El absurdo detrás de los hechos que ha conmovido a Colombia en los últimos días y con ellos, la visualización de una dolorosa realidad de abuso y atropello diario a los derechos fundamentales de muchos niños y mujeres, nos dejan un sentimiento de abatimiento y estupor. En las redes, se plasman a diario descripciones, reflexiones, comentarios cargados de dolor, de rabia, de impotencia frente a la imposibilidad de comprender el porqué de sucesos que conllevan una barbarie inaudita.
Cuando los medios lanzan a la luz el perfil de estos victimarios, como psicoterapeuta, mi primera reacción es pensar en que estos criminales fueron niños y que para comprender la irracionalidad de sus actos atroces, no podemos dejar de ahondar en el complejo tejido de su infancia.
La mente de un criminal o “psicópata” se puede analizar a través de dos conceptos fundamentales: un egoísmo ilimitado y una fuerte necesidad de destrucción. De esta mirada, se desprenden numerosas teorías sobre el origen de personalidad psicopática, algunas de ellas enfocadas en las posibles causas genéticas y otras en las psicológicas. Las investigaciones derivadas de estos estudios muestran cómo la psicopatía es conjunto de rasgos de la personalidad expresados fundamentalmente en la reducida o nula capacidad de remordimiento, de empatía y en la necesidad exacerbada de hacer daño, de controlar y someter. Son individuos en que el placer personal prima sobre cualquier objetivo, en otras palabras, poseen un tipo narcisismo que el psicoanálisis ha llamado “narcisismo maligno”.
La primera infancia, y junto con ella la arquitectura de las primeras relaciones del niño con sus padres o cuidadores, otorgarán los elementos fundamentales para la consolidación de una estructura sólida de la personalidad. Esta relación de cercanía y de intercambio emocional entre los padres y el bebé fue descrita por el psicoanalista J. Bowlby como el “apego”. Cuando el bebé recibe de los padres un ambiente cálido, seguro, tolerante, éste se sentirá seguro y podrá desarrollar la capacidad de expresar sus emociones y sentirse protegido. Si por el contrario, las emociones del bebé son invalidadas, ignoradas o repudiadas, como una defensa frente a ésta relación hostil, el niño no podrá digerirlas y terminará por ignorarlas ya que resultan amenazantes para su psiquismo. Este tipo de apego enfermizo, llevará al niño a mostrarse apático frente a los otros, a absorberse en sí mismo y necesitar calmar su ansiedad a partir de atacar al otro y/o hacerse daño a sí mismo. Este fenómeno es también descrito por P. Fonagy como la incapacidad de “mentalizar”, es decir, la dificultad de poder pensar en el otro ser humano como un ser independiente, con emociones, con sentimientos, como portador de un mundo propio. De esta manera las otras personas poco importan, lo que importa es la satisfacción personal y éstas se convierten en objetos. En otras palabras, una fractura en la relación temprana del niño con sus padres, lo llevará a la imposibilidad de gestar dentro de sí la empatía, condición fundamental para el equilibrio psicológico.
La empatía la define Titchener como aquella “capacidad cognitiva de percibir, en un contexto común, lo que otro ser puede sentir”. También es descrita por Bateman y Fonagy como un sentimiento de participación afectiva de una persona en la realidad que afecta a otros. Para este último , la empatía supone uno de los pilares de la estructura psíquica que no sólo permite el equilibrio emocional en la relaciones sociales, sino la posibilidad de mantener una capacidad analítica frente a situaciones de conflicto con otros. La empatía es pues, la facultad de percibir y comprender un estado emocional ajeno, para darle fundamento a cualquier dinámica de solución de conflictos y de negociaciones dentro de la divergencia entre los seres humanos. Se ha descrito dentro de este marco, que aquellos niños cuya crianza está basada en lo descrito por Bowlby como “apego seguro”, a través de una relación serena, presente, coherente emocionalmente con sus figuras primordiales, desarrollará la capacidad empática.
Con alta probabilidad, en un bebé o un niño que no recibe de sus padres la seguridad, la tolerancia, la contención adecuadas de sus emociones, se generará en su personalidad, entre otras cosas, conductas antisociales al desvalorizar las necesidades de los demás. Al no percibirse esta problemática y no recibir la ayuda adecuada, se podrán desarrollar características psicopáticas desde la infancia, que se consolidarán en la adolescencia y la adultez. Así pues, no hay que olvidar que el criminal fue también un niño. Un niño que pudo haber sido visto por sus compañeros como un líder que seguramente encubría una fragilidad de su personalidad, el temor a sentirse menospreciado y con una dependencia crónica a la necesidad de sobresalir, entre otras cosas, siendo agresivo física y/o psicológicamente. El criminal fue un niño que en su propia deprivación emocional, buscaba que otros sufrieran su propia amputación afectiva. Quien necesita de este tipo de comportamiento, ha sido él mismo víctima de la falta de contención, cariño, entendimiento. Con ello, me refiero a que detrás de un niño con este tipo de conflictos, detrás de un futuro psicópata, existen adultos, comunidades, instituciones. Son estas instancias sociales las que se han encargado de transmitir inseguridad, presión, desaprobación, intolerancia y la necesidad de nutrirse a través de la desvalorización del otro en un escenario de deshumanización y de transgresión de la ética.
El criminal es pues el resultado de una sociedad perturbada en sus valores éticos fundamentales, donde a toda costa se busca la satisfacción personal en lo denominado en psicopatología como trastornos perversos de la personalidad. No hay que olvidar que estos criminales no sólo destruyen sino que se destruyen a sí mismos como una forma de buscar inconscientemente el castigo a sus delitos. Esto fue descrito magistralmente por Dostoyevsky en su obra Crimen y Castigo.
En los albores de una Colombia nueva que despierta a una posibilidad de democracia en los escenarios de restauración social, la construcción de paz debe gestarse primordialmente desde la infancia, en la primera relación del bebé y del niño con sus padres o cuidadores y en las primeras coyunturas de su formación. La educación en la empatía , se convierte pues en uno de los pilares fundamentales para comprender los procesos de reparación y restauración entre los niños. Los espacios educativos que promueven el conocimiento a través de procesos de consolidación de la empatía, aseguran no sólo estrategias de convivencia basadas en el respeto a la diferencia y la solución equitativa de conflictos, sino también las prácticas restaurativas basadas en la reparación activa y no en los castigos. Los proyectos de convivencia en paz desde la primera infancia, dan a los padres y educadores, los parámetros esenciales para prevenir tragedias como las que hemos vivido a diario en Colombia y donde las víctimas han sido los niños del pasado, del presente y del futuro.
*El título y la foto de esta nota fue cambiado a petición del autor.
NOTAS:
BOWLBY J. (1969) “Apego y Pérdida” Volúmen 4 “Apego” New York Basic Books
BOWLBY, J. (1955) “Maternal Care and Mental Health. The master work series (2nd ed.). Northvale ,NJ;London: 1955
FONAGY, P. (2002). “Affect Regulation, Mentalization and the Development of the Self”. Other Press, New York, 2002
BATEMAN A, FONAGY, P (2004) “ Psychotherapy for Borderline Personality Disorder: Mentalization-Based Treatment”. Oxford University Press, Oxford, 2004
TITCHNER, E (1919) “ Psicología Experimental” Penguin, London 1982