Llovía. Fui a cine el fin de semana. Fui a Cinemark. Quería ver algo diferente. Los Vengadores estaban en siete de las nueve salas. Fui al Andino. Cine Colombia. Los Vengadores se exhibían en la mitad de las salas. Me tocó ver Los Vengadores. Ya había visto el resto así que no llegué tan perdido. Últimamente toda Colombia solo ve películas de Los Vengadores. Son las que mejor exhibición tienen. En dos semanas Infinity War ha sido vista por 2 825 632, una cifra a la que solo ha podido llegar una producción nacional, Magia Salvaje, en casi tres meses. No es una exageración decir que películas como Los Vengadores están acabando con el cine nacional.
Es muy reprochable la actitud de los exhibidores, sobre todo Cine Colombia y Cinemark, los más grandes, los que más salas tienen. Conozco mucha gente que tiene que ver estas películas porque no hay nada más, no hay mayores opciones. Es casi una dictadura. A mí Infinity War me gustó, no lo voy a negar. Un guion coherente, con momentos de humor y de acción que le hacen a uno olvidar que afuera está Bogotá con su puta lluvia y su puta gente. Lo que me molesta es la dictadura. Es que uno tiene que verla porque no hay más opciones, porque el mundo se reduce al Capitán América y Iron Man. Tendría que haber un poquito más de protección a la industria nacional. El cine es la más precaria de las industrias, el arte nacional al que más le ha costado posicionarse en el exterior. Sin embargo, después de tantos años, han aparecido talentos que parecen ser universales. El más destacado de ellos es Ciro Guerra quien con Pájaros de verano puso de rodillas a Cannes.
El buen momento del cine colombiano se parece mucho al del deporte. Son rachas, generaciones que aparecen casi que por generación espontánea. Genios que deben superar el primer inconveniente que tuvieron al nacer: ser colombianos. Los directivos deportivos se parecen mucho a los distribuidores de cine, lo que prima es el dinero, el lucro. Apoyar a la gente de acá es secundario y está supeditado a cuánto dinero pueden recibir ellos.
Mientras para ver a Spiderman hay más de 900 salas a disposición,
a la producción colombiana le asignan diez
Me imagino a los pobres directores que tuvieron que competir con el éxito de Los Vengadores. Lo más probable es que se vieran obligados a replantear sus estrenos porque siempre hay un superhéroe de Marvel o de DC Comics esperando para aniquilarlos. A un distribuidor siempre le convendrá tener la cara de Robert Downey JR que el de cualquier indiecito nacido en Arauca. Mientras para ver a Spiderman hay más de 900 salas a su disposición, a la producción colombiana le asignan diez si Doña Pía Barragán de Cine Colombia le tiene un poquito en consideración, si le cae en gracia. Como son los dueños del establo nadie puede escribir una palabra contra ellos porque de una el señor Munir Falah lo manda a llamar a su oficina para pegar un regañito soterrado, para recordarle, con su amabilidad característica, quien es el que tiene el poder, el que manda. Nadie puede decir una palabra, director que se atreva a hablar mal contra ellos, por más Víctor Gaviria que sea, será cubierto con la lápida del ostracismo. Y de ese pozo nadie lo sacará.
Llegará el día en que Cine Colombia, una empresa que más réditos le da a los Santo Domingo, se atreva a cubrir toda la cartelera con el rostro de Thor y de Superman. Acá nadie dirá nada. Acá, el cine colombiano, estará condenado a desaparecer como sucedió en los horrendos años ochenta dominados por la política de Focine.