Casi doce años atrás, en octubre del 2010, un mes después del bombardeo en el que pereció el Mono Jojoy, una columna guerrillera, alrededor de un centenar de combatientes, emprendimos una larga marcha con destino al departamento de Arauca. Nuestro punto de partida fue la vertiente occidental de la serranía de la Macarena.
Teníamos que caminar más de mil kilómetros, la mayoría de ellos en medio de la selva. Sabíamos por tanto que aquella marcha nos llevaría meses, dependiendo también de las novedades que se presentaran en ella. La primera estación que hicimos para descansar varios días tuvo lugar en el departamento del Guaviare, en algún lugar entre los ríos Unilla e Itilla, en donde tenía su campamento Gentil Duarte.
Lo conocía por haberlo visto varias veces en el Bloque Oriental, adonde lo citaba para algunos asuntos el Mono. Sin embargo, no había llegado a tratar con él. Por lo regular, cuando se reunían varios comandantes del Bloque, el Mono señalaba a Albeiro, del 44, para que se pusiera al frente de ellos. Recuerdo que si no estaba Albeiro, el Mono designaba a Gentil como superior. Por ello me parecía que gozaba de su aprecio.
No obstante, cuando llegamos a su campamento, ya estaba yo claro de que esa confianza del Mono había disminuido notablemente. Gentil se comportó muy amable con nosotros y eso me dio la oportunidad de conversar en confianza con él. Recuerdo que me dijo que llevaba mucho tiempo sin hablar con el Mono, y que sabía que había habido una reunión del Estado Mayor del Bloque a la que no había sido invitado.
Era la reunión que se estaba celebrando cuando se produjo el bombardeo fatal contra el Mono. Él me había invitado a participar en ella, por lo que lo había escuchado plantear en su inicio que Gentil no acudía por problemas de salud.
Incluso había agregado con el tono que le conocíamos cuando alguien había salido de sus afectos, que si esos problemas persistían, Gentil no podía seguir haciendo parte de la dirección del Bloque. Todos los presentes sabíamos cuál había sido el problema de Gentil.
El Mono se había referido él varias veces. Quizás la mayor vergüenza que habían sufrido las Farc en su historia, había sido la situación que se presentó cuando el Secretariado dispuso la entrega de Emanuel, el hijo de Clara Rojas nacido en la selva. Como se suponía que estaba en manos del Séptimo Frente, bajo la custodia de Gentil, a él se le transmitió esa orden. Pero pasaban los días y no había razón alguna del niño.
Hasta que Uribe anunció que estaba en manos del gobierno, que lo había rescatado de un hogar infantil donde había sido abandonado. Hasta el presidente venezolano, Hugo Chávez, estaba envuelto en la operación para recibir a Emanuel, y todo aquello resultó un fiasco fenomenal. El Mono aseguraba que no podía entender por qué Gentil nunca le informó que el niño no estaba en su poder. No le perdonó eso.
Aquel día Gentil me comentó que llevaba más de dos años sin hablar con él, no lo citaba a reunión alguna. Entonces le conté la explicación que había dado el Mono para su ausencia en la última reunión, cosa que afectó aún más su ánimo. Me aseguró que él no estaba, ni había estado enfermo, no entendía por qué el Mono lo había dicho. Entonces me decidí a hablarle de la decepción que había causado por el asunto de Emanuel.
Consternado al extremo, intentó darme algunas explicaciones. Lo escuché con paciencia, sin juzgarlo. El Mono estaba muerto. Había que esperar la decisión de la nueva dirección. Asintió con evidente desasosiego. Cuando nos despedimos se mostró muy agradecido y servicial. A Pedro, que había sobrevivido del bombardeo donde murió el Mono, le prometió conseguirle un radio, para que escuchara noticias. Lo había perdido esa noche.
El radio nos llegó dos semanas después. Cuando estábamos reponiéndonos en un campamento del Frente Primero. Efrén ordenó que los envíos que habían llegado del Séptimo Frente, permanecieran varios días por fuera del campamento, en la vivienda de un campesino, a unos dos kilómetros de distancia. Medidas excepcionales originadas en los frecuentes bombardeos y el conocimiento que se tenía de la inserción de chips localizadores a los campamentos, los cuales venían camuflados en cualquier cosa.
