El drama humano de “los sures” empieza con la cadena alimenticia, al ingerir en el pescado, fuente básica de alimentación de los pobladores de aquellos territorios fragmentados por inequidades, injusticias y exclusiones de toda laya, el letal mercurio usado en la minería aurífera prevaleciente en sus territorios.
Ya en el cuerpo de nuestros compatriotas de los sures de Bolívar y Sucre, y contiguos, acomete el mercurio su carnicería devastadora e insaciable: funciona como neurotoxina, interfiere con el cerebro y el sistema nervioso.
Y como peste colectiva, les sobrevienen problemas neurológicos severos, malformaciones de fetos en mujeres embarazadas, pérdida de memoria, ceguera, disminución del coeficiente intelectual, alergias, temblor en las manos, entre las tantas desgracias irreparables que el mercurio les hereda a los desamparados de los sures.
Una franja de territorio que pareciera hacer parte de un remoto continente, sin pertenencia ni linderos, y no de la geografía colombiana.
De su nación, Estado y Gobierno, porque simplemente de eso que encierran tales conceptos, no se conoce ni se sabe ni se percibe ni se muestra por allá.
Son 18.500 kilómetros cuadrados de territorio, aproximadamente, en los que las precariedades de toda índole son magnitudes capaces de alterar la percepción de las trágicas realidades humanas, sociales, económicas, que entrañan y develan: analfabetismo creciente, insalubridad absoluta, prostitución, alcoholismo, criminalidad, desplazamiento y despojo.
En la misma proporción del mercurio que contamina, envenena, malforma y mata, abunda el oro, inútil, triste y sanguinario, que también mata y que, al separarlo con mercurio de la materia a la cual se encuentra adherido, se evapora en la atmósfera y sus desechos van a dar a los ríos que, como la mar en el poema de Jorge Manrique, son la muerte.
Oro trágico y triste; escoria para la vida de quienes se acaban la suya entre el mercurio y el despojo violento, sacándolo del alma de ríos y montañas de aquellos sures de Bolívar y Sucre. Y en Antioquia, del nordeste y Bajo Cauca.
Hoy, desolados y arrasados territorios que otrora albergaron la más variada y rica biodiversidad y ecosistemas, flora y fauna. Unas y otras, irredentas entre las inundaciones del invierno y la canícula provocada por la devastación minera con su veneno mercurial y maquinas infernales triturando y devorando sin misericordia tierra, hombres, mujeres y niños.
Y un olvido, igual de devastador, de la institucionalidad en sus pertinentes instancias: ministerios, CAR regionales. Y de cuanto poder en el Estado tiene el deber de hacer por redimir a aquellos compatriotas sitiados por la peste mercurial, cuyos flujos exterminadores contaminan incontenibles sus venas, ríos, quebradas y ciénagas.
Sus vidas.
Vidas destrozadas en carne y alma por el mercurio, el cianuro y la indiferencia de un Estado, una sociedad y tantos organismos que, en el organigrama público, existen con poder y recursos para procurarles el alivio que sus inacabadas dolencias reclaman de forma radical y concluyente.
Pero nada.
Son de “los sures”,
que es como ser colombianos de inferior categoría,
sin derecho a nada y excluidos de todo
Son de “los sures”, que es como ser colombianos de inferior categoría, sin derecho a nada y excluidos de todo; compatriotas de los cuales apenas si sabemos que existen cuando las noticias registran su envenenamiento colectivo por el mercurio y el cianuro que respiran, beben y comen.
Y el oro, que los trae consigo para su explotación ilegal y cada vez más extendida e incontrolable en Antioquia, Bolívar, Chocó, Santander, Nariño, Amazonas, Cauca y Caquetá, por cuyos ríos, afluentes y habitantes, serpentea y evapora el veneno de las toneladas de mercurio y cianuro que cada año se vierten en sus cauces y territorios.
En tanto los humanos mueren deformados y envenenados, los ríos y aires se contaminan, los peces y la fauna se extinguen, el oro no brilla para los colombianos de por aquellas y estas tierras, Estado y gobiernos ni por aludidos se dan de la tragedia cotidiana y en trance de perpetuidad, de la cual parecen ser encubridores y cómplices contumaces.
Son colombianos de los sures. No valen la pena.