Cuidado con el hombre que habla de poner las cosas en orden.
Poner las cosas en orden significa poner a otras personas bajo su control.
DENIS DIDEROT
En una época de engaño universal, decir la verdad constituye un acto revolucionario.
GEORGE ORWELL
El principio de la justicia es la verdad.
SIMÓN BOLÍVAR
Con Shichinin no samurai (1954) o Los siete samurais, continúa el primero de dos ciclos en tributo a Akira Kurosawa, desde la bóveda interdisciplinaria de La Fábrica de Sueños, por vía del Cine-Club Al Filo del Tiempo. El filme, incluido en muchas de las encuestas sobre las 10, 50 o 100 obras mayores de la historia del cine, es una diatriba contra la guerra en medio de la calma, serenidad, sabiduría, desencanto, jovialidad, humor, ascetismo, praxis, generosidad, idealismo, experticia, astucia, timidez, gracia, de sus siete protagonistas que en realidad son rōnin y no samurais, toda vez que son guerreros sin amos, característica principal de los samurais que por eso a la vez pertenecen al señor de un clan y a un código de ética estricto, bushido, que se traduce por el camino del guerrero: a ellos los samurais dan sus vidas, lo que de paso exige lealtad y honor hasta la muerte. ‘Los samurais no ganan las batallas, sino los campesinos’, dice el sabio y decepcionado Kambei, al final...
Si bien Rashômon (1950) e Ikiru (1952) son los dos filmes pioneros del cine japonés y asiático en darse a conocer en Occidente, Los siete samurais, aun con su estructura visual y narrativa más propia del cine gringo, con tres cámaras usadas al tiempo para PPP, PM y PG, en su orden, es un claro ejemplo de lo que un cineasta libre y creativo es capaz de hacer a favor del cine: cine que entretiene y la vez reflexiona sobre la condición humana; cine de acción, incluso trepidante, que de paso piensa en los aciertos y errores humanos; cine de bajo presupuesto que es capaz de producir obras mayores, o bien, maestras, sin dar crédito a la idea de que las que derrochan dinero lo son por derecho propio. Una paradoja hizo que al filo del tiempo, dicho filme de clara factura gringa, aunque de origen nipón, con su historia situada en el XVI durante una larga etapa de guerras civiles, fuera a generar una saga de filmes en clave samurai, western, anime e incluso ciencia ficción.
La historia arranca en 1570 y oscila entre la explotación por la nobleza y sus abusos en los impuestos, lo que lleva a los campesinos a una sobrevivencia infrahumana, y las hordas de bandidos que los despojan con ocasión de cada cosecha de arroz o de cebada. Hartos de dicha situación, deciden contratar a unos cuantos samurais o, más bien, rōnin, para que los defiendan ante los continuos ataques de aquellos y así puedan vivir en paz. En medio del choque entre la cultura campesina, a la que Kikuchiyo cuestiona con dureza luego, y los desmanes de los guerreros, siempre a caballo con lanzas y fusiles, surge un auténtico fresco en movimiento: Kurosawa era un gran pintor, estudió Bellas Artes en la academia Dushuka de Tokio y admirador de Van Gogh, Renoir, Chagall. Recibió clases de pintura clásica y contemporánea y, con el paso del tiempo, fue reconocido en diversos ambientes de la ciudad al hacer suyos ciertos elementos plásticos del bunraku y del Nô.
El bunraku es teatro de marionetas y el Nô, junto al Kabuki, dos formas del teatro clásico japonés. Kurosawa: “Cuando cambié de carrera quemé todas las láminas que había pintado hasta entonces. Tenía la intención de olvidar la pintura de una vez por todas. Como dice un conocido proverbio japonés: ‘El cazador que persigue dos conejos, no atrapa ninguno’. Una vez que empecé a trabajar en el cine, no hice de pintor en absoluto. Pero después, cuando me convertí en director de cine, me di cuenta de que el dibujo, a menudo, era un medio útil para explicar las ideas a mi personal” (1). Por eso, va a ser tan notable el papel jugado por la pintura en el paso del cine en b/n al de color en sus filmes: así, entre los primeros bastaría citar El ángel ebrio, El perro callejero, Rashômon, Ikiru y Los siete samurais; entre los segundos estarían Dersu Uzala, Kagemusha, Ran, Sueños de A. K., Rapsodia en agosto, y ya están diez frescos en movimiento del maestro japonés.
