No tengas miedo de ser excéntrico por tus opiniones,
cada opinión ahora aceptada fue excéntrica algún día.
BERTRAND RUSSELL
Si tú y yo discutimos y tú vences,
¿será acaso verdadero lo tuyo y falso lo mío?
LAO TSÉ
El sabio en su actitud para con el mundo no tiene predilecciones ni prejuicios.
Está del lado de lo que es correcto.
CONFUCIO
El II Ciclo de tributo a la vida/obra de Akira Kurosawa, desde la bóveda interdisciplinaria de La Fábrica de Sueños, vía Cine-Club Al Filo del Tiempo, faltando Rashomon y Rapsodia en agosto, se acerca a su fin con Konna Yume Wo Mita (1990) o Los sueños de A. K. o Dreams, por su título en inglés. Filme a medio camino entre los sueños de la noche y los de la vigilia, sin que se sepa a ciencia cierta dónde está la realidad o la ficción, como pasa con toda auténtica obra de arte o pieza maestra no sólo cinematográfica. El título no es un capricho, si se considera que el protagonista, en dos sueños como niño y en seis como adulto, es el propio cineasta japonés, A. K., quien narra sus historias en clave onírica, en clave fantástica o en clave realista otras veces, sin desligarse jamás de su preocupación por el destino del hombre o, más bien, de la Humanidad, la preservación de la Tierra, la Naturaleza y el medio ambiente, como se ve en el epílogo/coda, a través de tres elementos esenciales: el aire, el agua, el pasto.
Antes de ir con los ocho sueños, uno por cada década: A. K. murió a los 88 años, es decir, no alcanzó al noveno piso etario; así, cabe una pequeña referencia a quien en La interpretación de los sueños (1) dejó un legado para la Humanidad, así como A. K. hace lo propio con su filme y hereda a todos una forma de asumir la vida sin tener miedo en su momento a pasar por excéntrico pues era un ser libre, autárquico, sin prejuicios. Para Freud los sueños son la mejor forma de expresar deseos inconscientes, temores acumulados en la vigilia, la forma más expedita para entender lo que la mente guarda y las emociones frustran o posibilitan: su expresión es simbólica. (2) El analista debe interpretar su contenido manifiesto, el contenido latente, y mediante la asociación libre saber captar toda idea, emoción, imagen asociada al sueño, vía condensación: elementos combinados en una sola imagen; o vía desplazamiento: los elementos se desplazan hacia objetos o estados distintos a los que en verdad corresponden.
Los ocho sueños son: 1. Sol a través de la lluvia. 2. El huerto de melocotones y La fiesta de la Muñeca. 3. La tormenta de nieve. 4. El túnel. 5. Cuervos. 6. Monte Fuji en rojo. 7. El ogro que llora o El demonio lastimero. 8. La aldea de los molinos de agua. Sus temas centrales: la infancia y el miedo inoculado; la tala de árboles y las leyendas japonesas sobre personas y/o animales; la lucha del hombre y la Naturaleza; el horror de la guerra; la pintura de Van Gogh, la música de Chopin, el cine dentro del cine vía Scorsese; la hecatombe nuclear, sus horrores y la prefiguración de Chernóbil/Fukushima; gratitud con la Naturaleza, sabiduría de los viejos, una vida sencilla/fácil de asumir, en fin, cómo conservar el medio ambiente. En el filme los personajes conversan sin intentan convencer/colonizar al otro, sólo buscan cómo aportar soluciones a los problemas de existencia del ser humano en el mundo, sin tener que preocuparse por quién dice lo verdadero o lo falso, ni con el prurito de querer ganar al otro…
El primero, Sol a través de la lluvia, es un intento por hacer justicia en un caso que involucra a un niño, el protagonista, el propio Akira, y al pensamiento de los adultos frente a lo narrado y al juicio que le hacen al niño. Según una leyenda japonesa, cuando hay sol y lluvia a la vez, los zorros celebran sus bodas. Aquí el niño Akira reta a su madre a no quedarse en casa pese a que ella ya le advirtió que si sale será castigado. Detrás de un árbol observa la marcha lenta del kitsune, zorro en japonés, animal muy respetado y cuya historia ancestral registran hasta los libros de cuentos populares: v. gr., La gratitud del zorro, cuento que narra los líos de dos ancianos para enfrentar su vejez. (3) Un día el viejo libera al zorro, a cambio de siete monedas de oro, de unos niños que lo torturan: así, lo lleva al bosque y lo deja allí. Para agradecerle, el zorro se transforma en hervidor, en caballo y, por último, en una chica que canta y baila y les asegura la vejez a los abuelos, que le erigen un monumento en el bosque para recordarlo.
