Parece que con el Brexit se acercara el fin del mundo, o por lo menos el fin de la Unión Europea. Ni lo uno ni lo otro. La crisis de Gran Bretaña no se debe al Brexit. Mejor responde a la crisis financiera del 2008 que ha sido una gran calamidad para el mundo. El sistema financiero se desfondó, como no ocurría desde 1930 con la Gran Depresión. Los bancos fueron salvados de la bancarrota por los rescates bancarios de los gobiernos, con sumas millonarias que debilitaron el impulso de la economía por la falta de alivio de la deuda, lo que dio lugar a una nueva deuda. Hoy en día, el coeficiente de endeudamiento del mundo es aún más alto que antes del inicio de la crisis financiera. El gobierno de Obama y la Fed de Ben Bernanke destinaron más de 700.000 millones de dólares, para evitar el colapso del sistema estadounidense. Ya se sabe que si cae la economía de los Estados Unidos, arrastra a las demás economías. En 2008 el gobierno laborista de Gordon Brown nacionalizó, total o parcialmente los bancos británicos más afectados, invirtió 155.000 mil millones de euros en el rescate de las entidades —los economistas llaman a esto ‘inyección financiera’—, con unas pérdidas para el contribuyente estimadas en 31.000 millones de euros por el Banco de Inglaterra. La deuda del Reino Unido en 2007 era de 41,7%, en 2018 de 86,8%; cada británico debía en aquellos días 14.250 euros, diez años después adeuda 30.996. Esto revela una irresponsabilidad mayúscula, peor que la de los griegos o los italianos.
“La gente ha sido muy paciente. Es necesario un nuevo pacto. Diez años después de la crisis financiera, los trabajadores británicos cobran en términos reales 27 euros por semana menos que en 2008 y no se espera que los salarios recuperen los niveles precrisis hasta 2025, cuando el trabajador medio habrá perdido el equivalente a 21.000 euros”, decía Frances O’Grady, secretaria general sindicato TUC, en mayo de 2018. La cuerda se rompe por el lado más débil, el trabajador que ve sus prestaciones caer y deshacerse sus esfuerzos. Los banqueros en cambio con indemnizaciones de lujo, a cambio de su pésima gestión.
La crisis de 2008 a su vez provocó el Brexit, convertido en lobo feroz del rebaño. Solo produce estragos, además la clase política británica está dedicada a ocultarlos y a vender recetas milagrosas. Desde mayo de 2016 a enero 2019 la libra esterlina había perdido cerca de un 20% respecto al dólar y al euro. Los nuevos impuestos encarecen el precio de las operaciones y espantan a muchos inversores. El precio de las casas cae y las ventas son las más flojas en dos décadas. Hasta los barrios más lujosos de Londres pierden. A finales de 2018, el millonario americano Ken Griffin compró casa junto a Buckingham Palace por 95 millones de libras, pero Griffin pagó un 34% menos al que pedía el vendedor, que aspiraba a recibir 145 millones de libras por la mansión. A este tipo de operación Warren Buffett la llama ‘inversión de valor’, basado en comprar compañías o bienes infravalorados por el mercado.
Al Brexit le inocularon mentiras desde el comienzo. El mismo Boris Johnson en su bus de campaña decía que 350 millones de libras iban por semana a la UE. Falso. Que era inminente la entrada de Turquía a la UE. Han pasado tres años y esto es un engaño, no ha ocurrido. Europa saca tus manos de nuestro sistema de salud, gritaban los brexíteres azuzados por el ilusionista Nigel Farage. El Brexit lo inventó el gobierno conservador como un intento de resolver sus disputas a largo plazo. David Cameron, quien convocó el referéndum de junio de 2016, privilegió la política partidista al bienestar del país. En estos tres últimos años lo que prima son los desencuentros y, la divisa es cuanto más se pueda enturbiar, mejor. Así ninguno sabe para dónde va. A Theresa May se la comieron a dentelladas los miembros de su propio partido, los tories, tan orgullosos ellos y casi siempre desligados de sus electores. May recordaba en una entrevista con Daily Mail, viernes 12 de julio, que el cargo de jefe de gobierno no significa tener poder sino prestar un servicio público. Se dirigía a todos esos halcones tories cuya única motivación es mantener su canonjía.
