Deseo iniciar este artículo remontándome a la época de los 80 en mi niñez, tiempo en el cual arribé a Bogotá. Aún recuerdo que existían los teléfonos monederos con marcación de disco que se reguardaban bajo una cabina naranja con forma ovalada, las personas hacían largas filas para llamar. Posteriormente, aparecieron unos aparatos con teclas, ya después, surgieron varios artefactos gratuitos que también recibían llamadas en los barrios de la ciudad, a estos se les denominaba “teléfono comunitario”. Dicho nombre lo recibió porque el presidente de la Junta de acción comunal u otro ciudadano los administraba era él quien llamaba por un megáfono al vecino y él a su vez acudía al llamado.
En plena era del siglo XXI, aún subsisten estos receptores en las esquinas de las calles y en algunos lugares de asistencia masiva. Tales teléfonos en su época la empresa de telecomunicaciones de Bogotá los ubicó para mejorar la comunicación de los bogotanos, funcionaban por medio de una tarjeta que se introducía en una ranura estilo chip y el aparato iba descontando el saldo de su valor. No obstante, los plásticos fueron descontinuados, en consecuencia ha sido imposible volver a usarlos. Aunque las estrategias de llamadas por cobrar o gratis a usuarios de servicio ilimitado fue una de las tácticas bandera de la compañía, hoy tampoco se usa mucho. Ya que la tecnología y aparición de dispositivos inteligentes con aplicaciones como WhatsApp han desplazado el teléfono público, pasando este a ser un elemento de museo callejero.
Quizás en algunas ciudades de Colombia y el mundo todavía aprovechan su existencia, especialmente porque no prescindieron de las monedas. Esto quiere decir que en Bogotá estos teléfonos son obsoletos y en consecuencia no prestan ningún servicio eficiente a la comunidad, debido a que su tecnología es vieja y los aparatos son inservibles. Es inaudito que en lo único que se usen es para que los habitantes de calle hagan sus necesidades fisiológicas, o en otras sea contaminador visual, dado que ellos están llenos de avisos publicitarios.
En un artículo publicado por El Tiempo, el 14 de 2002, decía que: “Adiós a los monederos: Bogotá cuenta hoy con 10.758 teléfonos públicos de monedero, de ellos solo 1.784 permiten hacer llamadas a celulares y de larga distancia. El 60 por ciento de estos teléfonos son obsoletos”. Han transcurrido 15 años desde ello y la aparición de las nuevas tecnologías de la comunicación los ha relegado, pues gran porcentaje de ciudadanos tienen otro método de conectividad en su entorno, por eso será difícil que aquellos armatostes se usen en el futuro; de esta forma pregunto, ¿la administración bogotana ha pensado dónde ubicar tales aparatos? Siendo Bogotá una ciudad que se preocupa por recuperar el espacio público, ¿no serían dichos elementos obstáculos en las vías?