La propuesta del presidente Petro de abrir un debate nacional sobre el TLC con miras a revisarlo y renegociarlos me parece tan necesaria como oportuna. Cuando se firmaron, en plena euforia neoliberal, se los presentó como una auténtica panacea que por fin nos sacaría del atraso y provincianismo y nos haría modernos e integrados plenamente al mundo. “El futuro es hoy”, anunciaba jubiloso el presidente César Gaviria. Cierto, no faltaron voces- entre ellas la del entonces senador Jorge Robledo, aunque no fue la única -, que advirtieron con insistencia que no era verdad tanta belleza y que el dichoso tratado traería más miserias que beneficios. Y lo cierto es que a sido así. La agricultura y la industria nacionales a duras penas han sobrevivido al impacto devastador de la competencia de las empresas norteamericanas que se benefician, en el caso de la industria, de los avances tecnológicos y las economías de escala que les permite su enorme mercado interior. Ventajas a las que, en el caso de la agroindustria, se suma un generoso régimen de subsidios.
Nuestras respuestas a estas flagrantes asimetrías han sido entre precarias y adaptativas sin conseguir reequilibrar la situación. Los subsidios a ciertos productores agrícolas no han garantizado nuestra soberanía alimentaria, sino que por el contrario han perpetuado la economía de plantación, centrada ahora en tres o cuatro cultivos de alto rendimiento comercial. Los subsidios a la gasolina han sido pan para hoy y hambre para mañana porque lo que hoy el consumidor deja de pagar a las empresas del sector, mañana lo paga como contribuyente bajo la forma de impuestos. Y nuestra industria, o lo que queda de ella, sobrevive a duras penas y los TLC inhiben seriamente la posibilidad de que el gobierno nacional adopte una vigorosa estrategia de industrialización que incluya medidas proteccionistas.
El asunto de los impuestos sangrante. Con el argumento de evitar la doble tributación, las multinacionales logran evadir olímpicamente los ya de por sí bajos impuestos nacionales, así como exportar igual de alegremente sus abultados beneficios empresariales. Pero el de la banca internacional entre nosotros es aún más sangrante. Aparte de obtener beneficios fiscales y de mantener unas tasas de interés que son un serio obstáculo para el normal funcionamiento y la deseable expansión de empresas nacionales, esta banca vive sobre todo de parasitar el presupuesto nacional de diversas maneras, entre las que sobresalen las indeseables EPS.
La explicación de por qué me parece oportuna la propuesta de Petro remite directamente a los profundos cambios que está experimentando el orden mundial. Cuando, en el marco del Consenso de Washington, se firmaron tratados de libre comercio a diestra y siniestras, Estados Unidos de América imponía su ley al mundo entero. 1989 fue tanto el año del Consenso, como el de la Caída del Muro de Berlín y el comienzo del fin de la Unión Soviética, cuyo poderío había limitado seriamente al poderío norteamericano desde el inicio en 1947 de la Guerra Fría. Desembarazada de ese rival estratégico, Estados Unidos pudo imponer sin apenas resistencia su modelo de globalización neoliberal, en el que los tratados de libre comercio eran y aún son una pieza clave.
La emergencia de un mundo multipolar ya no solo es solo un deseo y una tendencia: es una realidad, como lo viene a demostrar el clamoroso éxito de la Cumbre del BRICS
Pero en 2023 las cosas en el mundo son a otro precio. La emergencia de un mundo multipolar ya no solo es solo un deseo y una tendencia: es ya una realidad, como lo viene a demostrar el clamoroso éxito de la Cumbre del BRICS realizada la semana pasada en Johannesburgo, en Suráfrica. Antes de la celebración de la misma, esta asociación representaba el 43 % de la población mundial, el 30 % de la superficie terrestre, el 31, 7 % del PIB mundial y el 18 % del comercio mundial. Y digo “representaba”, porque todos estos porcentajes van a crecer notablemente a partir de enero de 2024, cuando se oficialice el ingreso al BRICS de Argentina, Egipto, Etiopia, Arabia Saudita, Emiratos Árabes Unidos e Irán. Los primeros de la lista de 40 países que habían presentado previamente su solicitud de ingreso.
El mundo unipolar, encabezado por el sedicente “líder del mundo libre”, ha terminado, y termina con independencia de quién gane la actual guerra de Ucrania y de que sobreviva como gran potencia los Estados Unidos de América. Que lo hará seguramente, así como han sobrevivido la Gran Bretaña, Francia o Japón. Pero lo hará en las mejores condiciones posibles si abandona definitivamente su arrogancia y se muestra más dispuesto a negociar con disidentes y adversarios que a amenazar al mundo entero con sanciones y con su formidable armamento nuclear. En Washington debería convertirse en lectura obligatoria el admirable libro de Mary Kaldor El arsenal barroco. O sea, el arsenal que al final no sirve para nada.