Mi respuesta es contundente e inapelable, y disculpen, pues no frecuento falsas modestias: los tres huevitos de Uribe se quiebran con la guerra, por eso precisamos de la paz que cimentó, por la que luchó, por la que sacrificó su imagen y su ego Juan Manuel Santos. Para los que tienen mala memoria, les recuerdo esos tres huevitos: confianza inversionista, seguridad y cohesión social. A Uribe se le reconoce lo suyo, pero su discurso se agotó, se volvió rancio, enciende odio contra odio y divide cada vez más a los colombianos. Y en mi humilde opinión el odio jamás será derrotado con el odio, sino con el Amor, con mayúscula. Dígame el amable público si no tengo razón cuando afirmo una verdad de Perogrullo: con la violencia y la guerra se derrumba la confianza inversionista, aumenta la inseguridad y se disgrega la cohesión social.
Señor Uribe, con la paz ganamos todos: gana la economía, gana el desarrollo del país, gana el equilibrio mental y espiritual… y nuestros jóvenes y niños podrán soñar con un futuro, etc. Si usted es cristiano, si usted reza el rosario como buen paisa y habla de Jesús, el Señor, debe saber que el Maestro ama la paz y quiere la paz, y lo que Dios quiere ningún hombre lo puede detener. La paz viene para Colombia, respetado expresidente, y es voluntad del Señor. Usted aportó en su momento y nadie le va a quitar eso, yo mismo se lo reconozco, y en cierta medida lo admiro. Mi respeto lo ha tenido siempre. Pero el poder tiene su cenit y también su declive, tarde o temprano, y uno sólo tiene poder eterno porque es Todopoderoso, y reconocer eso se llama humildad y grandeza de corazón. En fin, entre sus huevitos hueros hoy por hoy, y la paz de Juan Manuel Santos, elijo esta última, si bien como digo al final de este artículo, una simbiosis entre lo uno y lo otro tendría un resultado extraordinario.
Por otra parte, ya que me estoy ocupando de usted, ilustre expresidente, nadie tendría más motivos que yo para odiarlo, y como he dicho en diferentes tribunas periodísticas, no lo odio y siempre le envío bendiciones, aún en medio de nuestras diferencias. Yo sería el primero en abrazarlo en nombre de Cristo, si contribuye con un granito de mostaza con la paz, después de su enorme decisión que doblegó a la guerrilla y la obligó a dialogar. Le cuento algo, durante su mandato asesinaron a cuatro de mis familiares: un hermano, un cuñado que era como un hermano y dos primos. Y años atrás habían asesinado a un tío, y a otro de mis hermanos, el cual fue secuestrado, torturado y posteriormente asesinado. Esos familiares cayeron impune e inocentemente. Bueno, excepto uno de ellos, que lo acepto, estaba involucrado en la guerra, si bien fue asesinado, ejecutado, sin que tuviera oportunidad de una detención, de un juicio, y su muerte me dolió igual que las demás, pues el lazo familiar y el amor son fuerzas inalienables. En cuanto al crimen de lesa humanidad de mi hermano José Abad Sánchez Cuervo, acaecido en 1987 aparece descrito en El Olvido que seremos de Héctor Abad Faciolince, y yo también me ocupo extensamente de él y de mis otros dolores a causa de la guerra en mi crónica literaria titulada Como una melodía, en la cual afirmo que el perdón es la venganza de los buenos, y la única salida al círculo vicioso odio-venganza-odio. Este que le habla, honorable senador, es demócrata hasta los tuétanos, pacifista a morir porque eso aprendí del Maestro, en tanto teólogo y cuasi sacerdote, pero más que todo a través de una vida espiritual intensa. Sé también que la gente a usted lo idolatra, lo odia o le tiene miedo. Yo, ninguna de las tres cosas, porque quien sigue a Jesús es valiente, amoroso, moderado y compasivo: el amor y el miedo no pueden coexistir. Tampoco le tengo miedo a algunos de sus seguidores (afortunadamente la mayoría de sus seguidores son gente de bien) que equivocadamente creen que no estar con usted lo convierte a uno en terrorista, guerrillero, revolucionario, bandido. Yo sí soy un revolucionario, pero del amor de Cristo, quien me enseñó a perdonar y amar a mis enemigos y bendecir a los que me maldicen. Esto no me convierte en santo, ni más faltaba, porque soy un librepensador, y cuando escribo tengo un estilo irreverente y escueto, que hiere a veces, y pone el dedo en la llaga sin mala intención; pero también soy un ciudadano de bien, como la mayoría de los que no aprueban su ideario político. Vivimos supuestamente al amparo de la democracia, y como dijo alguna vez el gran estadista Winston Churchill: la democracia no es el mejor de los sistemas políticos, pero es el menos peor de los conocidos. Señor expresidente, le repito, con la paz ganamos todos.
Por último, en sentido espiritual, lo reto a una conversación: usted irá con sus centenares de guardaespaldas, yo iré acompañado del Maestro Jesús; usted pondrá su poderío, yo la pequeñez de un humilde ciudadano de a pie, que no es más que nadie, pero tampoco menos que nadie y tampoco menos que usted. Yo lo he visto llorar por su padre asesinado, y me he conmovido, yo sé lo que se siente: lleve el dolor de su padre ausente, que yo llevaré el dolor de mis seis familiares vilmente asesinados en esta guerra absurda; lleve sus riquezas, que yo llevaré la riqueza de la Palabra de Dios. Ya ve, usted y yo somos muy distintos, si bien hermanos en Cristo, pero en algo nos parecemos mucho: los dos llevamos a cuestas duelos y quebrantos (para usar palabras de Don Quijote), y ambos tenemos carácter, temple, somos coherentes de principio a fin (usted lo es en grado sumo), y sobre todo tenemos los pantalones muy bien puestos. Dos veces he soñado con usted, siempre sonriéndole y abrazándolo… el perdón es la venganza de los buenos. Ojalá alguna vez haga las paces con Juan Manuel santos, para que sus tres huevitos sean empollados por la paloma de la paz. Bendiciones, y mi abrazo en Cristo, por Cristo y en Cristo.
Posdata: Dios permita que este mensaje llegue a sus manos. Aguardaré con certeza ese encuentro con usted. Desde mi pequeñez y pobreza llevaré a Cristo en mi corazón.