Una de las virtudes más notables del filme es la planimetría o el poder del cineasta para mostrar en cada toma una pintura estática o en movimiento. El cómo y el porqué deciden contratar a los samurais, la manera como los abordan, las casualidades, más bien causalidades en algún encuentro y síntoma de más fuertes amistades, cómo al fin no son seis, como al inicio pensó Kurosawa, sino siete los rōnin, configuran la trama del filme. Filme que no se basa en hechos reales como sí pasa con La venganza de los 47 samurais (1941), de K. Mizoguchi o con Seppuku (1962), de M. Kobayashi. Filme retitulado, mal, como Harakiri, toda vez que es suicidio voluntario no ritual, mientras el seppuku es suicidio ritual por honor personal y/o nacional, como el que ejecutó Mishima. En Los siete samurais, el trío de guionistas, A. K., Shinobu Hashimoto, Hideo Oguni, se documentó sobre samurais para hacer jidai-geki/cine de época, con objetivos muy claros.
Esos objetivos tenían que ver con el fin de la ocupación gringa y el cese de la prohibición de hacer filmes en los que apareciera un sable o un kimono porque eran sospechosos de feudalismo, como se dijo al escribir sobre El perro rabioso (2). En un comienzo, Kurosawa y sus dos colegas guionistas querían contar una historia sobre ritos y costumbres diarios de un samurai y buscar, a la postre, que cometiera una falla y se viera obligado a realizar el seppuku. Pero, al investigar hallaron un inmenso vacío con respecto a los asuntos del día a día, ya que lo encontrado retomaba la gloria y el encomio de los samurais como guerreros paradigmáticos. Entre la gran documentación, se toparon con la historia de un rōnin contratado por unos campesinos y allí estaba el punto de partida de la historia. Al final, se pasó de seis a siete en los escogidos para defender a los aldeanos, cada uno de ellos inspirado en samurais históricos y con virtudes singulares…
Gracias a esa mixtura de elementos, A. K. va a desarrollar temas muy sensibles: la posesión de la tierra, el cuidado del medio ambiente, el rigor machista del bushido, la discriminación sexual, el recelo entre campesinos y samurais o rōnin, la amistad que fortalece el encuentro causal, la necesidad de la unión y no del individualismo, el valor de saber el arte de la guerra, el derecho de los pueblos a estar en paz, entre muchos otros. Temas que a vuelo de pájaro se evidencian con la pelea tácita nobles/campesinos, y evidente de samurais y bandidos; el esmero de los aldeanos con sus cosechas; la actitud de Manzo con su hija Shino, la discriminación hacia su ser, así como la bronca hacia el joven Katsushiro por vincularse afectiva y sexualmente con ella y por violar el bushido; el recelo campesinos/samurais sólo es vencido por Kikuchiyo, quien de niño fue maltratado y ya adulto se convirtió en samurai; la vieja amistad de Kambei y Shichiroji.
En fin, cómo no registrar la urgencia de que el pueblo actúe unido en épocas de inquietud y de corrupción (como en Colombia hoy, con el caso del fiscal de bolsillo y su natural heredera en el cargo, por el triste papel de la CSJ, encabezada en este caso por un negro arrodillado al poder uribestial) y no a partir del individualismo; la importancia de conocer el arte de la guerra, a la manera de Sun Tzu, a fin de dejar pasar a uno o varios bandidos y luego encerrar a los restantes para liquidarlos por vía de la cooperación; por último, el sagrado derecho de los pueblos a estar en paz y practicar la autodeterminación. Todo ello, mostrado a través de planos estáticos o en movimiento, con signos de puntuación fílmica como cortinillas, fundidos, planos ralentizados y en silencio a fin de provocar clímax en la dramaturgia y excitación en el espectador. Todo ello, logrado gracias a la maestría de un cineasta (movimiento) que antes fue pintor (estatismo), A. K.
