La hinchada de Rosario ya empezaba a abuchearlo. Teo Gutierrez, el mejor jugador de América hace dos años, no había hecho un solo gol desde su llegada en junio, se la pasaba lesionado y, para colmo, decía que añoraba volver a su equipo amado, el River Plate. Contra Boca, el domingo pasado, regresó a su nivel de crack. El gol con el que su equipo empató, desató la bronca en la Bombonera. Los millones de argentinos que lo detestan estuvieron al borde del infarto cuando el barranquillero, para celebrar su gol, hizo con la mano la banda de River y se tapó las narices en gesto de asco a la hinchada bosquera. “Negro pistolero” le gritaba un comentarista hincha de Boca. “Negro hijo de la gran puta” tronaba la mitad de Argentina.
Te amo fuerte Teo Gutiérrez pic.twitter.com/BsTQj1EVyK
— Politica en River (@PoliticaEnRiver) November 20, 2016
No era la primera vez que el barranquillero Teófilo Gutiérrez hacía rabiar a toda una hinchada. En un domingo de abril del 2012 su equipo de la época, el Racing Club de Avellaneda, perdía por goleada contra su clásico rival el Independiente de Avellaneda. En el camerino, con la sangre aún caliente por la derrota, su compañero Sebastián Saja lo culpó por haberse hecho expulsar. Sin mediar palabra Teo lo empujó. El arquero respondió con un puñetazo en el rostro. Gutiérrez respiró profundo, caminó hasta su casillero, abrió el maletín, sacó una pistola de paintball y le apuntó en el pecho. Sus compañeros se acercaron a paso lento, dispuestos a quitarle la pistola y mandarlo de vuelta, a las patadas, a Colombia. Pero a Teo no se le movió un músculo de la cara y les apuntó a todos. Ellos, que eran once, tenían más miedo que él.
Desde los siete años su vida ha estado asociada al fútbol y la violencia. A esa edad, cuando escuchaba debajo de su cama a las pandillas de los Malembes y los Patrullas disputarse a bala limpia la esquina de la Raya, el punto neurálgico del barrio La Chinita de Barranquilla en donde nació, Gutiérrez aprendió lo que era el miedo.
El temor se disipaba cuando se ponía un descolorido uniforme blanquirojo y destrozaba las defensas que enfrentaba Independiente Framy, su primer club. En las mañanas era Maradona en el potrero, en las tardes podía ser uno de los siete muchachos que caían abaleados en La Chinita a comienzos de la década del noventa. Su barrio era tan caliente en esa época que ni los taxis entraban. En las noches era sólo un niño escondido debajo de una cama, burlando a las balas que solían zumbar en la sala de los Gutiérrez. Una vez, al ver a su mamá Cristina Roncancio llorar por la miseria en la que le había tocado vivir, el niño Teófilo se le acercó y le prometió que algún día él iba a ser un futbolista muy famoso y le iba a comprar una casa bonita, lejos de las balas y de los hampones.
Poco a poco su sueño empezó a hacer realidad a punta de gambetas en la destartalada cancha de La Chinita. Allí lo iba a ver jugar John Gabriel Padilla, el malandro más duro del lugar. Era tanta la admiración que le tenía al futuro crack, que le regaló sus primeros guayos Adidas y le daba plata para que fuera a entrenar al Barranquilla Fútbol Club, equipo de la B con el que debutó en el 2006 como profesional. Un año después, cuando el Junior decidió contratarlo a sus 22 años e hizo su primer gol en la A, Teófilo no dudó en alargar su brazo y dedicárselo a John Gabriel, su mecenas, la primera persona que creyó en él.
Después todo pasó muy rápido: Botín de oro en el 2008, convocatoria a la selección Colombia que disputó las eliminatorias a Sudáfrica y su esperado traspaso al fútbol europeo. Tres millones de dólares pagó el Trabzonspor por la nueva joya colombiana. Antes de irse pudo hacerle realidad a Doña Cristina su viejo sueño de salir de La Chinita e irse a vivir al barrio de Las Nieves en donde el delantero le compró una casa.
En su primera temporada los resultados no fueron los esperados y terminó relegado a la banca. Después de darle un puñetazo en la cara al jugador Ibrahim Toraman, Teo regresó a Colombia sin importarle el contrato vigente con su equipo. Una pura reacción del niño furioso de la barriada barranquillera.
A los 26 años, y sin equipo, Giovanny Moreno, ídolo de Racing, le apuesta a su compatriota y se lo recomienda al técnico Miguel Angel Russo. La forma en que Teo le agradeció a su nuevo club fue insólita: pintó la casa de su mamá en Las Nieves con los colores azul y blanco del Racing.
La exigente hinchada argentina se enloqueció con sus gambetas y goles. Entonces Teófilo empezó a fallar. Los fantasmas de La Chinita tomaron forma con empujones y escupitajos al árbitro Pitana, provocaciones a las hinchadas rivales, balonazos intencionales en los testículos de los contrincantes como hizo con el defensa Gabriel Milito y agresiones a sus propios compañeros. El puñetazo al arquero suplente Mauro Dobler en un entrenamiento le dio la vuelta al mundo y, en pleno fulgor de su éxito, se le ocurrió sacar de su maletín la pistola de paintball.
Sus desbordes lo sacaron del Racing y cuando nadie daba un peso por él apareció el Lanús de Buenos Aires de donde salió después de dos fallidos partidos y un escándalo: dejar el equipo amparado en la mentira de haber sido convocado por Pekerman para la selección. El Cruz Azul le tiró un nuevo salvavidas en el 2013, club en el que salió después de decir que la Liga Mexicana era un torneo menor. Sus desplantes no le impidieron a su buena estrella seguir brillando y se enrumbó de nuevo al Sur. En River Plate volvió a ser ídolo, ganó una Copa Suramericana y en el 2014 fue elegido como el mejor jugador de América.
Pero Teo no aguantó los aromas de la fama. Ingrato con su hinchada se colocó como única meta Europa. Llegó a Lisboa tras la transacción de 3.7 millones de euros que pagó el Sporting. En seis meses de buenos goles su carácter lo volvió a traicionar. Después de querer estar en el Junior, en Brasil o de recaer de nuevo a River fue contratado por Rosario Central. Justo cuando empezaba su gloria con el gol a Boca en la Bombonera su carácter lo volvió a traicionar aunque, eso si, los hinchas de River celebran a rabiar su gesto desafiante y hasta valiente. No importa de cuantas fechas sea su sanción Teófilo Gutierrez, a sus 31 años, ya es una figura legendaria en el Fútbol Argentino.