Es un miércoles cualquiera en Bogotá. El frío y el aguacero eterno cala en los huesos. Nos fuimos de Usaquén porque a las 11:30 de la noche se apagan todas las luces en ese lugar. ¿Qué sentido tiene una ciudad en donde no se puede tomar unos tragos tranquilos sin que aparezca una señora con una escoba a barrerle a uno los pies? Así que, resignados, nos fuimos al Parque de la 93. Es impresionante el papel que están asumiendo los taxistas en uno de los lugares mas plays de la ciudad. Es impresionante que, apostados frente al BBC de una de las esquinas del parque, le ofrezcan a uno impunemente el servicio de “niñas” término con el que se refieren a las prostitutas.
Ofrecían además locales en donde se podía estar hasta las nueve de la mañana y en donde no cobraban la entrada. Es increíble que la alcaldía local no tome cartas en el asunto. Uno de los lugares más residenciales de la ciudad está siendo tomado, literalmente, por la prostitución. Incluso uno de los taxistas fue puntillozo en decirnos que adentro de esos locales uno podía conseguir “lo que quisiera” refiriéndose, evidentemente, a sustancias ilícitas.
La degradación del Parque de la 93 es una realidad. Los taxistas son cómplices, alcahuetas, porque si no, ¿qué otro nombre se le da a los impulsadores de prostíbulos?