Con la producción académica de los docentes universitarios del país sucede lo mismo que con aquellos dueños de tierras que han sido obligados a dejar atrás el esfuerzo de toda una vida por culpa de los usurpadores de extrema derecha o los paramilitares. La producción académica son las tierras, los narradores, poetas y artistas los usurpados o desplazados.
Las universidades públicas, a través de sus oficinas de coordinación académica, deberían celebrar con beneplácito cada vez que un profesor de planta, sea de la facultad que sea, se atreve a crear, escribir, investigar, innovar o producir. Pero no, las coordinaciones académicas se esmeran en convertirse en talanqueras, en mecanismos soterrados de privatización paulatina (como si el dinero fuera de ellos o saliera de su propio bolsillo) para negar lo que ellos estiman que carece de connotación científica o relevancia académica.
Hace años un coordinador académico se atrevió a afirmar que un docente universitario "no puede escalafonar con cualquier cosa", como si una novela (merecedora de un premio nacional de narrativa) o un libro de poesía fueran "cualquier cosa", o tuvieran cero relevancia frente al conocimiento científico o la investigación dura y exacta.
Se sabe, desde hace muchos años, que la creación artística y literaria, consideradas desde la antigüedad Bellas Artes, no son significativas en el mundo racional, académico universitario y globalizado.
¿Para qué la poesía? ¿Para qué la dramaturgia, el cuento o la novela? ¿Para qué la música o la composición musical? ¿Para qué la filosofía o la crítica literaria? ¿Son rentables las humanidades? ¿Generan dividendos las artes? Esas son algunas de las preguntas que rondan en la cabeza de algunas «luminarias» de la academia, que igual a lo sucedido en la inquisición anulan la diferencia, niegan la polifonía de los saberes, cercenan con su tabla periódica la sensibilidad de las expresiones artísticas y creativas.
Colciencias (Minciencias), tardíamente, ha incluido en su plataforma la opción de registrar como productos de investigación y creación a las empresas creativas y culturales, los eventos artísticos, los talleres de creación, y en la producción bibliográfica a los libros de creación y a las columnas de opinión.
¿Son conscientes las oficinas de coordinación académica de estas categorías avaladas tardíamente por Colciencias? ¿Conocen los coordinadores académicos las polifonías de los saberes y de la diversidad del conocimiento o insisten en el pensamiento binario y mezquino, avalando y aplaudiendo únicamente aquellos libros derivados de propuestas investigativas y desconociendo con soberbia libros de filosofía, creación literaria y poética?
¿Qué pretenden los integrantes de los comités de coordinación académica minimizando la relevancia de las artes, las letras y las humanidades? ¿Será que la mayoría de ellos se ha afiliado a un pensamiento racional, positivista y binario, y es incapaz de reconocer una perspectiva seminal, espiritual y humanística?
Los coordinadores académicos, "en pequeña y desafortunada escala", son fichas momentáneas aspirando a la toma de decisiones ministeriales de manera inconsulta, pequeños burócratas académicos soñando con el cambio de decretos sin la validación de un acuerdo presidencial.
¿De qué hablamos cuando hablamos de acreditación y de autoevaluación? Las universidades públicas exigen resultados, pero sus propias oficinas se constituyen en talanqueras para el proceso creativo e investigativo de sus docentes.
En Colombia, definitivamente, ser pilo no paga.