En medio de una libra de arroz que estaba debidamente empacada en su bolsa. En la ropa, en los maletines, en una planta eléctrica. En un par de días una avioneta vino a sobrevolar el área, dando demasiados giros alrededor de la vivienda y hasta encima del campamento. Cuando se envió a revisar el pequeño radio Sony de 9 bandas, se descubrió el chip en su interior. Inmediatamente supimos que nos iban a bombardear.
Por eso se programó la marcha para la madrugada del día siguiente. Los aviones llegaron a eso de las 9 de la noche, descargando decenas de bombas. Igual los siguieron los helicópteros que dispararon eternas ráfagas de punto cincuenta. Todo ello alrededor de la casa del campesino en donde había permanecido el radio, sin que por fortuna fuéramos afectados nosotros, que estábamos a mediana distancia de ella.
La tropa desembarcó en los potreros que circundaban la vivienda. Nosotros madrugamos a continuar la marcha. Siempre me inquietó el hecho de que el radio lo había enviado personalmente Gentil. Muy extraño que un mando de su nivel cometiera ese error infantil. Quizás a quién se lo encargó y dónde lo adquirieron. En todo caso debía haberlo hecho revisar. Una negligencia inexplicable de la que nunca se habló.
Volví a verlo años después, en La Habana, cuando llegó con otro grupo de mandos, a hacer parte de la comisión aprobada en la Mesa de Conversaciones, que junto con altos oficiales de las Fuerzas Militares, se encargaría del estudio de las fórmulas para el cese al fuego y la dejación de armas. Debió ser en 2015.
Con él llegaron Romaña, el paisa Oscar, Walter y otros mandos que años después pasarían a hacer parte de las llamadas disidencias, pese a haber participado en forma decisiva en la discusión y aprobación del Acuerdo Final. Los pormenores de sus elaboraciones los habrán conocido ellos mejor que nadie. Pero una cosa fue evidente para varios de los que observábamos el desarrollo de las conversaciones.
Resultaba manifiesta la inconformidad de Jesús Santrich con lo que él mismo aprobaba en la Mesa. Sabíamos que rumoraba en voz baja contra ello, aunque públicamente su actitud era otra. Todos esos mandos conformaron rápidamente un círculo alrededor de él e Iván Márquez. Incluso en un balance de las conversaciones realizado a fines de ese año, actuaron en grupo pronunciándose en contra de lo que se estaba acordando. Para su contrariedad, la mayoría aplastó sus argumentos.
En las FARC eran normales los debates y discusiones, siempre que se llevaran a cabo en las reuniones previstas para ello. Al final se adoptaba la decisión por la que se inclinara la mayoría, y todos sabíamos que eso era lo que debía cumplirse. Nadie podía discutir lo aprobado, era un asunto resuelto y había que acatarlo y respetarlo.
Gentil, Romaña, Santrich, el paisa Óscar y los otros manifestaron su conformidad final. Incluso terminado el balance hubo celebración, fiesta y todos departimos con fraternidad y alegría. En mi cabeza quedaron grabadas las palabras de Gentil en la reunión de balance. Con tono humilde expresó que él era un hombre de monte. Lo suyo era la mata, como se llamaba la selva. Definitivamente su lugar no estaba en La Habana.
Durante décadas había estado en campamentos, sirviendo como guerrillero y mando en acciones de orden público y finanzas. La política no era lo suyo. Modestamente pedía que lo regresaran a Colombia, al Guaviare, donde podía efectivamente ayudar. En eso de los diálogos se sentía como una mosca en leche. Prefería estar en lo de siempre.
Unas semanas después le fue resuelta favorablemente su solicitud. Volví a verlo durante la Décima Conferencia Nacional, la última de las conferencias celebradas por las Farc, en la que por unanimidad más de mil representantes elegidos por todas las unidades de la organización, refrendaron los Acuerdos firmados en La Habana.