Aquí lo que importa es el poder. Es lo que se dirime ahora mismo en Gran Bretaña, no la suerte del pueblo británico, sino las prebendas de los políticos tory. Lo cual acentúa todas las suspicacias hacia la democracia, que desencadenaron el Brexit, reducido a “una batalla de la gente contra las élites”, así expresado por Charles Grant, director del Centro para la Reforma Europea. En Gran Bretaña, como en casi todos los países de la Unión Europea, la democracia es un concepto en desuso. Es un sistema oxidado que se encuentra reposando sobre sus laureles. Vivir de recuerdos es el ejercicio de los fracasados. Es de vital importancia salir del marasmo político que se vive. Cambiar los esquemas mentales de los electores, convencidos de que a “Europa —escribía en 2017, Mark Leonard, director del Consejo Europeo de Relaciones Exteriores— la gobiernan élites a las que poco preocupan los intereses de las personas a las que supuestamente deberían servir”. Se diluyó el fin último de la política cuya función es ‘prestar un servicio público’. Mas para cambiar los esquemas mentales se necesitan obras y no buenas razones. Historias reales no apócrifas.
Brexit es una manzana de discordia, que afecta en primer lugar a Gran Bretaña, hundiéndola en un futuro sin porvenir, y contribuyendo a enturbiar la economía del mundo, que está bajo amenaza de vendavales con la guerra comercial y las tensiones de Oriente Medio, y la UE también sale escaldada por el intercambio comercial existente. ¿Dónde está la magia y el poder de esa idea llamada Unión Europea? En que ese Mercado Único europeo permite libre circulación de personas, bienes, servicios y capitales dentro de los 28 Estados miembros, sin reticencias de ninguna clase. Así de sencillo es, tantas lenguas diversas, formas de ver la vida distintas, culturas opuestas, costumbres propias. Un mar de diversidades al servicio de una sola causa: progreso y armonía, como pocas veces lo ha visto Europa, enfrascada en guerras continuas de todo tipo a lo largo de su vieja historia. La UE es una de las utopías más grandes que existe hoy en día. Digo utopía, como “creación imaginativa de lo que constituye la materia de la vida social”, Rudolf Stammler. El desafío es ponerla en marcha. Pero, con el Brexit, ese Mercado Único cesa y pone fin a la magia. ¡Dispara los aranceles!, que es estar muertos vivos. Es una metamorfosis tiránica y afecta la vida de las personas del común, antes que a la de los políticos, empecinados y obsesionados con encontrar un lugar en la historia.
Rory Stewart, quien estuvo en la lista de los 10 candidatos iniciales al cargo de PM para reemplazar a Theresa May, en uno de los debates en televisión, le planteó esta pregunta a otro de esos candidatos, a Dominic Raab —partidario de salir de la UE a la brava—: ¿sabe usted cuál sería la tarifa del queso cheddar (que enloquece a los británicos) bajo el Brexit sin acuerdo? En 2015 España exportó a Reino Unido un total de 787.093 toneladas en hortalizas (transportadas en camiones que entran por el puerto de Dover), por un valor de 732 millones de euros. Se teme que debido al encarecimiento de la exportación, las frutas y verduras españolas dejen de consumirse en el país anglosajón.
Las empresas con sede en el Reino Unido ya no pueden atender a los clientes de la UE. Puesto que Reino Unido ostenta ser la sede del mayor centro financiero de la UE, esto podría tener un gran impacto negativo en la estabilidad financiera, el crecimiento y la competitividad tanto en Reino Unido como en la UE. Según la firma Oliver Wyman, las empresas en Reino Unido obtienen una cuarta parte de sus ingresos de negocios relacionados con la UE. Es una obviedad, Brexit dificultará el comercio con la UE desde Londres. ¿Frankfurt podría ser ese nuevo centro financiero? París también forcejea en esa lucha. Nissan —febrero 2019— descartó construir el nuevo modelo Sunderland por la salida del Reino Unido de la UE. Similar anuncio comunicó Airbus que fabrica alas para aviones comerciales en Gran Bretaña ha amenazado con cambiar la inversión futura a otro lugar.
