Fueron cientos los padres de familia que subían a la finca de Hernán Giraldo en Machete Pelado, en plena Sierra Nevada de Santa Marta con sus hijas de doce años. Las niñas llegaban llorando, arrastradas por el destino. Giraldo mandaba a sus anchas con su ejército de paramilitares, determinaba las leyes, nombraba los ascensos, decía quién moría, quien vivía. Más que el ganado, que las arrobas de granos, había un regalo que prefería por encima de todos: las niñas vírgenes. Los papás dejaban a las muchachas a merced del jefe del Frente Resistencia Tayrona de las Autodefensas Unidas de Colombia. Las encerraban durante quince días en un cuarto húmedo, estrecho, lleno de bichos. Si las niñas lloraban los hombres armados que custodiaban al patrón las amenazaban con las bocas de sus fusiles. Cada noche Hernán Giraldo entraba a las celdas y las violaba. Entre más gritaran las muchachas mayor era el placer.
A Hernán Giraldo se le conocía en la Sierra con los apodos de El viejo o El Tigre, pero el que más disfrutaba era el de Taladro, el sobrenombre que se había ganado por su voracidad sexual. Nacido en 1948 es aún, según su abogado, “un campesino de corazón, el tipo de persona que quiere levantarse de madrugada y trabajar la tierra bajo el sol”. Para el portal Verdad Abierta este hombre dejó una estela de 67 mil víctimas en la Sierra Nevada y sus alrededores y más de 200 jovencitas violadas. Nadie sabe lo cerca que estuvo Giraldo de cumplir su gran sueño: formar un ejército, un cuerpo élite compuesto solo de sus hijos, producto de las violaciones. Estuvo a punto de lograrlo.
El número de hijos con el que pobló la Sierra variaba según los informes presentados hasta ahora. La cifra que más parecía ajustarse a la verdad era la de 38 hijos. Según el trabajo de la investigadora Ana Salazar, que expondrá en el próximo Congreso Internacional de Ciencias Sociales que se llevará a cabo en París, la cifra superaría los 70 hijos.
A Taladro no le importaba si eran niños o niñas, todos iban para la guerra. Incluso hoy su estela de violencia se sigue haciendo sentir en Santa Marta. Una de sus hijas, Amparo, es la comandante de Los Pachencas, la agrupación armada que es considerada la heredera de Giraldo. Por ella las autoridades están pidiendo $ 10 millones. Entre el 2006 y el 2018 han pasado 12 estructuras criminales en la Sierra Nevada de Santa Marta. Todas ligadas a la familia Giraldo y su Oficina Caribe fundada en 2005. En su orden: Grupo Especial, Águilas Negras, Los Mellizos, Bloque Cacique Arhuaco, Bloque Nevado, Los Paisas, Los Urabeños, la Oficina de Envigado, Los Rastrojos, La Oficina Caribe, La Silla y Los Pachencas.
La llegada de estos grupo se debe a que los hijos de Giraldo se dividieron. Uno en cabeza de Alberto Giraldo y otro en Cabeza de Daniel Giraldo. Y cada uno de ellos fue atrayendo uno a uno a los 38 hijos de Giraldo más tíos, sobrinos leales y demás familiares. Se mataron entre ellos y hubo bajas de ambos lados. Pero vendieron todo el ganado de Giraldo, más de 4.000 cabezas para reparar a las víctimas.
Esto se agudizó con la extradición de Giraldo que poco a poco fue volviendo a retomar el control a través de los emisarios que desde EE UU. iban saliendo de la cárcel, para proteger sus bienes. Varios de sus hijos cayeron presos: Alberto, Daniel, Hernán y una orden de captura vigente y pedido en recompensa por su hija Amparo.
La presencia de Giraldo en el Magdalena ya va a cumplir medio siglo. Nacido en Pácora, Caldas, apareció en plena bonanza marimbera en la Sierra atraído por la leyenda de la marihuana Golden. En ese momento el más duro exportador de marihuana era un hombre conocido como Drácula. Los Giraldo desafiaron su poder y Drácula contestó matando a su hermano. La venganza no tardaría en llegar: Giraldo duró una semana desmembrando con paciencia el cuerpo de Drácula, mientras lo torturaba le sacaba rutas, le hacía escriturar propiedades, cuando terminó de matarlo ya era dueño de toda su estructura.
Trabajaba directamente con el Cartel de Medellín y estaba encargado de organizar escuadrones de limpieza en toda Santa Marta. Hubo un momento en que no quedó un solo indigente en la zona. Contrató a un mercenario israelí para entrenar a sus hombres, cuando creyó que ya estaban listos se fueron contra un campamento de sindicalistas bananeros. Era solo un simulacro, pero más de treinta personas fueron asesinados.
Fue detenido, encontrado culpable y condenado a 20 años de cárcel pero en 1989 se voló para la Sierra y allí nadie más lo encontró. Formó grupos paramilitares, las Farc quisieron matarlo tres veces pero, como los grandes capos, Giraldo era inmune a las balas. Se ganó a la gente con su don de mando, pavimentando como podía carreteras, levantando casas, protegiendo a la gente. Eso sí, como un señor feudal, le encantaban las dádivas, sobre todo si eran jovencitas de 12 años. Giraldo revivió la temible práctica colonial de derecho de pernada y apuntaba con ojo certero a sus víctimas. Nunca violó a una negra ni a una indígena. Todas eran blancas y, en lo posible, rubias. Si reunía estas condiciones el monstruo no perdonaba a nadie, ni siquiera a Daysy, la hija de sus cocineros quien tenía nueve años cuando empezó a abusar de ella. Siempre amenazaba con que la mataría si abría la boca. A veces les prometía riquezas sin fin, viajes al exterior, cadenas de oro, autos de alta gama y las niñas no tenían otro camino que el de obedecerle. Muchas de esas niñas se quedaban a vivir con él en Machete Pelado donde llegó a tener un harén de jovencitas.
Los papás sabían el destino de sus hijas pero no podían impedirlo: a falta de Estado el que mandaba era Taladro y ellos se encargaban de cumplirle a él y a los 200 hombres que conformaban su guardia personal. En el 2002, cuando su poder cobraba dimensiones imperiales, empezó a armar y formar para la guerra a dos docenas de muchachos, todos mayores de 14 años. Eran sus hijos.
Como un cacique milenario, Giraldo creía que iba a mandar en la Sierra por los siglos de los siglos. Sin embargo, en el 2005, a regañadientes, se sometió a la Ley de justicia y paz. El 12 de mayo del 2008 fue despertado bruscamente de la cárcel de Barranquilla, le ordenaron hacer una maleta y, sin decir más, lo subieron a un avión. Su nuevo destino era una cárcel de Estados Unidos, manos atadas, grilletes en los pies, pero la semilla de odio, muerte y venganza había dado sus frutos y una década después, sus descendientes manejan las doce estructuras de violencia que siembran terror en la Sierra Nevada de Santa Marta y en el departamento del Magdalena. Amparo, su hija primogénita se ha convertido en un monstruo rabioso que maneja Los Pachencas, el grupo surgido del Bloque paramilitar Tayrona, que tiene una presencia imbatible incluso en las calles de Santa Marta. Nadie la ha podido detener, como tampoco a sus hermanos de sangre que llevan como ella la impronta sanguinaria de Taladro.