Si se le mete cemento a la Reserva Van der Hammen, el agua de Bogotá estaría en juego. Así me responde Camilo Andrés Julio cuando le pregunto sobre el futuro de esta reserva forestal de 1.400 hectáreas que está ubicada en el norte de la ciudad, entre el bosque de los Cerros Orientales y el río Bogotá. Camilo -- moreno y de voz pausada -- tiene puesto un casco negro que le cubre el pelo, del mismo color, y a su lado lo acompaña una bicicleta roja de pista, marca GW, que sostiene mientras subimos hacia los cerros para vislumbrar una porción de ese pedazo de tierra que en el 2011 fue declarada por la CAR como zona de reserva forestal y protección ambiental.
Nos encontramos en el CAI del barrio El Pinar de la localidad de Suba. “Un buen punto”, me dice. Desde hace más de cinco años, este muchacho de 26 años es uno de los ocho voluntarios de la organización Re-acción Ambiental, que permanecen alerta para advertir cualquier acto violento contra la Reserva, y mucho más cuando corrió el rumor – que pasó a ser realidad—de que la Van der Hammen quedaría a los pies del cemento. “Esto no es ningún potrero. Imagínese, si desaparece este lugar tan hermoso dejaríamos de respirar el aire puro y fresco que nos acompaña ahora”. Luego señala con su índice derecho un árbol que ve en el fondo, a unos 10 metros, y de donde salen tres aves volando. “Ese es un grupo de tinguas, pille. Su hábitat es ese”.
Camilo me indica que la urbanización de la Reserva Van der Hammen traería varias otras consecuencias negativas para Bogotá. Al problema de la amenaza al agua y el aire se sumaría una posible desaparición de las zonas que están protegidas al interior de la reserva. Es decir, los bosques y humedales. “El Humedal de La Conejera es el hábitat de zarigüeyas, comadrejas, musarañas, tinguas, e insectos. Si a la reserva se le pone concreto, este humedal pasaría a ser un ecosistema urbano y perdería su conexión con la Sabana de Bogotá. Esto amenazaría a las especies”.
Pero eso no es todo. Los campesinos que llevan más de 30 años en la reserva, también perderían su hogar, y los cultivos de hortalizas -- que no causan ningún daño ambiental a diferencia de la ganadería-- también desaparecerían. Además, una obra maestra que los Muiscas construyeron en el siglo XVI, que permite el drenaje de agua durante el periodo de lluvias y la humedad del suelo durante la sequía, también se esfumaría. Es una serie de consecuencias, parecidas a un efecto dominó, que condenarían a más de mil hectáreas a vivir bajo las órdenes del cemento para siempre.
Entre el 2000 y el 2011 la zona que hoy pertenece a la Reserva Van der Hammen tenía un vacío jurídico. Es decir, no había una norma o un decreto que regulara el uso del suelo. Lo anterior hizo que se asentaran varias empresas industriales contra todo pronóstico y depositaran cientos de toneladas de arena, metal oxidado y basura a su alrededor. En ese mismo espacio se construyó un cementerio de bolardos, un parqueadero para los buses de Transmilenio, así como varias casas y edificios alrededor, que tuvo como consecuencia la pérdida de un pedazo de terreno llamado aguas calientes. Además, se asentaron varias empresas productoras de flores quienes, según Camilo, tomaron el agua del territorio para sus actividades y no pagaron un peso por este líquido.
Luego de un largo proceso de lucha y más de 20 años de estudios encabezados por el científico holandés Thomas Van der Hammen, organizaciones sociales como Re-acción Ambiental se unieron a la CAR para respetar lo estipulado por el acuerdo 011 de 2011. Querían defender a capa y espada ese corredor de biodiversidad que conecta dos bosques, tres humedales, dos cerros, un río y una quebrada. En ese proceso se encontraba Camilo, quien no dudó en liderar, con vehemencia, las caminatas por sus senderos y organizar recorridos en bicicleta en los que se hicieron jornadas de siembra de árboles, como los 22 mil plantados entre 2011 y 2015, para proteger a la reserva de los inminentes efectos producidos por el Cambio Climático la polución y el abandono. También organizaron las mingas en donde se homenajearía a la Pacha Mama con cantos y danzas.
Hoy, las actividades de protección son las mismas: hacen caminatas, recorridos en bici, jornadas de siembra, talleres y charlas de concientización sobre la importancia de este territorio. Y la más importante: le exigen pacíficamente a la CAR que realice el plan de manejo de la reserva y más aún cuando está expuesta a una posible transformación urbana. “Una lucha jurídica como la que ha venido haciendo Gerardo Ardila”, repunta Camilo.
Su sueño no es otro que ver una reserva Van der Hammen señalizada y repleta de arbolocos, chilcos, manos de oso, duraznillos y tintos; un lugar donde se pueda hacer ecoturismo y en la que prospere la economía campesina; esa que es autosostenible y que le da paso al comercio ecológico en el lugar. “Habrá que esperar lo que suceda con el plan de urbanización. Por ahora seguiremos firmes en defenderla”.