apurado, vendió (1803) a Luisiana a Estados Unidos. Su ejército en Rusia lo diezmó, no el duelo en el campo de batalla, sino el tifo y la disentería.

En ‘Crimen y castigo’ (1866), Dostoyevski, confiesa que “soñó que el mundo estaba condenado a una nueva, extraña, terrible plaga, llegada a Europa desde el fondo de Asia”. En ‘La Peste’, Albert Camus (1947) -su peor novela-, trata el cólera presente entonces (1849) en Orán. En ‘Muerte en Venecia’, Thomas Mann (1912), toca sutilmente el cólera que se expande sobre la ciudad de los canales, sigilosamente encubierta por los gobernantes, temerosos del éxodo turístico.

A Gabo lo aguijoneó siempre la peste, iterativa en sus escritos inmortales: El cólera en ‘La mala hora’ (1962); En ‘Cien años de soledad’ (1967) el olvido; ‘El amor en los tiempos del cólera’ (1985) una enfermedad epidémica; ‘El general en su laberinto’ (1989, la rabia, viruela); ‘Del amor y otros demonios’ (1994) la rabia. Borges dijo: “…basta de tigres y laberintos. En cuanto a mí, no más epidemias”.

'Ruido de fondo' (DeLillon,1985), a Jack (protagonista) lo obsesiona la muerte. Una fuga química produce una nube negra sobre la ciudad, provocando su evacuación. Él, desesperado por conseguir una medicación, desencadena una profunda meditación acerca de cómo calmar su obcecación y las curas químicas de la sociedad moderna.

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