A lo largo de 3 horas y 23 minutos (3), es un filme jamás pierde su dinámica pues tiene la maestría de Seppuku, de Kobayashi, en su narratividad, lo que en Los siete samurais se siente y se percibe con facilidad y certeza merced al conocimiento, la sutileza, el poder de las imágenes que, gracias al montaje intelectual o por contraste, heredado de Sergei Eisenstein a partir de El Acorazado Potiomkin, no Potemkin, sobre todo, aunque también de La huelga o Iván el terrible, A. K. retoma para disparar ráfagas inofensivas de emoción fílmica, pero también de tristeza existencial, como sea que sus protagonistas están inmersos en el espacio absurdo de la guerra. Ese espacio que como el del fanatismo hace inútil la conversación e imposible vencer los prejuicios y acceder a la libertad: que no consiste en nada más que en el sacrificio del amor, como hace la aldeana a la que se le niega el vínculo con su samurai salvador por una equívoca, como torcida, ley de orden.
O como ocurre con la negación generalizada de dicha relación con Katsushiro, sólo aprobada por la sabiduría, el ingenio y la tolerancia de Kambei, cuando le dice al joven que ya es un hombre y todos sonríen, pero dudan de modo tácito entre asentir o culparse. Antes se vio, al paso de Kambei por el lugar de riña de ella y su padre, a Shino tirada en el piso ante la desidia de los demás ‘hombres’: los que hacen parte de esa cofradía de hipócritas que al filo del tiempo y a través de la Historia ha cometido los mayores atropellos contra las mujeres por el asaz simple, asaz complejo, hecho de serlo, de ser mujeres. Hasta en esto A. K. es dueño de una eficacia sin par, la que por otras vías han mostrado maestros del cine contemporáneo como J. Cassavetes, en Shadows, Una mujer bajo la influencia o Gloria; R. Altman, en McCabe y Mrs. Miller, Tres mujeres, Dr. T y las mujeres; o M. Scorsese, en Alicia ya no vive aquí, La edad de la inocencia o Casino.
Cabe recordar que la parte inicial del filme gira sobre la búsqueda, entre simpática y periodística, del número de samurais que origina el título, con los dos actores/fetiches de A. K.: Takashi Shimura, Kambei Shimada, y Toshirō Mifune, Kikuchiyo, en roles que están en las antípodas: mientras el primero es un ser humano con sensatez y justicia, el segundo es un producto de las diferencias sociales que se debate entre rencor y pasión, humor e indisciplina. La segunda mitad va sobre cómo se prepara a los campesinos para combatir a los bandidos que les roban el arroz en una cosecha y la cebada en otra. Las diferencias de conducta y proceder entre un grupo social y otro antisocial, entraña de por sí la imposibilidad de convivir, en otras palabras, la lucha de clases. En su juventud, A. K. hizo parte, no se olvide, del grupo de marxistas La Liga de Artistas Proletarios. Dada la coherencia política, no es extraño entonces que los samurais se unan a los campesinos.
Tampoco es extraño que Los siete samurais sea para la crítica el filme que mejor abriga la idea que del cine japonés se tiene en Occidente (4) al tiempo que figura en los primeros lugares de famosas encuestas: la revista inglesa Sight & Sound la eligió en la lista de las diez películas más grandes de todos los tiempos, y entre los diez filmes preferidos de los cineastas en las votaciones de 1992 y 2002. La misma revista, en 2012, hizo una encuesta entre 846 críticos, sobre las 100 mejores películas de todos los tiempos y, por primera vez en 50 años, Citizen Kane fue desplazada por Vértigo, de Hitchcock: en el puesto 17 quedó Los siete samurais (5). Por último, en 2020, en la lista de revista GQ, Las 100 mejores películas de acción de todos los tiempos, ocupó el 7º lugar, precedida por El salario del miedo, de Clouzot, y con dos joyas de Keaton en los dos primeros: El hombre mosca y El maquinista de la General, gema que puso a ganar la GC a los sureños… (6)
Así, pese a que la Historia lo muestra como uno de los mejores filmes de siempre, en su momento les demostró a los críticos y al público que para admirar se necesita grandeza y que a los grandes hombres no los reconocen sus contemporáneos, sino la posteridad o esa especie de posteridad contemporánea que es el extranjero, Sábato dixit. Se dice esto porque la crítica internacional se movió entonces hacia Los siete samurais entre la indulgencia con avemarías ajenas y el paternalismo sin miedo a lo patético. Pues pese al (supuesto) estrecho contacto entre gringos y nipones, la verdad es que el saber de Occidente sobre la cultura nipona era incipiente. Lo que va sin decir de la directa intervención en la misma, por vía de la citada censura o prohibición de hacer filmes que rezumaran feudalismo, porque aparecía un sable o un kimono. Ya se sabe que el primer efecto de toda invasión es la muerte de la cultura, máxime si los EE.UU son los piratas.
