La propuesta que se presentó en 1991 y, que fuera aceptada, como regla de juego para el Estado colombiano, fue la de la democracia participativa.
Superado quedó, por imposibilidad obvia, la denominada democracia directa en donde el conjunto social, por intermedio de sus miembros, presentaba iniciativas, deliberaba en conjunto y, aprobaba o improbaba las aspiraciones de quien o quienes ofrecían las propuestas. Y no es hoy factible, pues es un impensable que las funciones del Estado, especialmente el de iniciativa sea realizada por ese sacro mecanismo; por supuesto, no cabrían las personas en una plaza para tal refinado oficio; no habría posibilidad en su manejo y, mucho menos, sería posible contar con todo el censo actuante en una densa sociedad. Fue el fuerte de los llamados Estados ciudad: sistema sabio, actuante, deliberante pero de imposible práctica actual. Era pues, la democracia en el pueblo y, el pueblo considerado como un ente decisorio directo. Sin embargo, la Nación, como hipóstasis del pueblo, ganó la partida, en cuanto que ya son todas las personas las que deciden sino un grupo al cual delegan la misión y, así se creó, el Parlamento Inglés; los agentes pasivos de impuesto, especialmente, se dieron el derecho de no aceptar carga alguna sin su consentimiento y, con finalidades bien que entendibles e interesantes para ellos mismos. Toda una revolución que costó muchas vidas y, tiempos, varios; claro que la historia no se escribe en días, sino en hechos sociales.
Pero aquí un alto en el camino. Todo lo anterior es aparejado con la forma en que se estructuraba la organización de las funciones públicas, pues mientras en la democracia directa no se presentaban gradaciones, en los Estados estructurados ingeniosamente se crearon las llamadas ramas o funciones públicas, que tanto se han consolidado: unas hacen el derecho —la legislativa—, otras lo ejecutan —ejecutivo— y, otras las hacen cumplir —judicial—; unas controlando al poder del otro, pero todas en procura de la realización de los fines del Estado. Y de allí se avanza en la forma de decisión, se crea la democracia indirecta, de representación, pero con responsabilidad, en la cual quien es elegido debe responder ante el elector por medio de los juicios de control del representado, ya por el control político, del legislativo al ejecutivo; o, por la revocatoria del mandato, respecto del ejecutivo y, en veces, legislativo. En suma, la representación hace responsable al elegido ante el elector, como entre ellos mismos en el ejercicio del mandato.
Así, hoy, aparece la ‘opinión publica’ en operación podría decirse, para reclamar esa responsabilidad: cuando hablamos de la democracia participativa, que incluye esos controles, especialmente el de la revocatoria y, que se extiende a la posibilidad de iniciativa popular, de las acciones populares y de grupo; parece que ya no es solo la llamada ‘opinión pública’, sino la masa de ciudadanos que quiere hacer presencia en las decisiones y, hacer parte de las soluciones. En el centro del juego de poder, para ejercerlo o, para ser alternativa, los partidos políticos. Los caminos están abiertos.
Eso dicen la literatura política y la constitucional; además, los gremios y las asociaciones de todas las vertientes, hacen su entrada triunfal, no solo de acompañamiento, sino de deliberación y decisión, por medio de sus representantes en el Estado, representaciones corporativas, o en los parlamentos, con especiales restricciones en cuanto a la posibilidad de conflicto de intereses; o, por medio del denominado “lobby” que, ya en algunas latitudes se tiene regulado y, de qué manera; actuantes y, por supuesto, dentro del marco de los fines del Estado, obvio, representando sus respectivos intereses.
Qué ocurre en Colombia: existen las funciones públicas, separadas y armónicamente actuantes; en veces, una de ellas trata o se empeña en acabar con el equilibrio, pero activas. Unos gremios o asociaciones que se observan, en procura de lo propio. Pero al mismo tiempo, un desgaste total de la institucionalidad, pues los síntomas y los signos producen otra radiografía: la violencia acrecentada, la corrupción haciendo del país un botín de guerra y, un desgaste y desconocimiento de los partidos políticos sin ruta y sin razón.
El síntoma, que es lo que revela una enfermedad, indica que algo ocurre. Y, se ha de aceptar, estamos padeciendo una enfermedad, revelada con los últimos acontecimientos. La enfermedad es la ausencia de Estado.
Un síntoma: así se revelan los hechos de la protesta legítima e incontaminada de los campesinos; con un conjunto de solicitudes desconocidas, minimizadas y hasta ridiculizadas por el actuar del Gobierno; los partidos ausentes del día a día nacional; el futuro de la actividad agrícola al garete; es por la protesta, qué sorpresa, que se ha revelado la existencia de los campesinos, su situación de quiebra, la no respuesta estatal y, por supuesto, sus reclamos llegando a un hervor, en una ebullición alarmante y peligrosa. Ahhh… el problema sí existe, la enfermedad de la ausencia estatal trata de acabar con su humanidad.
Otro síntoma: la reacción violenta y destructora. ¿Algún análisis de sus causas, de sus protagonistas?, ¿de sus fines? La violencia, el vandalismo, cómo síntoma, no solo debe ser enfrentado con fuerza legal, sino debe llevar a un análisis de sus causas, pues nadie es violento por deporte, profesión, oficio o hobby; ¿algo indica el descontento general? ¿Ausencia de pertenencia, de membresía? ¿Anomía total? Algo ocurre cuando se odia tanto, cuando se desea aniquilar al otro. ¿Violencia pura? O indicador de que algo falla y de base. Sí, estamos en contra de las manifestaciones de violencia, pero algo está ocurriendo para que ello se presente. No me convence el argumento de la violencia de los violentos, pues actúan así; ni la explicación del cabalgar desbocado de turbas inconscientes. Algo pasa.
Otro síntoma: el que los gremios reunidos o citados para analizar el momento de dificultad, se sienten, escuchen y muestren su satisfacción y… ¿sus agremiados? ¿Los intereses que representan? Cuál concertación, intermediación o consejo afecto a la solución. Salen de las charlas con gran euforia y… sus agrupados en el mismo estado, siguen parados. Me pregunto, entonces, ¿a quién representaban?, ¿cuál es su poder de convocatoria y de discurso? La enfermedad continúa, se reúnen con el Gobierno, pero no se conectan con la comunidad, que son sus afiliados.
Siguiente síntoma: el tomar un símbolo —la ruana— y, convertirlo en argumento, contenido de aspiraciones y, por supuesto, emblema de membresía. Al parecer, la sintonía Gobierno-realidad se acabó; el campesino, la ruana, proponen un alto en el camino. Se está estructurando una forma especial de participación. Si se logra hacer por los canales del diálogo y la paz, podremos hablar de democracia participativa: son propuestas, puntos de vista, visibilidad, decisiones. Antídotos para la enfermedad de Estado.
Los signos están al orden del día, con campos de reflexión. Toda una lección de democracia, toda una manifestación de Estado. Los síntomas se encuentran a flor de piel, los signos o símbolos, la solución. A la espera de esta nueva composición y alejados de la violencia, es el momento de la democracia participativa, en el modelo que correspondió vivir.