Existe la dicotomía que identifica a la valentía como un elemento fundamental de la guerra, imaginamos a los combatientes dentro de un suceso beligerante como personas con un valor indiscutible; actitudes temerarias, radicales, astutas e inquebrantables; guerreros que no le temen a dar una orden que podría tener repercusiones en una fracción considerable de la población, personajes internacionales y nacionales como Hitler, Franklin Roosevelt, Francisco Franco, Napoleón Bonaparte, Simón Bolívar, Antonio Ricaurte y hasta el mismo Rambo, ejemplifican estos patrones con las características anteriormente señaladas.
Empero, después de nacer y crecer en un país con un conflicto armado constante, que no tiene nada que envidiarle a otros países que han corrido con la misma desdicha, he podido concluir que estamos todos equivocados y que la valentía es un pilar fundamental para la paz.
La paz requiere de la valentía suficiente para reconocer cada uno de nuestros errores, de entender y hacer entender que en la mayoría de los casos, esos errores son irremediables; la paz requiere del valor necesario para agachar la cabeza, reconocer la derrota y aceptar cada una de nuestras culpas, y de la misma forma intentar por todas las formas, resarcir cada uno de los daños que hicimos. La paz es tener la fuerza suficiente -e incompresible para muchos colombianos- de perdonar a nuestros victimarios, de perdonar a esa persona que acabó con nuestra razón para vivir, con nuestra familia, con nuestro hogar, que nos agredió sin una justa causa, sin una explicación o que simplemente hizo de nuestra vida, la muerte.
Solo las personas lo suficientemente valientes alcanzan la paz, esa paz que hoy todos los colombianos añoramos pero que nos da miedo aceptar, quizás porque simple y llanamente no tenemos el valor de perdonar o porque no conocemos otra forma de vivir, ya que llevamos más de cincuenta años en una guerra acostumbrada.
Mi mayor anhelo, es que todos los colombianos tengamos la valentía de dejar atrás todos nuestros miedos, y empecemos a ver la paz no como un utópico imposible, sino como una obligación necesaria.