La madre del niño, en cambio, no agradece nada cuando el niño regresa del bosque. Antes, más bien, le muestra la katana o daga pequeña, en japonés Wakizashi, con la que debe suicidarse: ‘Debes expiar cortándote el vientre’, por haber visto lo que no debías: los zorros odian eso y ahora vendrán cosas horribles, le anuncia la madre. Ahora, tiene que pedir perdón, devolver la daga y suplicar por su vida de rodillas, no puede tener un hijo desobediente en casa y le avisa que un zorro enojado vino a buscarlo: cuánto sacrificio por el peso de cargar una religión, parece recordar A. K. en modo sarcasmo. La madre reitera que rara vez perdonan, aun siendo cosas triviales. Como si esto fuera poco, ahora debe prepararse para morir por su pecado. Y que se dé prisa, hasta que lo perdonen, mientras tanto no puede dejarlo entrar a casa. Pero, como él no sabe dónde está la casa por visitar, la madre le recuerda que, en días como ese, siempre hay un arcoíris: allí está su hogar. Entonces, el niño corre hacia él.
El II Sueño, El huerto de melocotoneros y La fiesta de la muñeca, que viene del japonés Hina Matsuri o, pegado, Hinamatsuri, es la fiesta ancestral de primavera cuando las flores de melocotón, florecen en pleno. Las muñecas exhibidas representan los árboles de dicho fruto y sus flores rosadas. Al entregarle algo a su hermana mayor, advierte que ahora falta una chica y ya no hay seis sino cinco. Aunque su hermana le discute y lo regaña, el niño ve a la niña faltante corriendo en el jardín. Como su familia es acusada de haber talado el huerto, el niño se siente al margen de la fiesta ese año. Aunque debe pedir perdón, no es necesario porque una mujer lo defiende, una que es parte de ese grupo de muñecas que son personificaciones del melocotonero, y a su vez el espíritu de los árboles y la vida de las flores. El hombre le dice que no conseguirá más frutas, el niño llora y le dice que se equivoca porque puede comprarlos en la tienda, pero, ‘¿dónde se puede comprar un huerto entero en flor?’
Así, le permiten verlo por última vez. Tras el espectáculo de belleza, color y música, el niño vuelve a ver a la chica que las otras cinco no vieron, sube por una de las terrazas, la chica ya no está: en su lugar, un bosque talado y ella convertida en un fruto que escapó a la masacre. En el III Sueño, La tormenta de nieve, ya el niño Akira es un adulto que, junto a otros tres, lucha contra la Naturaleza. Sus fuerzas decaen en proporción directa al nulo afán de vivir. El líder los invita a seguir, pero poco a poco caen sin remedio. La angustia es constante. Están perdidos por cuenta de la neblina, la nieve y el viento, así que son víctimas del letargo, el miedo a morir y la desubicación. Alguno pregunta si es de noche otra vez, otro más lo trata de estúpido, son sólo las once dice uno más tras limpiar su reloj, reloj que para el cuarto hombre debe estar roto, como dice a disgusto. La nieve hace que todo resulte oscuro y que se esté convirtiendo en otra tormenta de nieve, pero no pequeña porque ya pasaron tres días.
