Mario Rodríguez empezó a ser miembro de los del Sur en 1999, cuando tenía 16 años. Al ser bogotano sus compañeros de barra lo miraban con desconfianza: sólo los paisas tienen derecho a adorar al verde, como se le conoce al equipo Atlético Nacional de Medellín.
La discriminación que sufría por no ser antioqueño, reflejado en el sobrecosto que le aplicaban a las boletas que el club daba gratis a los fanáticos paisas y los atracos que sufrían los rolos dentro de la tribuna, hicieron que Rodríguez convenciera a un puñado de bogotanos hinchas del verde de armar rancho aparte creando su propia barra: en el 2006 nació Nación Verdolaga.
Desde entonces empezó una guerra interna en la barra general de Nacional que ha dejado cientos de heridos, ataques en los municipios en donde los buses, atestados de hinchas, se trenzan en disputas que dejan ventanas y huesos rotos. Los del Sur tienen tanto poder que les han impedido, a los 700 miembros de Nación Verdolaga, la entrada al Atanasio Girardot, el único estadio de Colombia en donde, por cuenta del fanatismo extremo, está vetada la entrada a las hinchadas rivales.
La Nación Verdolaga ha intentado, en vano, llegar a un acuerdo con Raúl Martínez, el sociólogo de 44 años que funge como ideólogo de Los del Sur y Felipe Muñoz, el sicólogo de la Universidad Pontificia Bolivariana que es la cabeza visible de esa organización que hoy cuenta con casi 12 mil integrantes desperdigados en toda Colombia.
Ante los medios, los líderes de Los del Sur han hablado de las labores sociales que cumplen con los muchachos que integran la barra y la voluntad de diálogo para evitar las grescas con los hinchas de Millonarios y con la misma Nación Verdolaga. Alejados de los medios, Martínez y Muñoz se quitan la máscara y dejan de lado su discurso izquierdista de tolerancia y equidad. Dos miembros de Nación Verdolaga le han dicho a Las2Orillas que las amenazas de golpizas y hasta de muerte es lo único que sale de las bocas de estos dos barristas cuando no tiene cerca una cámara o un micrófono.
Lo que más le duele a Mario Rodríguez es que el club, arrodillado ante el poder de Los del Sur, le ha dado la espalda a la barra que él dirige. Los encuentros que ha tenido con Mauricio “Chicho” Serna, referente histórico del Atlético Nacional, se ha quedado sólo en promesas vanas. Cada semana el club le entrega a Los del Sur 1.500 boletas que son regaladas a lo que se conoce como el brazo armado de Los del Sur. No conforme con mantener un sueldo a los líderes principales, Nike, y el mismo equipo, se encargan de surtir y pagar la administración de La tienda oficial de los del Sur, un local que tienen en el Centro Comercial Obelisco en Medellín en donde venden sacos oficiales, de la marca Nike, con los distintivos de Los del Sur. Los mismos jugadores regalan camisetas, buzos y pantalonetas originales para que las vendan en el local.
El último episodio vergonzoso ocurrió el lunes pasado. Aprovechando los contactos de Los del Sur con la barra brava de Alianza Lima, cerca de 1000 hinchas, que viajaron con el equipo, se quedaron en el barrio La Victoria de la capital peruana. La droga y el aguardiente hicieron que los ánimos de los muchachos se desbordaran y hubiese atracos, peleas y hasta enfrentamientos a tiros con la policía limeña. La culpa, como sucedió en los desmanes de Armenia en el 2013, como sucedió durante un clásico con el Medellín en el Atanasio Girardot en el 2009 y en el episodio de la muerte de un hincha de Millonarios en el 2015, cayó sobre la barra que dirige Mario Rodríguez. Sin la intervención de la Canciller María Ángela Olguín, la mentira instaurada en los medios de comunicación hubiera quedado establecida: La Nación Verdolaga era la culpable de los desmanes en Lima.
Aunque no se sienten respaldados, la pasión que siente Rodríguez –un licenciado en Ciencias Sociales que trabaja con la Secretaría de Salud de Bogotá– y sus muchachos por el Atlético Nacional, no merma. Lejos de sentir rabia por las constantes golpizas, robos e insultos que sufren por parte de los del Sur, Mario Rodríguez tiene la esperanza de que pronto los estadios en Colombia vuelvan a ser el lugar ideal para disfrutar en paz un partido de fútbol.