Y es que las versiones gringas se proyectaban hasta con una hora menos de duración, a la vez que, si se ensalzaba a Kurosawa por su destreza fílmica, se le destrozaba por la forma de armar sus filmes. Como si un artista tuviera que pedir permiso para esculpir lo que sabe, siente y cree o lo que surge de sus abismos y demonios, cual si de obediencia se tratara. Porque, al cabo, una cosa es que los rōnin obedezcan a su jefe Kambei en Los siete samurais o, en lenguaje llano, el estilo del cineasta para matar sus pulgas, zancudos o cucarachas, y otra cosa es la actitud del tirano que sataniza la cultura no sólo para aprovecharse de ella sino primero que todo para borrarla. Si bien el rodaje se alargó un año, A. K. tuvo que ser hospitalizado por un parásito intestinal y la Tōhō estuvo a tiro de cancelar dicho rodaje en dos ocasiones: retirar al cineasta hubiera causado un motín entre los trabajadores dada la cooperación que había en el equipo y la veneración por él.
En conclusión, el choque entre campesinos con miedo que contratan a rōnin para que los defiendan de bandidos sin temor a saquear lo que encuentren, plantea de paso el actuar de un cineasta que transforma un asunto nimio en otro trascendente, para catapultar una historia instalada en un lugar concreto al sitial de las obras clásicas o universales: las contemporáneas a perpetuidad. Las virtudes de cada samurai son claves al evaluar los efectos de un filme, los que jamás tendrán que ver con la intención del director pues el arte no obedece a ella. Así, Kambei, con su sabiduría/humildad, amor/humor, y su guía ayuda a pasar de la idea a la praxis para generar comunidad y unión; Kikuchiyo, con su desparpajo y su gracia, timidez y astucia y su pasado actuante posibilita la confrontación y la crisis que mejoran la situación; Heihachi, el cortador de leña, sin mucha experiencia, es el hombre de mayor alegría en el grupo y el único al que la guerra no le mató el humor.
Gorobei, con su experiencia y bonhomía y poder para eludir problemas vía ingenio, hablan del valor del ser antes que del deber ser, así al final lo maten; Kyuzo, con su renuncia al placer y su amor por una vida austera, muestra una magna faceta del ascetismo o la actitud humana basada en la perfección ética y espiritual; Katsushiro y su capacidad de ensoñación, bondad e idealismo proyectan al sujeto y no objeto de un idilio; para terminar, Shichiroji, el antiguo amigo de Kambei que recuerda el valor de la amistad que se consolida con la sorpresa del encuentro: su experticia guerrera se aúna a su saber taoísta. Cada uno de los siete samurais, o rōnin, y en especial su faro, Kambei, traen al presente la vieja idea de que no hay mayor acto revolucionario que decir la verdad en épocas de engaño planetario. Épocas en que la mentira pretende imponerse por doquier gracias a la medianía del Lawfare o la tiranía de los podridos jueces y medios masivos.
Por su parte, A. K. ha mostrado con creces que la verdad (artística, para el caso que nos ocupa) es el principio de toda justicia poética, de cualquier justicia social: esa que Milei llama ‘una aberración’. A lo que se le podría responder con la voz de Andrés Caicedo, que es aquí la misma de A. K.: ‘Cada gusto es una aberración’. La única diferencia es el abismo que separa la aberración de Milei del gusto estético de Caicedo y Kurosawa. En suma, Los siete samurais, el filme, habla de las fortalezas y debilidades del ser humano, de sus penas y alegrías, del sufrimiento y de la muerte; también, de la mierda que son las guerras y de la necesidad de superarlas, por vía del entendimiento y la razón, del diálogo y la comprensión, del ponerse en el lugar del otro, ese lugar de tan difícil acceso. En su sapiencia, A. K., al problema de la cosa en sí le agrega humor, humanismo y humanidad y, en afán de equilibrio, picardía, sarcasmo e ironía. Gesto que se agradece.
