En el “mito de origen” de mi actual indiferencia, antes de que la desigualdad se me volviera un promedio compuesto de imágenes de miseria, la atención al detalle tuvo que haber predominado sobre la empatía; la estética de la pobreza me la imagino anterior a cualquier reacción moral. Pero así como el detalle lo presumo reinando en esa primera curiosidad indolente, hoy en día son los detalles los que me indignan, me entristecen y me hacen sentir vergüenza. Y sin embargo, y cada vez con más frecuencia, me sorprende mi incapacidad para percibirlos.
Ante el trasfondo de mi indiferencia, llevo algunos días preguntándome por qué siento tanta incomodidad cuando las personas saludan a los soldados en la carretera. Haré un esfuerzo por explicarlo.
Los clichés son un repertorio de imágenes incompletas. La media naranja y el rompecabezas (al que le falta apenas una pieza) son sus símbolos. Invariablemente demarcan una pieza faltante e invitan a que alguien los ultime. Rechazar la invitación es cambiar la generalidad del souvenir por la individualidad del recuerdo. Cuando los soldados saludan en la carretera, saludan por obligación y no por voluntad propia, en un amargo remedo del poco o nulo poder de decisión que tuvieron frente al hecho de ser soldados. Entiendan, por favor, que sus gestos y los de ellos no significan lo mismo. Por el más arbitrario de los accidentes, son ellos y no ustedes los que tienen que levantar la mano cada vez que pasa un carro. No participen en ese teatro bochornoso de mutuo reconocimiento y patriotismo, ni se absuelvan de sus culpas bajo el pretexto de estar agradeciendo el servicio de otro. No agradezcan a los que les toco hacer lo que ustedes rechazaron libremente. Y si lo hacen, asegúrense de luchar contra las condiciones que hicieron que ese teatro fuera posible.