Los subsidios no pueden ser limosna

Los subsidios no pueden ser limosna

Que las reformas tributarias se conviertan en monedero para todo tipo de caridades es absurdo e inviable, peligroso para la salud de la economía de la nación

Por: Gladys Peñuela-Kudo
junio 05, 2023
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Los subsidios no pueden ser limosna

Hasta hace unas décadas era impensable que las personas, por pobres que fueran, tuvieran expectativas de recibir ayudas gubernamentales, y menos aún de dedicarse a vivir de ellas. En otras épocas, la gente vulnerable tenía bien fijada en su mente la idea de que la única manera de salir de su condición de pobreza era estudiando o aprendiendo un arte u oficio, que les permitiera conseguir recursos para llevar una vida más cómoda, mejor que la de sus padres, y tener un ascenso en la escala social.

Hasta hace unos treinta años, pese a que sí había mendigos y gamines, como se les llamaba entonces a los niños de la calle, nadie tenía en su imaginario que podía, muchas veces a punta de engaños y exageraciones, vivir de los ingresos de los demás o de los que otorga el Estado. Porque los subsidios en Colombia surgen como una necesidad de inclusión a personas en estado de vulnerabilidad extrema, como se consagró en la Constitución de 1991. Aparecen por entonces diversos programas de ayuda que tienen como objetivo cerrar la brecha entre ricos y pobres e incluir a todos los ciudadanos de la nación, para que todo el conglomerado tenga más oportunidades de mejorar sus condiciones de vida. Como los salarios en la base de la pirámide han sido muy bajos, se optó por otorgar ayudas, al comienzo temporales, pero que, con el tiempo y la perversidad de los políticos en su afán de amarrar a sus votantes, se volvieron permanentes y cada día más amplias.

Y es que, a la larga, cuando una ayuda temporal y específica se convierte en una dádiva permanente y prácticamente obligatoria, empiezan los desequilibrios sociales. Las personas pierden el incentivo para el trabajo y se convierten en mendigos de ayudas, porque la necesidad de trabajar ya no es prioritaria y es mejor dedicar toda la energía a conseguir beneficios. Lo que, obviamente, trae consigo graves consecuencias para la inversión privada, para las obras públicas y para el crecimiento espiritual de las personas.

Si los subsidios fueran empleados para la consecución de vivienda, no para casas gratis, sino cofinanciadas, o para darle impulso a los programas del campo a fin de favorecer a los campesinos para que produzcan mejor, para que los bancos no les embarguen sus tierras y para que produzcan y vivan en su tierra de manera digna, la cosa sería muy diferente.

Lamentablemente, con el paso de los años muchos ciudadanos de este país, y los que fueron llegando de otras partes, se fueron acostumbrando a estirar la mano para pedir al gobierno o a las otras personas; esto también se refleja en la poca cultura ciudadana y en el hecho de los colados, porque muchos creen que desde la entrada al sistema de transporte hasta dentro de él todo debe ser recibir, nunca dar ni pagar.

Mientras el transporte público, las calles y las oficinas de gobierno están abarrotadas de colombianos y extranjeros en busca de una ayuda, casi todas las veces más jugosa y rentable que el trabajo, el país no cuenta con mano de obra para labores como la construcción, el servicio doméstico, la enfermería básica, entre muchas otras, porque echar un cuento reforzado en una oficina de gobierno o en el transporte público es más cómodo que estar atado a un empleo.  Esto además amplía la brecha social y no le da oportunidad de ascenso a nadie que venga de otra casta.

Lo grave es que, en el caso de la mendicidad en el transporte o en las calles, quienes más la promueven son los pobres, los más humildes, los que decidieron trabajar. A nadie se le ocurre que es más válido, más humano y más equitativo ayudar a una persona que labora y que no le alcanza o tiene dificultades para llegar a final de mes, que darle sin más a alguien que solo estira la mano y echa un cuento a veces reforzado. Esa es una parte de la psicología humana que nadie entiende. He visto a la chica que sale de un turno agobiante, darle un billete a un hombre alto, con tatuajes, peinado de moda y tenis de marca que le echó un cuento barato.

Los subsidios no son malos per se, pero tienen que ser medidos, deben incentivar a la gente a continuar con el esfuerzo, no a dejar de trabajar, ni mucho menos aspirar a vivir de ellos. Pretender que las reformas tributarias se conviertan en el monedero del que se saca para todo tipo de caridades y dádivas es absurdo e inviable, peligroso para la salud de la economía de la nación. Necesitamos darle algún auxilio a quienes a diario luchan por salir adelante, no incentivos para que se dediquen a estirar la mano o a mandar a sus hijos a la escuela sólo por un plato de comida y/o una ayuda por cada hijo que se tenga.

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