Al lado de la citada obediencia de los samurais a la voluntad de grupo liderada por Kambei, surge una segunda virtud: su virilidad. Aun con la desigual fisonomía de los rōnin, y antes de los actores, ya involucrados con su rol todos hacen gala de un porte homogéneo que despierta inquietud entre los aldeanos, y celos derivados de la probable reacción femenina ante la repentina aparición de los galanes. Aun así, al llegar todos guardan una compostura que de por sí desbarata las dudas acerca de cualquier intención machista. Y aunque la juventud e intrepidez de Katsushiro desafía al código bushido, nada en su actitud parece entrar en pleito con la de sus demás miembros. De ahí parece venir la relativa tolerancia del grupo, y de Manzo en especial, para que su vínculo con Shino tenga un final si no del todo feliz, al menos en paz, y aprobado de forma tácita por el equipo defensor y explícita por su líder Kambei, lo que no deja de sorprender a nadie.
Sin duda, lograr el tránsito por generaciones de un argumento entre cotidiano e histórico, filosófico y socio/político, por vía de un Action Film (sic), por su factura gringa, es un mérito que no se le puede negar a A. K. y que a la vez no tiene nada de vergonzante pues de contera proyecta su capacidad de adaptación a otros estilos y géneros no natos de Japón o por lo menos no usuales allí, ante todo por la diferencia en el manejo del tiempo. Occidente estaba, en esa época (y hoy también), más aferrado al tiempo cronológico, de los relojes, al de el tiempo es oro (7) (razón del capitalismo), mientras Oriente (la URSS, China y Japón) iban de la mano con el tiempo natural, el inherente a contemplar y/o reflexionar. Factor que A. K. supo manejar/aprovechar con solvencia y sin reparos: de ahí las múltiples adaptaciones que, en respuesta al oprobio inicial hacia el filme, EE.UU hizo, a cuya cabeza está Los siete magníficos (1960), de Sturges, otro clásico de acción.
No puede ignorarse que el estoicismo de los samurais frente a la muerte tiene que ver con la práctica del budismo zen, o de meditación: el que a su vez está sembrado en el antejardín del bushido y sus principios rectores. El creer en la reencarnación facilitaba que los guerreros tropezaran con la muerte sin miedo alguno pues, de haber conseguido la suficiente purificación o iluminación (satori), se evaporaban al llegar al nirvana o quizás, al reencarnar en otro cuerpo, podrían retomar el camino de la gloria. Bien sea porque se les quiera u odie, respete o tema, desee o envidie, los samurais/rōnin de A. K. transmiten y permiten aprender mucho sobre la trascendencia/ecos del bushido en el extenso periplo del feudalismo por tierras niponas (8). Todo ello, valga reiterarlo, gracias al laicismo del cineasta y a su postura ecléctica frente al budismo/zen/sintoísmo, corrientes que tuvo en cuenta a lo largo de su vida sin temores/dudas ni remordimientos.
Para terminar, el que se titule Los siete samurais y no rōnin es de suyo elocuente, ya que va sobre la esencia/espíritu de los samurai. Así, al carecer de amo todos hayan perdido su estatus se portan como auténticos samurais, no sólo desde su gestualidad y actitud sino desde su esencial pureza. Más que el coleccionismo de katanas o espadas del XIX, el filme contribuyó a difundir el mito de los samurais por Occidente y el ideal de guerrero japonés. Su trascendencia produjo filmes de todo tipo: desde el remake de Sturges, del cual se hizo otro western homónimo, dirigido por Antoine Fuqua, hasta el anime Samurai 7, serie para TV de 26 capítulos (Estudios Gonzo, 2004), pasando por Batalla allende las estrellas (1980) o Los siete magníficos del espacio; Bichos, una aventura en miniatura (Disney/Pixar, 1998); y Seven Samurai 20XX (2004), videojuego para la consola Play Station 2, inspirado en el filme original, pero situado en un futuro alterno…
Una técnica muy usada por A. K. para la creación de diálogos, aspecto notable en el guion de Los siete samurais, era pensar en el cine mudo: ‘Me gusta mucho el cine mudo y cuando hago una película intento imaginarme cómo sería la escena si ella fuese muda; luego, simplemente elimino el diálogo que creo innecesario’. La cámara en ralentí en los combates de katanas o el dinamismo de las creaciones espaciales son hechos clave en sus experimentos formales. Factores integrados de modo ideal en el tema de lucha de clases/conflictos sociales, y en la dialéctica sujeto/colectivo, que tanta relevancia cobran en el filme. ‘Recuerden, hay que moverse en grupo y no como un sujeto’, es el lema que los samurais circulan entre los aldeanos (9). El filme acaba cuando Kambei le dice a Katsushiro: ‘Hemos vuelto a sobrevivir… a perder. Los ganadores son los campesinos, no nosotros’. De ahí se infiere que el hecho de sobrevivir no implica que haya ganadores.