Mientras el líder duerme, surge una extraña y tal parece, por el síndrome de vereda, bella mujer, ataviada de blanco, que busca taparlo con finas sedas y vela por su sueño. El hombre despierta poco a poco y de igual forma abre los ojos. Así, este episodio resulta ser más una pesadilla que un sueño, sobre todo cuando la extraña mujer, especie de Yuki-onna o esa figura asociada al invierno y a las tormentas de nieve y que parece ser el espíritu de un sujeto que ha muerto congelado, cuyos gestos traen de regreso a la bruja del bosque en Trono de sangre (1957), adaptación de Macbeth, drama de Shakespeare también retomado en Ran (1985). (4) Cuando pasa la tempestad, y el fantasma de Yuki-onna escapa por los aires no sin antes decirle que la nieve está cálida, aparente oxímoron, y luego reitera el hielo está caliente, (5) el líder descubre que la seda no era tal sino nieve que al tiempo que los cubría los sepultaba. Al volver en sí, los cuatro hombres notan que el campamento al que pretendían ir está ahí nomás.
Luego de un coro tranquilizador, se desata de nuevo la tormenta con un frenesí que sobrecoge. Sin previo aviso, la mujer se ha ido y el hombre se levanta entre estupefacto y maltrecho, aceza, tira de las cuerdas y empieza a llamar a sus compañeros de escalada. Una y otra vez, grita: ¡Despertar!, en lo que parece ser el afán por salir de su propia pesadilla: eso es lo que Freud llamaba captar una idea asociada al sueño vía desplazamiento. Así como puede verse otra idea vía condensación, por elementos que se combinan en una sola imagen, cuando de pronto se escucha la trompeta del despertar, del día que se abre, del claro de la mañana, mientras el cabeza de grupo no termina de estremecerse. El hombre oye el ondear de una bandera, que el viento sacude con violencia, voltea y descubre nuestro campamento, el campamento de todos que en verdad puede ser apenas el suyo, pero que por bondades del sueño y de A. K. termina siendo el de un grupo, así sólo cuatro tipos sean los que lo integren.
El IV Sueño, El túnel, es una reflexión sobre la guerra que inquieta hasta al más indiferente a través de una muestra de minimalismo cinematográfico, es decir, la que contiene la mayor expresión con el mínimo de factores o elementos. Un antiguo jefe de pelotón sube la montaña y se halla frente a un túnel, no se ve luz y un perro pastor alsaciano que parece un kamikaze japonés por los explosivos que carga, le gruñe. (6) De pronto, surge un soldado con rostro de fantasma. El antiguo Cp. se devuelve y lo saluda: ‘¡Soldado Noguchi!’ Sí, señor, le contesta. Y añade: ‘¿Señor, lo hice? ¿Realmente, morí en acción?’ E inquiere como quien, en efecto, es un fantasma. No puede creer que esté en realidad muerto, lo dieron de alta, se fue a casa y se comió los pasteles de arroz dulce que le hizo su madre. Lo recuerda con nitidez. ‘Ya me dijiste eso una vez’, dice su exjefe de pelotón, en lo que otra vez parece una remisión a la memoria de éste y no de aquél: fue sólo… un sueño que tuviste mientras estabas inconsciente.
Así completa la frase del soldado su Cp. Fue una historia tan vívida, como es todo sueño, que no pudo olvidarla: ‘Pero, cinco minutos después realmente moriste’, le recuerda. ‘¡Entendido, señor! Pero, mi mamá y mi papá… Todavía no creo que esté muerto’. El soldado va al barranco, ve una luz y señala que esa es su casa. Y que aún lo esperan allí. Siempre la esperanza aun dentro de la desesperanza de lo concreto, o de la vaguedad de la ilusión. Lo que es un hecho es que lo mataron y aunque eso le rompe el corazón al jefe, tiene que ser franco: murió en sus brazos. Ahora, entre los dos, se filtra la luz de la casa. Ante la evidencia fatal, el soldado se voltea, recula y parte. ¡Noguchi! Pero, Noguchi desaparece. El Cp. llora y aparece un pelotón al que él ordena detenerse. Y hace que sus miembros, todos espectros, saluden al Cte. de la compañía, en autorreferencia a quien se acaban de encontrar. Todo, para luego decir que el Tercer Pelotón fue por completo aniquilado, todos murieron en acción, etc.
