Ni Rusia ni China pueden cantar victoria en la toma del poder por parte de los talibanes en Afganistán, debido a que esa facción fundamentalista impulsa la Yihad en cualquier parte, con la que podrían apoyar en Rusia al separatismo checheno islamista y en China a la comunidad de los uigures que se encuentran en la provincia autónoma de Sinkiang y pertenecen al Islam. En consecuencia, la persecución comunista de Pekín en contra de la religión del profeta Mahoma y el autoritarismo de Moscú que reprime el separatismo checheno son insumos que hay que tener en cuenta ante el integrismo islámico de los talibanes, que ahora gobiernan en Afganistán.
De acuerdo con los últimos sucesos del centro de Asia, lo que vaticinó Samuel Huntington en su libro Choque de civilizaciones, escrito en 1996, estaría cumpliéndose con los talibanes, debido a que para el tratadista, entre todos los elementos que definen las civilizaciones el más importante suele ser el de las religiones, a pesar de los avances científicos y técnicos, especialmente en las comunicaciones. Por ese motivo se demuestra que la doctrina, los ritos y los mitos, que son componentes de las organizaciones religiosas, de ninguna manera se pueden soslayar y los hechos lo están demostrando.
Nadie puede discutir que dentro de las múltiples desgracias que el comunismo le ha traído a la humanidad está el crecimiento del terrorismo islámico, en razón de que fue por la invasión soviética a Afganistán en 1979, para respaldar a un gobierno títere del Kremlin en Kabul, lo que provocó la resistencia de los muyahidines o “combatientes musulmanes”. Esto condujo a una guerra de nueve años de la cual surgieron grupos fundamentalistas, como los talibanes y Al Queda de Osama Bin Laden en 1988, del que se desprendió posteriormente ISIS o Estado Islámico en Irak.
Queda claro entonces que el terrorismo islámico que han practicado los talibanes y otros grupos fundamentalistas es, en parte, responsabilidad del comunismo, ya que su origen se dio por la invasión rusa a Afganistán con las tropas soviéticas a finales de la década de los setenta del siglo pasado, pues si no hubiera existido esa situación no habrían aparecido los talibanes.
Llama poderosamente la atención que mientras que en Colombia y Chile las feministas radicales queman iglesias cristianas católicas y evangélicas, en otra parte de lo que se conoce como la aldea global, específicamente en Afganistán, las mujeres son envilecidas al máximo violándoles todos los derechos humanos, como: prohibir el trabajo femenino, salir de la casa, no tener tratos comerciales, no tener atención médica de un hombre, la educación está vetada para mujeres, no pueden mostrar ninguna parte de su cuerpo en público, por lo que están obligadas a llevar un velo largo que cubre hasta el rostro (burka).
Además, son sometidas a palizas si no se visten de acuerdo a las reglas del talibán, son lapidadas si tienen relaciones sexuales fuera del matrimonio, se les prohíbe el uso de cosméticos, se les prohíbe hablar o dar la mano, no pueden reír en público, no pueden usar tacones, se les prohíbe subir a un taxi sin permiso, no pueden estar en la radio en la televisión o en reuniones públicas, el deporte les está prohibido, no pueden llevar ropa de colores vistosos, se les prohíbe la recreación, no se pueden asomar por ventanas o balcones, no pueden usar baños públicos, no se pueden fotografiar o filmar a las mujeres o tener imágenes de ellas, etcétera, etcétera
Todo eso es lo que se conoce como Sharía, que ofende absolutamente la dignidad de la mujer y que aplican a rajatabla los talibanes. Por ese motivo la humanidad debe solidarizarse con las mujeres afganas para evitar que sigan siendo víctimas de semejantes infamias, que deslucen lo que proclamó el profeta Mahoma mediante la clemencia y la misericordia.
No se puede negar que los talibanes, por la forma tan rápida como se tomaron el poder en el país del centro de Asia después de la retirada de las tropas norteamericanas tras 20 años de ocupación, tenían un fuerte apoyo popular; porque no de otra manera se explica el triunfo talibán tan rápido. En otras circunstancias se hubiera desarrollado una guerra prolongada, lo que no ocurrió, demostrándose el trabajo de adoctrinamiento que hizo el extremismo islámico en la población que lo llevó ganar la guerra. Y aunque muchos comparan la derrota de Estados Unidos en Afganistán con la de Vietnam, se debe recordar que los comunistas se tomaron a Saigón en 1975, dos años después del acuerdo entre USA y Hanói realizado en París.
La invasión de las tropas aliadas a Afganistán en 2001 fue consecuencia del ataque a las Torres Gemelas el 11 de septiembre de ese mismo año en Nueva York, en el que se buscaba al autor intelectual del acto terrorista, Osama Bin Laden, personaje que fue dado de baja en Pakistán en 2011 por las fuerzas estadounidenses. Este hecho hubiera provocado la retirada escalonada de Estados Unidos desde ese entonces, para no empantanarse en una guerra interminable, que perdió. Hubiera habido un desenlace distinto si hace 10 años el escenario hubiera sido otro.
Los talibanes que declararon el país “emirato islámico”, se financian con el opio, debido a que Afganistán es el mayor exportador del mundo. Por ese motivo se dice que las drogas ilícitas son el combustible que alimenta las guerras, y Colombia ha tenido esa tragedia por décadas, lo que exige una solución de fondo a un flagelo en el que la comunidad internacional debe emprender acciones que verdaderamente contrarresten semejante infortunio.
El choque de civilizaciones está vigente y Occidente tiene que estar alerta por los sucesos acaecidos en Kabul, que significan una involución para los pueblos del mundo que deben respirar democracia y libertad. Como lo dijera Cervantes: “por la libertad es por lo único que se puede vivir y morir”.