Los tiempos de la trocha de El Bagre a Caucasia

Los tiempos de la trocha de El Bagre a Caucasia

Eran 77 kilómetros, que en teoría podían ser cubiertos en algo más de cuatro horas, pero que en realidad se podían convertir en una verdadera odisea de más de diez horas

Por: Carmelo Antonio Rodríguez Payares
julio 17, 2020
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Los tiempos de la trocha de El Bagre a Caucasia

En aquellos años del siglo pasado, ninguno de nosotros se preocupaba por tener una vía que del entonces corregimiento de El Bagre nos llevara a cualquier parte del mundo, así fuera hasta la Patagonia, por la sencilla razón de que éramos un pueblo que tenía un río y una empresa aérea que aliviaba en buena parte la demanda de una comunidad que a lo sumo alcanzaba las cinco mil almas, y cuyo comercio era bien alimentado por los grandes remolcadores que venían con los productos esenciales desde Magangué, en Bolívar, para llevarse el arroz, la madera y otros elementos de pancoger, que eran embarcados en el Santa Leonor, La Libertad y la Santa María, dignos sucesores de aquel buque David Arango que osó en alguna ocasión arribar al puerto de Zaragoza, y que muchos años después lo jubiló un incendio en la ciudad de Magangué, la cuna de la turca de los ojos grises.

Corrían los años floridos de los sesenta cuando aparecieron empresas como la Flota Mesa, dueña y señora de la ruta fluvial El Bagre - Puerto Claver - Cuturú - Nechí - Caucasia e intermedias; y por otro lado nos servíamos de un aeropuerto construido para el servicio de la empresa minera, en donde por muchos años decolaron y aterrizaron las naves de SAM, Cesnnyca, Aerosucre, TAC, Transportes Aéreos del César, la que nos inundó de todo el contrabando del mundo, desde el whisky escocés hasta la ropa que compraba Marilú, y la inestimable empresa Aces y otras tantas que cubrían los más insólitos destinos y que ahora hacen parte de la historia de esa región de la que si uno se descuida, salta el nombre de un príncipe o de un jefe de una tribu que contuvo la conquista del territorio. Como el que descubrió el mundo lleno de oro que se llamó el Cacique Guamocó, por allá en las estribaciones de la sierra de San Lucas.

Entonces, con el correr de los años, un puñado de hombres y mujeres comenzaron a ejercer su actividad política y social para reclamarle al gobierno una alternativa que no fueran los ríos que ya estaban a punto de ser atendidos en una UCI, muy de moda hoy, porque era el caso extremo de su agonía, que muchos escuchamos los tiros pero nunca supimos de dónde venían, y que no fuera tan costosa como la aérea que por largos años fue tan económica como servicial.

A El Bagre lo visitaban dirigentes de la talla de Jorge Eliécer Gaitán Ayala, Carlos Lleras Restrepo, aquel personaje que se inventó en su gobierno toda suerte de institutos descentralizados, y en su etapa crucial de campaña rumbo al entonces Palacio de San Carlos, llegó a echar su discurso una figura que luego se convertiría en presidente de la República, el señor Julio César Turbay Ayala, quien les habló a los bagreños desde el balcón de Bonilla, en pleno parque principal. Todos a una se llevaban los reclamos de los pobladores sobre sus quejas para que nos pusieran en la ruta del progreso, pero las mismas caían en la canasta del olvido. Era previsible que llegaran estos hombres, al fin y al cabo El Bagre fue desde siempre un pueblo liberal de esos de tuerca y tornillo, de hueso colorado, como bien me lo dijo mi padre.

Sin embargo y como si fuera sacada del sombrero de un mago se construyó una vía que de la orilla derecha del río Cauca en Caucasia, llegaba hasta Cuturú y fue por muchos años la que le sirvió a los bagreños para entrar y salir hacia cualquier destino. Había que señalar que aquella trocha era también un rosario de infamias para recorrer un tramo de algo más de 55 kilómetros, que en las mejores épocas se podría hacer en algo más de cuatro horas y media. Lo más insólito que me ocurrió fue que una vez en una visita de amigos a la Gobernación de Antioquia, vi un mapa con aquellos kilómetros como si fueran pavimentados.

Todo esto ocurría hasta que ya a finales del siglo 20 alguien nos alertó que con la construcción del puente Carlos Lleras Restrepo, en Caucasia, se podría construir un ramal, que desde la vereda Cacerí, nos uniría con aquel municipio, y desde entonces Cuturú dejó de ser atractivo para los cientos de pasajeros con rumbo a Medellín o a otras capitales, y allí nació el tramo que le abrió nuevas oportunidades a Jobo, punto final de la vía, en jurisdicción de Zaragoza, al otro lado del río Nechí en la cabecera de nuestro pueblo.