Esto es, que lo perdonen porque sólo él logró sobrevivir, por eso no puede mirarlos a la cara, porque la responsabilidad de sus muertes descansa en él. Podría culpar todo, lo absurdo de la guerra, la inhumanidad de los militares, pero negar sus propios errores e indecisiones sería un acto de cobardía. Todo ello, que parece inofensivo o nimio, es una poderosa declaración de principios en contra de la guerra, hecha por un cineasta que nunca le faltó a la ética, que toda su vida mantuvo la independencia y la libertad para producir los filmes que se propuso, que jamás fue pusilánime como para traicionarse a sí mismo. Dicho eso, continúa el Cte., ‘me hicieron prisionero’. La vida en ese campo le dio una muestra de las agonías de la muerte; y ahora, mientras mira al soldado, vuelve a saborear esa misma amargura. ‘Comparado con tu propio sufrimiento, el mío debe parecer trivial. Pero, te digo esto de modo honesto: me hubiera gustado haber muerto contigo’. Pide, por favor, le crean cuando dice eso, nada más.
‘Entiendo tu resentimiento, realmente lo hago’. Por último, el Cte. sostiene que morir en batalla es morir como un perro. Además, ¿de qué sirve vagar así entre los vivos?, con lo que, de paso, se nota que los muertos están vivos y, en cambio, el que parece vivo está muerto, como ya hace décadas Machado de Assis lo consignó en su novela Memorias póstumas de Brás Cubas (1881). Allí, el narrador difunto señala que su ficción estará privada de la estima de los serios y del amor de los frívolos, de donde se deduce que éstos, serios y frívolos, son los vivos, argumento que presupone su opuesto: si los vivos son frívolos y serios es porque tal vez son los verdaderos muertos y a su vez si éstos, los muertos, no son ni frívolos ni serios, quizás son los verdaderos vivos. (7) El Cte., en fin, le ruega al soldado que regrese, pero como está muerto no le responde y, entonces, el Tercer Pelotón regresa a la nada, el jefe se tira al piso y el antitanque perro pastor alsaciano con explosivos regresa y le ladra con mayor fuerza.
El V Sueño, Cuervos, es un tributo a la pintura, en particular a la de Van Gogh, al cine dentro del cine y en especial a la figura de Martin Scorsese, quien juega el rol del pintor holandés. El estudiante de arte va al Museo y observa algunos cuadros del primero: un Autorretrato; luego, La noche estrellada (como ya se vio en Loving Vincent: [8]); Los girasoles; Trigal con cuervos (1890), cuadro base para dicho sueño. Para terminar, el adulto Akira, ahora de civil, se para y observa La silla de Van Gogh (1888) para luego pasar a ver la obra El puente de Langlois (1888); La habitación de Arlés. El visitante se devuelve, El puente de Langlois cobra vida y una carroza pasa por él. El visitante del Museo, Akira, entra a cuadro y dentro del cuadro citado. La magia del cine, como en La rosa púrpura del Cairo cuando el personaje que ve la pantalla entra en ella, como quien a la vez recuerda el tren de los Lumière que parece irse sobre los espectadores en La llegada de un tren a la estación de La Ciotat (1895).