Durante los preparativos y el desarrollo de la misma, Gentil estuvo muy cerca de Timo, mostrándose particularmente servicial y dispuesto a colaborar en el empeño de sacar avante lo acordado.
Por eso se lo eligió a él poco tiempo después, para que, con una compañía bajo su mando, buscara en la selva a Iván Mordisco, que se había rebelado contra lo acordado en La Habana, a fin de que conversara con él y lo convenciera de regresar al camino correcto. Para sorpresa de la mayoría, su decisión fue la de sumarse a los desertores y convertirse en su jefe. Para otros, su comportamiento previo era revelador de su real pensamiento.
No hay duda alguna de que aquella decisión se correspondió con algún tipo de plan acordado en La Habana, en conjunto con el grupo que rodeaba a Santrich. Seguramente se presentaron hechos nuevos, que condujeron a la conformación final de dos grupos distintos, incluso rivales, algo que no pensaron cuando conspiraban para materializar su decisión de volver a las armas.
Iván Márquez y Santrich siguieron simulando en Bogotá que cumplían la palabra de las Farc, preparando su golpe a la dirección del partido elegida en el primer Congreso. Cuando al fin regresaron al monte, Gentil y los suyos se negaron a subordinárseles, habían perdido su anterior confianza en ellos.
Un comunicado reciente de la disidencia que encabezaba Gentil, confirma la veracidad de la noticia oficial sobre su muerte en la frontera, del lado de Venezuela. Como era apenas de esperarse, culpan al gobierno de Duque y a los gringos por el hecho. Y revelan que una muchacha de su tropa, a la que la inteligencia militar había secuestrado su familia para presionarla, fue quien se encargó de ubicar el explosivo en la caleta de Gentil.
Una historia que no resulta extraña para cualquiera que haya vivido la intensidad de la antigua guerra contra las originales Farc. Hechos como esos eran el pan de cada día. Y ojalá la JEP se encargara algún día de investigarlos. Lo que más debía llamar la atención de los firmantes del comunicado en mención, es la gradualidad de los golpes que de manera frecuente se ejecutan contra ellos. La mayoría de sus jefes han sido aniquilados.
Por encima de que se ubiquen por fuera del país. El apoyo de la tecnología más avanzada en materia bélica, la inteligencia militar, sus tácticas sin ningún reato moral y las operaciones encubiertas con comandos de fuerzas especiales, unidas a la descomposición ideológica de los miembros de unas disidencias enmontadas en la profundidad de la selva, sin ningún contacto real con la población colombiana, ni con la vida política del país, señalan que el camino escogido carece de la mínima posibilidad de victoria.
La idea de retomar las armas y continuar la lucha por esa vía, constituye un error garrafal condenado al desengaño. Vivimos en una época de otro tipo de luchas, ligadas más bien a la movilización multitudinaria de la población inconforme y al proselitismo electoral. Así lo entendimos las Farc en su conjunto, al adoptar la decisión de dejar las armas y reincorporarnos a la sociedad colombiana. El mundo cambió y no se puede seguir obrando como si fuéramos ciegos.
Santrich lo era, y no sólo físicamente. Fue lo que no fueron capaces de percibir Romaña, el paisa Óscar y ahora Gentil, como Jerónimo y Ernesto ultimados recientemente en Arauca. Un Iván Márquez remontado a quizás qué lejano escondrijo en lo más profundo de la montaña, creyendo enajenado que sus proclamas conmocionan la opinión nacional, no pasa de ser el símbolo de una obsesión irracional absolutamente impracticable.
Sin pena ni gloria, Gentil Duarte, que alguna vez creyó convertirse en el Manuel Marulanda del siglo veintiuno, repite tristemente con su oscura muerte, el fracaso de todos aquellos que se niegan a reconocer el cambio de las condiciones, una palabra que en las Farc siempre significó entender que toda situación debe ser leída hasta en sus particularidades menores. Nunca serán iguales las situaciones, ni las decisiones sobre cómo enfrentarlas.