Por fin podíamos comprar un tiquete completo que decía El Bagre-Caucasia, solo que allí no especificaba si era en un destartalado bus de escalera o en los entonces modernos jeeps rusos UAZ, que para la época eran las máquinas capaces de enfrentar los peores lodazales que nos esperaban a los pasajeros en aquellos 77 kilómetros, que en teoría podían ser cubiertos en algo más de cuatro horas, pero que en realidad se podían convertir en una verdadera odisea de más de diez horas, aunque se conocen de largos inviernos en donde sus protagonistas pasaron las verdes en unos pedazos de la vía que fueron objeto de rezos y de oraciones para que alguien se apiadara de ellos.

Antonio, un veterano de aquella trocha, nos resume el recorrido que se hacía en aquel entonces para el que salía de El Bagre con destino a Caucasia: tomar una chalupa en el puerto principal hasta el puerto de Jobo en las primeras horas del amanecer y rogarle a los dioses que allí estuviera parqueado el bus de su destino, que en todo caso lo llevaría hasta Puerto España, una vez había hecho las paradas de reglamento en Puerto Loco, Cacerí y en cuanta ranchería hubiera al lado de la vía para dejar o recoger pasajeros o carga, muchas veces difícil de describir en los talonarios que expedía la empresa transportadora. Dos gallinas criollas, un gallo chino, catorce perros, dos gatos, un costal con cheremecos, once tortugas, siete morrocollos, un bulto de huevos de iguana, tres mudas de ropa y un largo etcétera que no caben en estas crónicas.

Una vez allí había que tomar otra canoa para atravesar el no menos correntoso río Cauca para luego darse un baño en algún hotel de pasantía o en la casa de una prima de un tío que alguna vez fue vecino de la suegra del yerno de una novia que tuve en Margento, por cuanto era menester despojarse del polvo que recogía la ropa y el cabello en aquellos tiempos. El horario de salida estaba en el tiquete, el de llegaba hacía parte del cuento y de las historias que por centenares se escribieron en esos algo más de 75 kilómetros.

Testigos de aquellos años, que no son tan lejanos, juran y rejuran que los políticos de siempre tomaron como bandera pavimentar la vía y fue bajo el gobierno del conservador Belisario Betancur Cuartas, antioqueño él, cuando se comenzó a hablar de la Troncal de la Paz, que en todo caso dejaría aislado a El Bagre, por cuanto el trazado correspondiente era la unión de Zaragoza y Caucasia en esta jurisdicción. Cuando por fin llegó al gobierno el presentador de TV Hoy, Andrés Pastrana Arango, le dio la mano a la obra con su famoso Plan Colombia, hasta que por cansancio nos acostumbramos a cubrir esos kilómetros en pavimento y los restantes 11, desde Escarralao hacia El Bagre, en carretera destapada.

Pero hasta entonces a nadie le había pasado por la cabeza que no solo El Bagre, sino toda la región del sur de Bolívar hasta los santanderes, necesitaban de una mano que se le adelantara a la época y estuviera dispuesto a jugarse por la construcción de un puente para que Caucasia y El Bagre fueran cubiertos sin necesidad de hacer trasbordos, ya que entonces se contaba con el “Carlos Lleras Restrepo” y El Bagre tenía un ferri que por años sirvió a la comunidad. Así que le llegó la hora al gobernador Aníbal Gaviria Correa, elegido para el período 2004-2007, quien antes de abandonar el cargo y en cumplimiento de sus promesas, dejó los dineros y la obra contratada para que el viernes 8 de octubre del 2010, el gobernador Luis Alfredo Ramos Botero le diera la formal puesta en servicio bajo el nombre de puente La Libertad, pues el escogido para entonces, Guillermo Gaviria Correa, no le pareció correcto y por ello antes del acto protocolario le dejó la orden al alcalde Gumercindo Flórez Mendoza para que desmontara la placa que estaba a dos metros de la obra.

Aquel tramo de 11 kilómetros quedó en el peor de los mundos jurídicos, ya que al hacer parte de la jurisdicción de Zaragoza, las administraciones nunca estuvieron dispuestas en destinar un solo peso en su arreglo y menos en pavimentarlos, hasta el punto de que el dichoso ramal también fue bandera de campaña de muchos políticos que una vez llegaban a sus cargos enmochilaban la promesa, hasta cuando coincidieron en sus mandatos el gobernador Sergio Fajardo Valderrama y Harold Echeverri Avendaño, para dejar listo un estudio serio y definitivo sobre los costos de la pavimentación, siempre de la mano de la empresa Mineros S.A., que para entonces y desde siempre es dueña de propiedades en esa zona.

Fue así como nació la ley de obras por impuestos en el gobierno de Juan Manuel Santos Calderón, todo hay que decirlo, y la empresa minera se hizo responsable de la pavimentación del tramo, solo que por cuestiones burocráticas y de trámites oficiales apenas pudo materializar el sueño en 5 de los 11 kilómetros y por eso ahora estamos a la espera no solo de un fallo que le permita al gobernador Aníbal Gaviria Correa regresar a su cargo, sino que desenreden el ovillo en que convirtieron aquella ley para que a los bagreños y a los bajo caucanos se les empiece a abonar en su cuenta de redención social y no solo sea el plomo y el glisofato lo que represente al gobierno nacional en esa importante región del país. Ya es la hora.

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