Los últimos días del histrión

Los últimos días del histrión

Para salvar su pellejo Trump debió dejar de salvar el bolsillo del 1% de su país y convertirse en salvador del pueblo, pero no lo hizo... ya verá las consecuencias

Por: Carlos Tamara
septiembre 11, 2020
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Los últimos días del histrión

Uno puede ver en las películas que compañías saltimbanquis antiguas entraban por las puertas de las ciudades con gran estruendo, y de oropeles vestidos, parafernalia necesaria para llamar la atención de su eventual público y anunciar su repertorio. Generalmente, siendo famosos, eran cooptados para una función en la corte, cuando preparaban una sesión especial, entonces.

El soberano de marras o sus enemigos intentaban que algunos diálogos de los personajes principales incluyeran dardos especialmente venenosos dirigidos a poner en evidencia las llagas del régimen: develaban los rostros de los asesinos tras los cortinajes; se insinuaban incluso los amantes a veces incestuosos que mostraban la corruptela moral.

Generalmente esto era lo que más agradaba al público que no podía hacer uso de la palabra de denuncia del rey, o ante el rey, de otra manera. Que alguien le cantara la tabla por medio de subterfugios teatrales, estrofas incluso, era propio de genios. Por eso a estas compañías se les espiaba. Muchos de esos histriones fueron a dar a la cárcel, mazmorras, o fueron muertos.

Es indudable que el genio de esos histriones y de esos dardos fue William Shakespeare. Y es indudable también que si alguien desea investigar la capacidad de su idioma para zaherir debe beber de esa fuente. Muchas frases de sus obras son un dechado de concentración de la habilidad política del Shakespeare que subvertía el orden, que es una de las pretensiones del arte para avivar las costumbres y sentenciar las concupiscencias hediondas de las grandes autoridades.

Recientemente ha ocurrido lo contrario. Es el histrión el que ha sido visitado para, con una serie de preguntas, dejar traslucir su deslucida fama. El reportero Woodward ha visitado al histrión en su palacio. Adentro, una parafernalia de estruendo y de oropeles vestidos ha suscitado el interés de la audiencia.

Por acá por estos lares de la periferia, habíamos defendido que el filósofo Byung Chul Han en su descarnación de los tripajos de esta sociedad denunciaba que los mandatarios predominantes de la aciaga noche neoliberal tendían a ser histriones pues al neoliberalismo económico carece de una teoría coherente de desarrollo social, que nunca va más allá de un parapeto político ideológico para burlarse de la gente. Esa incongruencia entre tener el poder para hacer cosas y su incapacidad teórica para hacer que sea para el bien configura la tragedia del mandatario, que se pone una careta.

Y Trump cogido con los calzones abajo por Woodward lo dice sin recato: “En declaraciones a los periodistas ayer, Trump no refutó los informes de Woodward. "El hecho es que soy un animador de este país", aceptó. ¡Cuánta sandez! ¡Cuánta burla concentrada!

La parte crítica y mortal de este cuento es que Trump no tuvo la sagacidad, jamás tuvo la inteligencia, que tenían los histriones antiguos para cambiar su personaje. Debió cambiar su papel de salvar el bolsillo del 1% oligárquico de su país, para convertirse en salvador de su pueblo, súbitamente asediado por una pandemia.

Trump pretendió burlarse histriónicamente del virus. Pero el virus no sabe de chistes. Su naturaleza simétrica no respeta pinta, para el virus todo lo que bota sangre es cacería. Y está haciendo una carnicería con el castigado pueblo de los Estados Unidos.

Recojo una frase de Veroufakis el teórico economista griego, recientemente leída; “para entonces los Estados Unidos ya casi lucían como un estado fallido”

Nadie sabe cuándo empiezan los últimos días de un histrión, pero no deben ser fáciles. Uno podría imaginarse a Shakespeare en su lecho de muerte, todavía lúcido. ¿Cuántas historias se quedaban dentro del tintero? ¿Qué personajes se asomaban, caricaturales y haciendo muecas, con la ambición de ocupar su lugar en la escena? ¿Cuántos otros, en cambio, querían vengarse, martirizados por cómo quedaron retratados en la historia?

Es tal la ignorancia de Trump, como si llevara una máscara hacia el patíbulo, que todavía no sabe de qué se trata; reafirma: “Siempre quise restarle importancia”, le dijo Trump a Woodward. "Todavía me gusta minimizarlo, porque no quiero crear un pánico".

¿Pánico adicional? Todavía a estas alturas no se ha dado cuenta que su aciaga obra teatral ha producido más de 200.000 muertos. Cada día más de mil norteamericanos van a la tumba, mucho más que si estuvieran en plena guerra del Vietnam.

Americans first dead again, podría ser el epitafio que se inscribiera en sus tumbas. Eso mientras el histrión se solaza cruel difundiendo mentiras en su remedo electoral.

Acá en Colombia se ha erigido un tinglado similar. La frase de Shakespeare más precisa para aquella situación recientemente vivida puede ser la célebre de Ricardo III. Cito, para ahorrar tiempo, esta síntesis de Google pues es increíblemente fiel a lo que ha estado sucediendo: “A pesar de la lucha que inicialmente parece estar yendo bien, Ricardo pronto se encuentra solo en medio del campo de batalla, y llora desconsoladamente implorando “Un caballo, un caballo, mi reino por un caballo”

Un llanto lastimero primero y luego la luz imposible que se le ofrece como una genialidad o una astucia imposible: un caballo para huir de la segura sentencia de la Corte.

“Ricardo se garantiza de manera activa la posesión de la corona. Asesina a cualquiera que se interponga en su camino, incluido el joven príncipe, Lord Hastings, su antiguo aliado Buckingham, e incluso su esposa. Estos crímenes no pasan desapercibidos, y cuando Ricardo ha perdido todo el apoyo y se enfrenta con el conde de Richmond, futuro Enrique VII de Inglaterra, en la batalla de Bosworth Field los fantasmas de la gente que mató le visitan y le auguran: “¡Desespera y muere!”.

Nadie sabe lo que les espera a los histriones en sus últimas horas.

Nadie sabe tampoco la enorme figuración de los caballos en esta historia. Parecen personajes fantasmales surgiendo de la última noche de Shakespeare.

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