El joven les pregunta, en francés, a las lavanderas si han visto a Van Gogh y una de ellas le dice que sí, que ha cruzado el puente en tal dirección; pero, que tenga cuidado porque acaba de salir del manicomio. El aprendiz de artista llega al trigal y, en efecto, el pintor está ahí, de espaldas, con una curación en la cabeza a causa de un ataque de ira: cuenta, en inglés, con humor, que quiso hacer un autorretrato, pero como no le salía se cortó la oreja y la tiró: aunque la verdad es que fue luego de un lío con Gauguin. La secuencia está acompañada por el Preludio N° 15 en Re Bemol Mayor, del polaco Chopin, que subraya la emoción del encuentro. El diálogo inicia con una imprecación de Van Gogh al joven artista sobre ‘¿por qué no está pintando?’ y sobre su proceso creativo le cuenta que consume el paisaje, lo devora del todo y, al terminar, cual si de un sueño se tratara el cuadro aparece completo ante él, pero es muy difícil mantenerlo adentro, así que corre a plasmarlo como si fuera una locomotora…
El VI Sueño, Monte Fuji en rojo, es producto en parte de su desencuentro con Hollywood, luego de crear Kurosawa Productions. Primero, escribe el guion de El tren del infierno, que termina filmando Andréi Konchalovski; luego, lo invitan a dirigir un biopic sobre el Gral. Custer, asesino de indios, con Toshiro Mifune en el rol de Tatanka Yotanka, es decir, Sitting Bull o Toro Sentado, pero A. K. se niega en redondo; por último, viene el caso, ya citado aquí, de Tora! Tora! Tora! cuando Darryl Zanuck lo echa del plató y A. K. termina por acometer un intento de suicidio: sentía que su estética no cuadraba dentro del cine moderno. En este ámbito de fracaso y depresión es que surge la amenaza y la probable hecatombe nuclear para el ya octogenario cineasta, en el mismo monte que será protagonista natural de Rapsodia en agosto (1991). ¿Qué sucede?, pregunta el joven Akira que en contravía de la masa corre con desespero: ya el monte Fuji está en llamas. La central nuclear ha explotado…
En realidad, son seis reactores que explotan uno tras otro, como le dice el hombre de vestido, corbata y pañuelo blanco, que resulta científico, al joven: ‘Esto es Japón. No hay ningún lugar adónde correr’, le dice, lo que de paso aterra a la madre, cuyo pavor por la suerte de sus dos hijos es evidente a lo largo de la secuencia: por eso, sostiene que así no puedan escapar, hay que intentarlo; y tras las explosiones y la desbandada de la gente señala que no se puede ir más lejos: la gente ya está en el fondo del mar, y hasta los delfines quieren escapar. Pero, el que se alejen nadando, para el científico no hace diferencia alguna pues la radiación los alcanzará muy pronto. Como tanto teme el mundo hoy por la esquizofrenia de gringos y sionistas de la que en Gaza sería la IV GM, si se considera que la III fue la Guerra Fría, porque dejó más muertos que las otras, en situación similar a la que hoy vive la Humanidad. El mazazo final viene cuando el científico les cuenta el porqué de los colores amenazantes…
El rojo es Plutonio-239 (el mismo con el que EE.UU asesinó en La Haya a Milošević, en 2006) (9): una diezmillonésima parte de un gramo produce cáncer; el amarillo es Estroncio-90: se acumula en la médula ósea y causa leucemia; el morado es Cesio-137 que depositado en las gónadas provoca mutaciones genéticas. Le suelta a la mujer que no se sabe qué dará a luz; y que como la radiación era peligrosa porque no se podía ver, por eso inventaron una manera de teñirla: ‘Pero, eso sólo confirma que vas a morir’, lo que él llama la tarjeta de visita de la Muerte. El joven trata de evitar que el científico se tire al mar, lo agarra del brazo, pero aquél dice que la muerte lenta es aún peor, así que luego, en un descuido, de todos, salta al mar: sólo queda el pañuelo blanco como prueba de lo que pasó y como señal de adiós de quien sostiene que esperar morir envenenado por radiación no es vivir. La mujer a su vez dice que cuelguen a esos bastardos o no morirá en paz: soy uno de ellos, confiesa el científico.
El VII Sueño, El demonio lastimero o El ogro que llora es el encuentro, en la desolación, entre el adulto Akira y un solitario con un cuerno en la cabeza: los hay de dos o tres. ‘Eres humano, ¿eh?’, sale a correr y Akira le devuelve: ‘¿Eres un demonio?’ Supone, pero solía ser humano. Lo que antes era un campo de flores, las bombas de hidrógeno y los misiles lo volvieron un desierto. Misteriosas flores renacen en áreas cubiertas por lluvia radioactiva. Ahora, se paran frente a unos dientes de león monstruosos, le dice el demonio a Akira y llora mientras ríe por ese mundo que cae a pedazos y por la estupidez de los humanos. Hecho por el que se filtra la reflexión del propio cineasta y su irrebatible conciencia ecológica frente al vertedero de desechos tóxicos en que ha derivado el planeta (como ya se vio en Isla de perros, 2018, de W. Anderson). (10) Ya no hay los animales de siempre: ahora se ven conejos de dos caras, pájaros de un solo ojo, peces cubiertos de piel, en fin, humanos con escamas y sin pelo.
