Nacer en 1483 no pudo ser fácil, pocos tenían oportunidad de aprender a leer y sumar, solo unos gozaban del privilegio de educarse y para ello debían pertenecer a las casas reales o latifundistas, quienes disfrutaban de los modos de alcanzar cierto nivel de conocimiento.
Cuando un rayo casi lo mata y bajo la premura de una promesa originada de ese suceso determinó el cambio de sus estudios en Derecho para convertirse en un monje agustiniano. En ese proceso de encontrarse así mismo, se dedicó de lleno a estudiar toda la literatura religiosa de la época y dedicar grandes espacios con sus amigos a la reflexión y a la beligerancia sobre temas de interés.
Veía contradictorio lo que estaba escrito y lo que se hacía. Cualquier individuo obtenía el perdón, indulgencias y salidas del purgatorio, de acuerdo con el oro que aportara a la causa religiosa; fue así como iban frailes de pueblo en pueblo, vendiendo y negociando la salvación del infierno. Muy parecido a las instituciones de justicia y de control de nuestro país.
Martin Lutero empezó criticando ciertas prácticas religiosas que contrariaban sus estudios, pero terminó produciendo todo un cisma que cambió la forma y el camino de practicar la fe. Sus postulados dieron nacimiento a la Iglesia protestante, contrajo matrimonio y tuvo seis hijos con una exmonja, fue excomulgado por el papa León X y motivó indirectamente las revueltas campesinas en Alemania.
La oferta y demanda de absoluciones no fue exclusivo de la antigua iglesia; la mezquindad superior a la justicia llegó de la mano de científicos y militares con ciertos conocimientos que por su proceder acabaron la vida de miles de seres humanos en la Segunda Guerra Mundial, donde muchos alemanes terminaron como investigadores patrocinados por el gobierno de los Estados Unidos. La rectitud es menor a la avaricia, ven en el “perdón” solo un escalón para alcanzar las puertas del dominio, el poder de manipular y construir súbditos.
Hoy la venta de redenciones y absoluciones son menesteres no solo de magistrados que a través de su poder buscan entregar el paraíso a políticos corruptos, ni tampoco es exclusivo de los órganos de control, cuya estructura de escogencia garantiza persecuciones e indultos, dependiendo de quién ostenta esa autoridad temporal.
El ejecutivo y algunos congresistas simulan defender y representar a la sociedad, pero aplican reformas tributarias, pensionales, limitan las acciones sindicales, “venden” los cargos más jugosos del erario público para obtener contratación y enriquecerse, se toman fotos en avalanchas, convierten el Estado en un vulgar antro donde se juega la suerte de los colombianos, luego buscan a través del dinero el “perdón” de la justicia que garantice el paraíso de la impunidad.
Algunos electores por su parte escudriñan la salvación no votando y otros haciéndolo a sabiendas de que son engañados, explotados y convertidos en trozo inerte de la puesta en escena. A su vez buscan el edén con la indiferencia o con empleo mal pago, la venta de su dignidad o el ofrecimiento de un futuro que no encontrarán.
Los partidos por su parte rebuscan su redención a través de sumar votos buenos y malos, no importa qué tan feo huelan, convirtiendo el comercio electoral en la promesa de obtener de manera individual la salvación económica ante la paraplejia mental.
Necesitamos como hace 500 años en el palacio Wittenberg 95 tesis de vida, aunque tal vez menos serían suficientes para defender la dignidad del ser humano.