En junio de 2018 el diario inglés The Sunday Times publicó un estudio detallado de los daños para la economía británica de producirse un Brexit sin acuerdo, que es lo más alejado del espíritu pragmático, reposado, analítico, que a los británicos les gusta ventilar allí donde van. No-deal, dice Sunday, reportará escasez de recursos básicos como medicinas, alimentos y combustibles. Detalla el colapso del puerto de Dover, por donde pasan 5.000 camiones diarios, las colas interminables, el sistema de los ferrys transformado en pesadilla, solo digna de la Jerusalén liberada de Tasso, donde ángeles y diablos se lían a tortazos. Los supermercados de Cornualles y Escocia se quedarían sin comida en un par de días y en los hospitales se terminarían las medicinas en dos semanas. Las empresas que laboran en Rotterdam están contratando expertos aduaneros, controladores fitosanitrarios, tasadores de aranceles. Aquello está en plena revolución, por si ocurre el Brexit a las buenas o a las malas. Como quieren Boris Johnson y Jeremy Hunt, que por ganar el apoyo de los 166.000 miembros conservadores que los eligen, están dispuestos a entramparse y a venderle su alma al diablo con tal de llegar al 10 de Downing Street. Creo que una historia de estas, donde la mentira es adorada y llevada a los altares, para que las multitudes le rindan pleitesía y sumisión y luego conducida a un acantilado para que se lance frenética y enceguecida por la ira de sentirse que les han vendido gato por liebre, superaría a cualquiera de los libros de Shakespeare. Eso es lo que en buen castizo se dice buscar cinco pies al gato.
El mismo gobernador del Banco de Inglaterra (BOE), Mark Carney —que, en julio 5, anuncia su postulación para presidir el FMI, que deja vacante Christine Lagarde— habla de cómo la incertidumbre del Brexit está sacudiendo en cascada los hogares y las empresas. El BOE, en abril 2019, emitió una visión pesimista advirtiendo que “la niebla del Brexit” está creando tensiones. Incluso contando con una salida amistosa, ve a la economía crecer a su ritmo más débil en una década, caída dramática de las inversiones y ganancias salariales más débiles.
Quizás en la Cámara de los Comunes piensan que el gato negro trae mala suerte. El martes 9 el Parlamento británico emitió una fuerte advertencia al próximo primer ministro del país: no le permitirán perseguir un Brexit sin trato sin una pelea. Los parlamentarios aprobaron por la mínima impedir al futuro PM, sea quien sea, que obligue al país a salir de la UE sin acuerdo, en contra de sus deseos. El 31 de octubre es la fecha límite para salir, pero el Parlamento está en un punto muerto y se niega a aprobar cualquier tipo de acuerdo. Otra idea que corre por los pasillos es cerrar el Parlamento para que el Brexit sin acuerdo halle el camino despejado. Sería un perfecto golpe de Estado. "Cuando se cerró el Parlamento en el pasado, contra su voluntad, en realidad tuvimos una guerra civil", dijo Jeremy Hunt durante el debate del martes 9 de julio. Pero la línea del Parlamento, aprobada por un solo voto, es impedir esta suspensión y bloquear el Brexit sin acuerdo.
En una carta titulada ‘Orgullosamente británicos´, 10.000 afiliados del Partido Laborista (de izquierda), han pedido a su líder, Jeremy Corbyn, que enarbole la bandera de la permanencia en la Unión Europea. Corbyn, que había adoptado una posición discreta y ambigua, viró en su posición y ha reivindicado un segundo referéndum y anunciado que hará campaña a favor de la permanencia de Londres en el proyecto común de construcción europea.
Después de nosotros, el diluvio, dicen los franceses. Brexit presagia diluvios. Los políticos lo ven llegar y cada cual busca su barca donde subir. Esto los desnuda y deja ver su falta de ideas y la mayoría lo que están buscando es su oportunidad y afianzarse en sus puestos de poder. Esto desemboca en un concepto claro y preciso: Brexit navega en aguas infestadas de déficit democrático. Una mancha desaconsejable en un país que se enorgullece de ser uno de los sistemas democráticos más antiguos del mundo. Son los británicos, ellos por sí solos, los que han llegado a esta situación. La Unión Europea nada tiene que ver en esto. El culpable de todo esto es la constante histórica que ha guiado al país y que John Kampfner compila en esta frase: La clase política británica se negó a abrazar a Europa. Es un sentimiento de no pertenencia, respetable pero discordante a la luz del derecho mercantil y, sobre todo, de los lazos comerciales. Sin olvidar que Londres ha sido una potencia colonial y la corona británica adora encabezar la Commonwealth. Vivir en una burbuja es una distopía absoluta. El náufrago solitario —quieren presentar a Robinson Crusoe como prototipo del ser británico— es una entelequia difícil de ubicarse en el marco conceptual de naciones dependientes unas de otras. O, si se quiere, dentro de la nueva normativa llamada globalización. A Sir Ivan Rogers, antiguo embajador del Reino Unido ante la Unión Europea, le preguntaron (febrero 2019) por qué Londres no abandonó antes la UE: porque no se le ha preguntado antes a los británicos, dijo con flema británica.
