Lo que se juega en la Refrendación y la implementación de los Acuerdos de Paz es demasiado serio como para enfrascarnos en las leguleyadas del uribismo.
Decir que el Congreso no tiene facultades para realizar este proceso es una de ellas. En nuestra democracia lo que es una excepción es la convocatoria al pueblo a través de mecanismos como el plebiscito, el referendo y la consulta popular o los cabildos. Lo normal, rutinario y legítimo es que Senado y Cámara asuman el poder delegado por la ciudadanía a través del voto popular, que entre otras atribuciones los faculta para modificar la constitución y aprobar acuerdos.
Si el Congreso no fuera legítimo, este o el anterior o cualquiera de los Congresos elegidos después de la Constituyente del 91, todas las reformas constitucionales y las leyes aprobadas, se caerían; entre ellas el artículito que hizo modificar Álvaro Uribe para su reelección. En ese entonces, que raro, si les parecía legítimo lo que hacían algunos congresistas como Yidis o Teodolindo.
Tampoco podemos aceptar que el Centro Democrático diga que este nuevo acuerdo es el mismo que se firmó antes del plebiscito y que por lo tanto fue negado por la mayoría del No. Este es otro acuerdo, que incorpora las negociaciones hechas precisamente con la oposición tan pronto ganó el plebiscito.
Se les olvida a los tercos opositores a cualquier acuerdo de paz, que se incorporaron muchas de las propuestas que habían presentado, pero una negociación no es lo mismo que una rendición y por lo tanto no todo se logra, porque no se puede imponer un lado sobre otro. Las negociaciones son para concertar posiciones y llegar a puntos intermedios que debe dejar satisfechas o ligeramente insatisfechas a las partes.
No lo quieren reconocer así, ahora que se tramita la refrendación y se van a implementar los acuerdos en el Congreso. La gente del No insiste que este texto acordado es el mismo de antes pero con pequeños maquillajes.
También se aferran a mostrar cosas que podrían haber quedado mejores si la negociación se hubiera prologando indefinidamente. Es posible, siempre hay escenarios mejores que pueden lograrse, pero también podría haberse dado lo contrario, un deterioro del conflicto y con eso la oposición, la gente que votó No, habría dañado para siempre las posibilidades de una paz negociada.
Se insiste en que lo que ha hecho el gobierno
al presentar el acuerdo al Congreso
es un conejo a la voluntad popular
Se escuchan sesudos análisis sobre el tema del bloque de Constitucionalidad para asegurar que no se modificó este asunto. Se dice que los gazapos, corregidos a través de la Fe de Erratas que se adjuntó después de la firma son micos que se subieron a última hora y sobre todo se insiste en que lo que ha hecho el gobierno al presentar el acuerdo al Congreso es un conejo a la voluntad popular.
Para completar, en los recintos del Senado y Cámara dieron debates que no agregaron nada nuevo y que dejaron la sensación de que se aferran a su terquedad con una oposición que tiene más de oportunismo electoral que de aporte patriótico. Y al final del debate en el Senado, en vez de votar como manda el reglamento la bancada del CD se retiró con cara de ofendidos, tal vez con la peregrina idea de deslegitimar el voto mayoritario por el Sí a la refrendación del nuevo texto acordado.
Son jugadas políticas, no preocupaciones por la paz. Estamos frente a un partido, el Centro Democrático, que se apertrecha para buscar dividendos en las próximas elecciones con una irresponsabilidad histórica que apenas se asemeja a la de nombrar como Director de este partido a una persona tan incendiaria y cuestionada como Fernando Londoño Hoyos.
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