No hay comida. Ahora, las guerras son por el agua y a través del hambre y el petróleo sube o baja según le convenga a Wall Street. Los humanos se devoran unos a otros, los débiles van primero, el turno de c/u de los demás no tardará en llegar. Hay lucha de clases, incluso entre los demonios, certifica uno de ellos que por tener un solo cuerno sabe que pronto lo comerá otro con dos o tres. Los que como seres humanos tomaron el poder, astutos y sinvergüenzas también, gobiernan el mundo de los demonios. Pues, bien, ¡que se salgan con la suya! Que les crezcan los cuernos que deseen, que parezcan monstruos de terror, al fin y al cabo, así son los tormentos del infierno: el que, contra toda creencia, está aquí en la Tierra, como dijo Rulfo, no en un hipotético limbo. (11) Ese infierno es algo peor que la muerte, como les pasa a los que se revuelcan entre el lodo, no pudiendo morir incluso queriéndolo. El karma de un demonio es no morir nunca puesto que debe sufrir sin medida por sus pecados.
El demonio era agricultor cuando fue hombre. La confesión que hace, parece la de uno de esos filántropos/empresarios criollos que a la vez financian centros de cáncer, con lo que de antemano aseguran la clientela: ‘Arrojé camiones cisterna de leche al río para mantener altos los precios. Cebollas, patatas, repollo: los derribé a todos’. Al llegar la noche, esos demonios aúllan de dolor, cual si sus cuernos fueran tumores cancerosos. Lo suficiente como para hacerles desear una muerte rápida, pero como no pueden morir… Así, en un lago en rojo unos 30 demonios ladran de dolor con dos y hasta tres cuernos en su testa: entre más cornudos más dolor, parece decir A. K. con humor. La cámara en ralentí acentúa sus cuitas y hace plástico lo ferroso. También a él, empieza a dolerle la bocina, dice el demonio lastimero y le pregunta a Akira si también desea ser un diablo. En una especie de descenso a los infiernos el joven cae monte abajo perseguido por el ogro llorón que ahora busca reducirlo a su estado.
El VIII y último Sueño, La aldea de los molinos de agua, es un canto a la Naturaleza, un tributo a la ecología por A. K., un elogio al planeta por cuenta de sujetos razonables y conscientes de su rol en la vida. Entre la exhuberancia verde, de pasto y algas, y del agua, se inicia un viaje en torno a no dejar perder la Tierra entre depredación, extractivismo, explotación, violencia, en fin, genocidio. O como ya en 1924 había hecho J. E. Rivera en su novela La vorágine (12), delicada mixtura entre poesía y prosa, teoría y práctica, marxismo y capitalismo. Unos niños pasan, saludan al joven Akira, recogen flores y las depositan sobre una roca. El último, saluda a su vez al anciano. El pueblo no tiene nombre específico, lo llaman la aldea y los foráneos la aldea de los molinos de agua. Los aldeanos viven repartidos por doquier, no necesitan luz para nada pues disponen de velas y aceite de colza. El típico humor kurosawano no demora: Akira pregunta al anciano si, ¿no está oscuro por la noche?
La noche es oscura: el lío sería si brillara como el día pues nadie quiere una noche así que le impida ver las estrellas. No importa que haya arrozales mientras no hay cultivadores o máquinas cosechadoras: no las necesitan. Mientras, arregla la rueda de un molino de agua descompuesto: sabe que el mejor decir está en el hacer o en la dialéctica: la armonía entre teoría y práctica. No la verborrea de los políticos que sólo se concreta antes de elecciones. El único combustible de los aldeanos es la leña pues se sienten mal al talar árboles vivos: ya hay suficientes árboles muertos. Los cortan, vuelven leña y si de la madera sale carbón, unos pocos generan igual calor que un bosque entero; el estiércol de vaca es otro buen combustible. Sin dudarlo, los aldeanos buscan vivir de modo natural, como lo hacía la gente en el pasado. La de hoy olvida que también es parte de la Naturaleza, así sepa que no puede vivir sin ella. Aun así, sigue metiéndose con ella y la destruye, y cree progreso lo que sólo es desarrollismo.