Una respuesta así produce estupefacción. Sin embargo hay que recordarle al señor Rogers que Reino Unido lo preguntó al pueblo inglés en 1975, y ganó el sí continuar en la ‘Comunidad Económica Europea (el Mercado Común)’ —así se llamaba antes la UE—. Ganó el sí por amplia mayoría y, además, una apasionada Margareth Thatcher —recién elegida líder de los conservadores— hizo campaña a favor del sí. En 1975, eran los conservadores —sí los tories— los que querían seguir en Europa; y los laboristas, con Harold Wilson —el convocante— defendían el no. En 2016 las cartas se cambiaron. Está claro, las posiciones políticas cambian según las conveniencias. Pero el pueblo —garante democrático— es un convidado de piedra.
¿Sir Rogers, cuál es la razón fundamental que impulsó el Brexit?
“La soberanía. El bloque fue más allá de los asuntos regulatorios técnicos y entró en grandes áreas de la vida pública. Esto se hizo intolerable, sin legitimidad democrática, ni control”, afirmó ante un nutrido auditorio luxemburgués. En la ciudad alemana de Aquisgrán, Angela Merkel, canciller alemana, iba al corazón del problema, en marzo de 2019: “La relación del Reino Unido con Europa fue siempre muy… inestable. No han participado en muchas de nuestras políticas. No forman parte de la Eurozona, de Schengen, no participan en la política interior. Siempre dicen: somos una isla y queremos más independencia”.
Invocar la soberanía —en realidad fue la idea madre de los votantes de 2016, que dijeron No a Europa— parece más un pretexto para suavizar los estragos de la crisis financiera de 2008 y las falacias y tretas de los que adelantaron el no de 2016. La soberanía sigue en cada uno de los 28 miembros. A los españoles nadie les cambia su ser español, un francés será francés aquí y en Cafarnaúm. Con sus diferencias el croata y el checo afirman cada uno su idiosincrasia. El partido de fútbol entre el Liverpool y el Barca siempre será un duelo deportivo donde las identidades respectivas hierven en las tribunas y en los medios de comunicación, sin diluirse. Por otra parte, invocar soberanía es no querer admitir los errores del sistema político británico que ha llevado a la debilidad de la libra, al crecimiento de la deuda, al desplome de salarios y al deseo de suprimir el Estado de bienestar, al que Thatcher odiaba y cuyas directrices políticas han provocado este sofocón que vive Reino Unido. El dogma thatcheriano era menos Estado y más libertad económica. Verdad neoliberal que está en el origen de semejante crisis. La soberanía siempre será una excusa elegante, ya que Londres solo quería formar parte de un bloque de libre comercio; no ceder su soberanía, su poder de decisión sobre sus propios asuntos. Las decisiones de Bruselas molestan desde luego. Que a los lecheros de Galicia (España) les llegue una directiva diciendo cuántos litros de leche pueden exportar, les sienta muy mal. Particularmente para su bolsillo. La UE dijo adiós a las cuotas lácteas el 1 de abril de 2015. Los ganaderos franceses se fueron a pique, sus ingresos disminuyeron y muchos no han podido cumplir con sus compromisos financieros. En verdad es una catástrofe, a la cual hay que buscar respuestas. ¿No queda otra opción que la guerra arancelaria, que conduce a la debacle?
Lo que se debe aceptar con todas sus consecuencias es que el Brexit ya es un hecho, una realidad. Buscar culpables es una política torpe, a estas alturas. En Gran Bretaña, como dijo Jo, el hermano de Boris Johnson, “hay una especie de antipatía generalizada hacia las evidencias, una hostilidad hacia los expertos y hacia todos aquellos que son vistos como parte del sistema”.
Hay un rechazo de las élites. Pero no hay a la vista un recambio. Y lo estrambótico es que Gran Bretaña se apresta a elegir a Boris Johnson, que pertenece a esas élites, que no son garantía de cambio. ¿El 31 de octubre será el día del juicio final para la corona británica?