Muy de acuerdo con el senador más custodiado del mundo: paz sin impunidad. Ansioso, el país entero añoraba que usted, señor expresidente, liderara, con ese ahínco rabioso que lo caracteriza, todas las investigaciones dilatadas para llevar a la cárcel a los verdaderos financiadores y promotores de las fuerzas de exterminio que desplazaron a más de cinco millones de colombianos; para traer ante la justicia a sus esbirros escondidos en el extranjero con el fin de que respondan por los más vergonzosos hechos, conocidos por todos, que catapultaron su gobierno como el más corrupto de la historia nacional; y sobre todo, para permitir el esclarecimiento de los incontables asesinatos cometidos por la fuerza pública a nombre de la lucha contra el terrorismo, irónicamente llamados “falsos positivos”. Imaginamos que en estos y otros tantos episodios de infamia usted no tuvo la menor injerencia. Por eso confiamos en que su lucha contra la impunidad surtirá los efectos que el país espera.
Pero ésta, infortunadamente, no es más que una quimera quijotesca. La dialéctica del discurso en contra de la impunidad que pregona el señor Uribe se fundamenta en la ya clásica estrategia de los regímenes totalitarios de denunciar de manera reiterativa contra sus oponentes aquellos conceptos de cuyo ejercicio se carece, con el fin de endilgar en el otro su responsabilidad moral y desviando la opinión pública en contra del adversario político. Uribe y su partido político ataca la supuesta impunidad de los acuerdos de paz, porque la impunidad es su punto de quiebre, su talón de Aquiles. Sin más escrúpulos que los del descaro, acomete día y noche contra los acuerdos de paz, una de las estrategias reales para lograr la reconciliación entre las diversas orillas de la sociedad colombiana, pues sabe que el fin del conflicto armado implica a la vez su propia desestabilización y la de aquellos que se alimentan de la guerra. Por ello la consigna es sabotear lo mejor posible el proceso de paz y de paso crear las cortinas de humo necesarias para ocultar la impunidad de ocho años de un gobierno siniestro.
Pero el intento llevado a cabo con las marchas convocadas este sábado 13 de diciembre resultó un rotundo fracaso. Y no es para menos. La mayor parte de la sociedad colombiana, pese a la poderosa manipulación de la ultraderecha, se está convenciendo de que vale la pena el esfuerzo de apostarle a la paz; que es mejor un país reconciliado a un país desangrándose día tras días en un conflicto inútil y sin sentido. Pero sobre todo, que ha comenzado a comprender que la paz no es gratuita; que implica los sacrificios de escuchar, de divergir, de discutir, a veces de ceder y dar para recibir. Pero eso no lo entienden los inmediatistas que creen que imponer ideas y un discurso agresivo es la entrada a la puerta de la paz. Ni mucho menos aquellos que, guiados por un mesianismo simplón, salieron a las calles a pregonar arengas que podríamos a resumir en la idea de “queremos paz pero no”. Si, esta fue la protesta del día de hoy, tan insensata e inasible como el nombre del movimiento que supuestamente la convocó: “Colombia quiere”.
Pues bien, si Uribe quiere transparencia y verdad, debe empezar por dejar de engañar a la opinión pública con sus sofismas de guerra, como aquellos que soltó al final de la marcha en Medellín, que dejaron, como es habitual, el sabor del desencuentro y de la inestabilidad interna. Pero no le pidamos tanto a quien se alimenta del fanatismo y el miedo para generar resultados políticos. Con que deje de enviarnos fotomontajes para tratar de engañarnos, con eso le abonamos a su intento verdadero en contra de la impunidad.