Durante mis años de infancia y en buena parte de mi juventud, escuché muchas veces una sentencia que quizás quién había acuñado, pero que latía como una advertencia amenazadora sobre todos. En nuestro país había que elegir un partido, el liberal o el conservador, cualquiera de ellos estaría bien, a su sombra se podría vivir tranquilo y tal vez progresar. Inclinarse por opciones distintas era muy peligroso, fácilmente podía conducir a que lo mataran a uno.
Además, se decía, los sueños de las otras alternativas no eran más que eso, utopías, cosas que jamás podrían realizarse, promesas que no se podrían cumplir. Es más, si por alguna circunstancia inesperada sucediera que llegaran al gobierno, lo más seguro sería que no los dejarían gobernar, les harían la vida imposible, incluso, finalmente, si insistían en su proyecto, los asesinarían. Así era este país, de ese modo eran las cosas, mejor era adaptarse a ellas y aprender a vivir.
Eso no se decía en tribunas públicas, sino en la calle, en conversaciones entre particulares, a la manera de buenos consejos paternos. Gaitán era el ejemplo. Qué se había ganado, sino unos cuantos tiros. Aquí las cosas no podían cambiarse, el mundo del poder pertenecía a las clases altas, allá lo decidían todo con la razón del dinero. Arrimarse a su sombra, conseguir una palanca para ascender, era mucho más útil que luchar sin sentido.
Estamos a punto de cumplir un año desde nuestra dejación de las armas. Fueron más de cincuenta los abriles en que miles de colombianos, mujeres y hombres, libramos una lucha titánica contra esa manera de entender las cosas en nuestro país. La dirección a tomar que nos señalaba esa arraigada conseja podía ser injusta, pero no podía negarse que su fundamento era completamente cierto, la muerte era fiel compañera de la oposición política en Colombia.
Para no ir más atrás, recordemos a Rafael Uribe Uribe, a Gaitán, a Pardo Leal y Pizarro. Sin hacer mención de la interminable lista de crímenes contra gentes anónimas, que lucharon desde las bases partidarias sin haber alcanzado el reconocimiento general. Uno lee en la prensa que este año suman ya 98 los líderes sociales asesinados en circunstancias que, sin ser trágicos, seguramente nunca van a ser aclaradas. Y se pregunta entonces si algo ha cambiado.
Todas las fuerzas de la reacción,
las beneficiarias exclusivas del discurso del miedo paralizante,
han tenido que unirse
Es posible que los predicadores herederos del discurso amenazante salten de inmediato a confirmar que no. No descarto esa posibilidad. Pero pertenezco a quienes nos inclinamos por afirmar que evidentemente la realidad política de la Colombia de hoy es distinta. Basta con considerar el panorama de las próximas elecciones. Todas las fuerzas de la reacción, las beneficiarias exclusivas del discurso del miedo paralizante, han tenido que unirse.
Ya no se trata en Colombia de la disyuntiva entre liberales y conservadores, cuando una izquierda comunista convertida casi en secta, podía a duras penas presentar tímidas candidaturas en medio de los más inverosímiles riesgos. Ahora, por primera vez en los últimos setenta años, un sentimiento nacional por la inconformidad y el cambio vuelve a brillar con fuerza inaudita. Eso se lo ha ganado el pueblo colombiano con todas sus luchas y sacrificios.
Hoy se enfrentan las fuerzas del pasado y el futuro. Los que se hicieron al poder y se mantuvieron en él durante más de un siglo, valiéndose del dinero, el engaño y la violencia. Y los que lograron sobrevivir a todas las persecuciones y matanzas, los que se atrevieron a disentir cuando la consigna del miedo imponía sometimiento y obediencia. Esa Colombia que sobrevivió al terror, luchando por la paz y la concordia, es la que se yergue hoy digna y esperanzadora.
Mucho cambió efectivamente en este país tras tantos años de lucha, cuyo momento culminante ha sido la firma de los Acuerdos de Paz de La Habana. Por eso no es causal que la caverna recalcitrante apunte sus cañones contra esa fórmula de reconciliación y progreso nacionales. Ni que una parte de esa vergonzante coalición se haya hecho la pesada para cumplir con la implementación de lo acordado. Todos ellos y ellas sienten pavor al cambio.
Pese a lo cual no lograron impedir que este se produjera. Por eso me atrevo a afirmar lo siguiente. Aun en el peor de los casos, si llegara a suceder que las fuerzas del miedo y el pasado consiguieran un triunfo electoral, este será verdaderamente pírrico, pues los tiempos anuncian grandes y decisivas confrontaciones sociales y políticas. Es un hecho indiscutible, en nuestro país avanza una fuerza indestructible por la paz y las transformaciones. Nada ni nadie la detendrá.
Yerran los precursores del desastre con sus llamados desesperados a un regreso a las armas. Lo que impone la historia es continuar por la senda abierta, junto a millones y millones de colombianos que claman por un país distinto. Solo así venceremos.