Los últimos tres años los ha pasado a sol y agua en la calle arrastrando bultos de maíz y frijol que pesan hasta 700 kilos en una carretilla, un peso equivalente al de un carro Twingo. Es un animal fuerte, aunque se le marquen las costillas cuando camina. Su pelaje opaco y café parece un tapete que el sol ha ido destiñendo porque alguien olvidó en las cuerdas del patio. Su dueño invierte todos los días $15.000 para comprarle su ración de comida -agua miel, mogolla, caña, a veces concentrado- y pagarle el parqueadero donde pernocta junto a otros treinta caballos con los que comparte el misma oficio.
Tiene un poco más de diez años, según los cálculos de su propietario Rodrigo Vargas, quien lo organiza en medio de dos camiones turbo frente a un depósito de semillas en los alrededores de la galería Santa Elena, la plaza de mercado más grande de Cali. El caballo espera que su dueño monte en la carretilla los 15 costales que debe entregar en diferentes graneros del Distrito de Aguablanca, un sector donde se concentra gran parte de la pobreza de la ciudad.
Rodrigo se protege con una gorra azul, pero su cara tiene la huella de años de exposición al sol. De sus 65 años, cuarenta los ha pasado lejos de su tierra en Ginebra de donde salió al rebusque. Son los mismos años que lleva como carretillero en Cali comprando y vendiendo caballos que desecha cuando los ve agotados sin capacidad para circular arrastrando peso por las calles de la ciudad. Vendaval será el último de la lista y será reemplazado por una camioneta china que le entregará la Alcaldía dentro del proyecto de sustitución de zorras.
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Hace tres años Rodrigo compró a Vendaval por $700.000 en una hacienda llamada la Nubia, después de que su dueño lo descartara por falta de espacio en la pesebrera. Ahora el caballo de paso fino es uno más de los 878 carretilleros registrados en la Secretaria de tránsito para ser entregados en adopción y sustituidos por vehículos de tracción, en el mismo proyecto que ya fue probado en Bogotá y Medellín que pretende liberar a los equinos de las cargas que desde hace décadas arrastran.
Después de desayunar una mogolla de trigo remojada en agua miel, Vendaval caminó hasta el depósito de semillas para cumplir con lo que podría ser su último día de trabajo. Lo hizo durante veinte minutos desde el barrio Vergel donde vive Rodrigo hasta la galería. Será la última vez que se enfrente a la rutina de tráfico y cemento que, paradójicamente, mantiene en él el brío de su raza: cuando escucha un carro pitar, Vendaval pone en alto la cabeza; cuando el semáforo está en verde y hay congestión, acelera el paso como si evitara poner las gastadas herraduras en el asfalto caliente.
La Alcaldía entregó los primeros 22 carros para reemplazar a igual número de caballos que irían a Zoonosis para iniciar los procesos de adopción. Sin embargo no han podido cumplir con el cronograma trazado porque como dice el secretario de tránsito Ómar Jesús Cantillo, el proceso requiere de tiempo y se hará por etapas: 165 entregas este año, en grupos de 20 ó 30 caballos; 118, iniciando el 2015. Por ahora la Administración solo cuenta con $7.000 millones para 283 carretilleros.
Wilmer Caicedo, coordinador del Centro de Zoonosis, dice que desde hace un año y medio se realizan jornadas de vacunación equina, registro de los animales y además se creó la Red de Adoptantes, que cuenta con 800 solicitudes de personas que están dispuestas a darle una mejor vida a los caballos. Una campaña que empezó con la iniciativa de la Fundación Defensa Animal de pintar estrellas negras con bordes amarrillos alrededor de la silueta de un caballo que buscaba recordar la tragedia de los 51 carretilleros que han caído en las calles desde el 2001.
Patas Blancas fue uno de los primeros caballos en ser adoptado. Nelson Arce su propietario y compañero durante trece años lo despidió con tristeza pero con igual entusiasmo se ajustó el cinturón de seguridad, tomó el timón entre sus dos manos y salió sonriendo en su nuevo carro.
No importa si es hoy o mañana o la semana entrante, estos serán los últimos días de Vendaval junto a su dueño. “Es que los caballos de silla salen más nobles que los de trabajo” dice Rodrigo mientras reconoce en Vendaval un poco de cansancio, aunque habla de su buena alimentación y su dentadura firme. De ser así, Vendaval será adoptado fácilmente y no evitará ser trasladado a un predio de Jamundí previsto por la alcaldía para el seguimiento de su estado de salud, como ocurrirá posiblemente con el 78% de los equinos carretilleros que tienen una historia de alcurnia equina por haber participado en la cabalgada dicembrina de Cali.
Vendaval no alcanza a valer el millón de pesos y la vida que tuvo antes es casi un misterio. Tuvo otro nombre y nadie sabe cuánto pudo costar su desaparecida elegancia. Solo se sabe lo que se ve: la mirada caída y la cabeza que solo levanta cuando las cuerdas que controlan su cuerpo le avisan que debe seguir trabajando. Los 750 kilos que ahora arrastra entorpecen su marcha, pero permiten ver como en cámara lenta los cuatro compases: pata izquierda trasera y pata izquierda delantera, pata trasera derecha y pata delantera derecha. Un gran caballo que con algo de suerte puede recuperar su hidalguía.