Los científicos siempre creen que pueden crear algo mejor: pueden ser inteligentes, pero muchos no oyen el corazón de la Naturaleza. Trabajan duro inventando cosas que provocan desdicha y luego se felicitan: peor, la mayoría mira esos inventos idiotas cual milagros y se postran (y mueren) ante ellos. No notan que el campo se pierde ni que a los humanos los extinguen. Clave para éstos, aire y agua limpios y árboles/algas y pastos que los producen: aire y agua contaminados, siguen manchando sus corazones. Akira cree que hay fiesta en la aldea, pero no, es un funeral: ha muerto una dama, de forma pacífica, a sus 99 años. La que le rompió el corazón y luego se casó con otro chico. Es bueno vivir bien, trabajar duro y luego ser felicitado por ello. No tenemos templo ni cura, así la gente se reúne y lleva al muerto al cementerio en la colina; distinto si muere un niño o un joven, no es nada auspicioso. La gente de la aldea lo hace en el orden en que nació: en Colombia, en el desorden en que está…
El anciano va a la procesión; sobre su edad: ‘¿Yo? Cien más tres. Los que piensa vivir mi suegra, Blanquita, como se lee en Tres cuentos colombianos. (13) A. K. siempre hizo lo que quiso: ‘Eso es lo mejor y lo peor de mi carrera…’. Sobre su filosofía, que no impone a nadie, su intención era muy sencilla: por Dostoievski supo que los sueños expresan el miedo y la esperanza con formas inimaginables en lo real. El protagonista de El Túnel, v. gr., es un perro fiero que sobrecoge: representa su temor al militarismo y a la guerra. En 1923, su hermano Heigo, quien se suicidó luego a los 24, hecho que le marcó hasta el fin, lo obligó a circular todo un día entre escombros y cadáveres dejados por el terremoto que asoló a Tokio pues, vía tragedia, ante sus ojos se revelaron con crueldad las variadas formas de la parca. Así, al pillarlo con los ojos cerrados frente al terror, le dijo: “Fíjate bien, Akira. Si no eres capaz de mantener la mirada firme ante la desgracia ajena, la propia desgracia acabará por alcanzarte”.
En conclusión, Sueños busca la calma del espíritu sobre el bienestar del bolsillo, la salud de los humanos sobre el acumular cosas, el rechazo a las guerras sobre el prurito de hacerlas: dejar atrás el estrés y el contagio que produce hoy la tecnología y la IA para regresar, ojalá, a sociedades mejores y más limpias que ya hubo, pero que las élites pervierten y manejan a su antojo por tener mayores réditos. La vida simple, la cercanía a la Naturaleza y a la muerte en paz, permite a su vez sentir que dejar de respirar no es una tragedia, sino un paso más para celebrar la vida. La coherencia sabia de A. K. radica en no haber tenido prejuicios: sólo estar del lado correcto de la Historia. Entre niños con flores y adultos con música pasa el cortejo de la dama que al quebrar un corazón alentó una vida; el joven deja una flor sobre la roca en tributo a lo sagrado; el agua y las algas ayudan/soportan el ecosistema, razón por la que A. K. es el eco-cineasta que logró equilibrar la lucha entre actividad onírica y soñar en la vigilia.
A Santiago & Valentina, forjadores de mis sueños, realizados o por realizar, ayer, hoy y siempre.
A Marthica, quien propició que dichos sueños tuvieran continuidad sin tropiezos ni dilaciones.
A Rosario, gestora principal de mis sueños con nombre propio que, por distinta vía, nos seguirán hasta la última morada, roja o amarilla, no importa, con tal de que no haya una bomba nuclear.
A los Cinéfilos, obreros, como nosotros, en la bóveda interdisciplinaria La Fábrica de Sueños.
Notas, enlaces y bibliografía:
(2) https://autarsis.com/el-analisis-de-los-suenos-segun-freud-resumen-completo/
(3) La noche del samurái – Cuentos populares japoneses. Eds. Gaviota, Madrid, España, 262 pp.: 163 y ss.