A Santiago adorado, mi rōnin preferido y no samurai, porque no tiene amos, y ecléctico cual musulmán.
Notas, enlaces y bibliografía:
(1) https://cinemartus.blogspot.com/2018/12/akira-kurosawa-cineasta-y-pintor.html
(2) https://rebelion.org/neorrealismo-japones-cine-negro-y-jidai-geki-sobre-un-policia-etico/
(3) Toda vez que hay que descontar los más o menos 4 minutos del Interludio.
(4) PLOU, Carolina. Bajo los cerezos en flor. 50 películas para conocer Japón. PDF, 131 pp.: 31.
(5) https://www.bfi.org.uk/sight-and-sound/polls/greatest-films-all-time-2012
(7) La tristemente célebre frase de B. Franklin, que sólo el Imperio gringo/sionista reivindica hoy.
(8) PUIGDOMÈNECH, Jordi, EXPÓSITO, Andrés, SORIA J., Carlos. Akira Kurosawa – La mirada del samurai. Ediciones JC, PDF, 224 pp.: 148.
(9) https://www.rtve.es/television/20210817/siete-samurais-kurosawa-pelicula-gratis-rtve/2159310.shtml
FICHA TÉCNICA: Título original: Shichinin no samurai. Español: Los siete samurais. País: Japón. Año: 1954. Gén.: Jidaigeki / Western japonés / Samurais / Drama / Épico. For.: 35 mm; b/n; 207 min. Dir.: Akira Kurosawa. Guion: A. K. / Shinobu Hashimoto / Hideo Oguni. Mús.: Fumio Hayasaka. Fot.: Asakazu Nakai. Mon.: A. K. Int.: Kambei Shimada (Takashi Shimura); Kikuchiyo (Toshirō Mifune); Shichiroji (Daisuke Kato); Katsushiro (Ko Kimura); Heihachi (Minuro Chiaki); Kyuzu (Seiji Miyaguchi); Gorobei (Yoshio Inaba), los siete samurais. Civiles: Rikichi (Yoshio Tsuchiya); mujer de Rikichi (Yukiko Shimazaki); Shino (Keiko Tsushima); Manzo, padre de Shino (Kamatari Fujiwara); Mosuke (Yoshio Kosugi); Yohei (Bokuzen Hidari); Gisaku, anciano (Kokuten Kōdō); hijo de Gisaku (Jirō Kumagai); hija de Gisaku (Haruko Toyama). Prod.: Tōhō. Dist.: Tōhō. Premios: León de Plata, Mostra de Venecia (1954); BAFTA: Mejor Película, A. K. y Mejor Actor, Toshirō Mifune (1956).
* (Bogotá, Colombia, 1957) Padre de Santiago & Valentina. Escritor, periodista, crítico literario, de cine, de jazz, catedrático, conferencista, corrector de estilo, traductor y, por encima de todo, lector. Colaborador de El Magazín Cultural de EE, 5.jun. 2012; columnista, 23.mar.2018. Su libro Ocho minutos y otros cuentos, Colección 50 libros de Cuento Colombiano Contemporáneo, fue lanzado en la XXX FILBO (Pijao, 2017). Mención de Honor por Martin Luther King: Todo cambio personal/interior hace progresar al mundo, en el XV Premio Int. de Ensayo Pensar a Contracorriente, La Habana, Cuba (2018). Siete ensayos sobre los imperialismos – Literatura y biopolítica, en coautoría con Luís E. Soares, fue publicado por UFES, Vitória (Edufes, 2020). El libro El estatuto (contra)colonial de la Humanidad, producto del III Congreso Int. Literatura y Revolución, con su ensayo sobre MZO y su novela Changó, el gran putas, fue lanzado por la UFES, el 20.feb.21. Invitado por Pijao Editores al Encuentro Nacional de Narrativa Colombiana vista desde las Regiones (Ibagué, 1º a 4 nov.23) Invitado por UFES al Congreso Literatura, Soberanía Nacional y Multipolaridad (Vitória, Brasil, 25.nov.23). Autor en ARC, traductor y coautor, con Luis E. Soares, en Rebelión, Magazín EE, Las2Orillas. E-mail: [email protected]