(4) https://rebelion.org/flautista-ciego-metafora-de-la-ceguera-estupidez-e-intolerancia-humanas/
(5) https://www.todosobrejapon.com/leyenda-yuki-onna-dama-de-nieve-de-japon/#google_vignette
(6) https://elpais.com/diario/1990/05/10/cultura/642290403_850215.html
(8) https://rebelion.org/lo-que-esta-hecho-con-amor-esta-bien-hecho/
(9) https://rebelion.org/el-engano-detras-de-la-apariencia-del-glamour/
(10) https://rebelion.org/una-historia-de-intolerancia-marginalidad-y-justicia-restaurativa/
(11) RULFO, Juan. Pedro Páramo y El llano en llamas. Planeta, Barcelona, 1981, 255 pp.
(12) RIVERA, José E. La vorágine, Losada (Bs. Aires, 1942) / Alianza Editorial (Madrid, 1996), 286 pp.
(13) https://blogs.elespectador.com/cultura/el-magazin/tres-cuentos-colombianos/
FICHA TÉCNICA: Título original: Konna Yume Wo Mita. En castellano: Los sueños de A. K. País: Japón / EE.UU. Año: 1990. Gén.: Drama / Fantasía / Historia. For.: 35 mm; color; 119 min. Dir.: Akira Kurosawa. Guion: A. K. Prod.: Alan H. Liebert / Hisao Kurosawa / Mike Y. Inoue / Seikichi Iizumi / Steven Spielberg. Mús.: Shinichirô Ikebe. Fot.: Takao Saito / Masaharu Ueda. Mon.: Tome Minami. Vestuario: Emi Wada. Int.: Akira Kurosawa (Akira Terao); Madre de A. K. (Mitsuko Baisho); Madre con niños (Toshie Negishi); Yuki-Onna o Hada de la Nieve (Mieko Harada); A. K. niño (Mitsunori Isaki); A. K. más pequeño (Toshihiko Nakano); Soldado Noguchi (Yoshitaka Zushi); Obrero de Planta Nuclear (Hisashi Igawa); Demonio lastimero u Ogro llorón (Chosuke Ikariya); Anciano (Chisu Ryu); Vincent Van Gogh (Martin Scorsese); Miembro del equipo de escalada (Masayuki Yui). Prod.: Warner Bros. Dist.: Warner Bros. Pictures. Estreno: Festival de Cannes, 9.may.1990.
* (Bogotá, Colombia, 1957) Padre de Santiago & Valentina. Escritor, periodista, crítico literario, de cine, de jazz, catedrático, conferencista, corrector de estilo, traductor y, por encima de todo, lector. Colaborador de El Magazín Cultural de EE, 5.jun. 2012; columnista, 23.mar.2018. Su libro Ocho minutos y otros cuentos, Colección 50 libros de Cuento Colombiano Contemporáneo, fue lanzado en la XXX FILBO (Pijao, 2017). Mención de Honor por Martin Luther King: Todo cambio personal/interior hace progresar al mundo, en el XV Premio Int. de Ensayo Pensar a Contracorriente, La Habana, Cuba (2018). Siete ensayos sobre los imperialismos – Literatura y biopolítica, en coautoría con Luís E. Soares, fue publicado por UFES, Vitória (Edufes, 2020). El libro El estatuto (contra)colonial de la Humanidad, producto del III Congreso Int. Literatura y Revolución, con su ensayo sobre MZO y su novela Changó, el gran putas, fue lanzado por UFES, el 20.feb.21. Invitado por Pijao Eds. al Encuentro Nal. de Narrativa vista desde las Regiones (Ibagué, 1º a 4 nov.23) Invitado por UFES al Congreso Literatura, Soberanía Nacional y Multipolaridad (Vitória, Brasil, 25.nov.23). Autor en ARC, traductor y coautor, con Luis E. Soares, en Rebelión, Magazín EE, Las2Orillas. Director del Cine-Club Al Filo del Tiempo, que se emite desde la bóveda interdisciplinaria de La Fábrica de Sueños. E-mail: [email protected]